Una puerta a la gastronomía gallega

M.B.
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Manuel Fernández y Natalia Franco llevan 17 años al frente del restaurante de la Casa de Galicia en Valladolid, donde no puede faltar el pulpo a feira

Manuel Fernández, en la cocina de la Casa de Galicia.

«Lo fundamental es que esto es nuestro medio de vida, con lo que damos de comer a nuestros tres hijos. Y aquí tenemos vocación de servicio a la Casa de Galicia». Así resume Lolo, como leitmotiv, su trabajo al frente del restaurante Casa de Galicia, en la plaza Santa Cruz, 4, en la sede de la comunidad gallega desde 1977 – aunque la institución en Valladolid data de 1954–.

Manuel Fernández Ruiz, o Lolo como le conoce mucha gente, y Natalia Franco Martínez son vallisoletanos, pero hijos de gallegos. Ambos llevan 17 años al frente del establecimiento hostelero vinculado a la casa de la comunidad gallega en Valladolid. Lolo, además, fue su maestro de gaita durante años, además de ser el encargado de tocar ese instrumento los jueves santos en la procesión del Cristo de la Luz. Es socio de la Casa de Galicia desde el 2 de octubre de 1976, con apenas dos años –su padre, Manuel Fernández, fue presidente de esta institución durante una década–.

El restaurante existe como tal desde que la Casa se mudó al edificio de la plaza Santa Cruz. Primero solo para los socios. Posteriormente para todo el mundo. 

Hace 17 años, con la jubilación de Bernardo, Manuel y Natalia dieron el paso al frente. Manuel era profesor de gaita gallega en varias provincias de la comunidad y, en sus tiempos libres, echaba una mano como camarero en el Tío Molonio: «Lo único que estudié fue Económicas y vi que llegaba una crisis importante, así que con la jubilación del anterior dueño, nos lanzamos a por ello».

En los primeros años echaron mano de cocineros, como de Charly Sal y Pimienta: «Poco a poco fui aprendiendo, viendo cómo hacían los platos». Y así, a los tres años de abrir, ya era Manuel el que se encargaba de los fogones y de preparar las viandas.

«Lo único que tenemos obligación de tener de Galicia es el agua y la cerveza, pero soy de los que piensan que la mejor promoción es tener cosas gallegas», añade. Así que Lolo se encarga de la cocina y Natalia de la sala. Y más tras la pandemia, quedándose los dos solos al frente del negocio.

En la Casa de Galicia hay menú y carta. Entre semana el menú es solo para las comidas. Por 15 euros –«con el nuevo año tendremos que subirlo un poco»–, se puede elegir un primero y un segundo de unas cinco opciones: «A veces hay más»; más postre y bebida de menú. No suelen faltar las patatas a la riojana con pulpo; los mejillones en salsa, «que no lleva tomate»; los garbanzos con callos a la gallega; el caldo gallego tradicional, «en temporada de frío»; o la merluza a la gallega. El fin de semana, desde el viernes para las cenas hasta el domingo para las comidas, hay un menú especial, por 22 euros (que también subirá), que incluye una pequeña mariscada de la casa, spaguettis carbonara con boletus, entrecot de ternera o bacalao a la vizcaína. 

Luego está la carta, «en la que te puedes encontrar lo mismo que en un restaurante tradicional gallego». Ahí no falla el pulpo a feira, con una base de patata cocida, troceado y presentado en un plato de madera. Ahora mismo, la ración sale por 18 euros en barra y 20 en comedor. Tampoco la lubina con salsa de boletus o la raya, a la gallega o a la plancha, «difícil de encontrar por esta zona».

Aunque su clientela es variopinta, reconocen que su ubicación y la dificultad para aparcar hacen que tengan mucho turista, además de los socios de la Casa y de trabajadores de la zona entre semana. «Sibaritas que se abstengan de venir, somos gente normal», apuntan, añadiendo que lo único que piden es que se respete el trabajo.

Con una capacidad para unas 30 personas en el comedor y otras 25 en la barra, su carta de raciones funciona igual en ambos sitios. Tiran de productos de cercanía y, por supuesto, de Galicia, como las zamburiñas de Cambados; o la empanada de Coruña; o la tarta de Santiago de Ancano (mítica desde 1914). Filloas o un flan de crema de orujo, que empezó a hacer Manuel, completan los postres de esta puerta a la gastronomía gallega desde la plaza Santa Cruz.