Lugar de origen: Casablanca (Marruecos).
Años en Valladolid: 25.
Profesión: Comercial de seguros.
Comida y bebida favorita: Solomillo de ternera y cerveza.
Rincón favorito: Campos de Pepe Rojo.
Loubna Mrabet (Casablanca, 1981) cuenta que tenía 15 años cuando, viviendo todavía en Marruecos, su padre, profesor de Filosofía, le dijo: «Cásate con quien quieras, pero no con alguien que te diga cómo te tienes que vestir, cómo te tienes que comportar o lo que tienes que hacer». Aquello se le quedó «grabado», aunque probablemente ya lo llevara de serie, y no ha dejado de aplícarselo en ningún ámbito. «Me gusta vivir y me gusta hacerlo como a mí me da la gana, no permito que nadie me imponga su forma de ser», subraya. Con esa filosofía llegó a Valladolid en 1999, pero para matricularse en Medicina.
Antes vivió un año en Granada. Se sacó la Selectividad y la nota le dio para acabar eligiendo entre Farmacia allí, Telecomunicaciones en Elche o Medicina en Valladolid, y optó «por el Norte». «Queda feo decirlo, pero siendo mi forma de vivir y de ser tan distinta de la cultura marroquí, chocaba mucho y quería alejarme todo lo posible de mis compatriotas», confiesa.
Las dudas que tuviera antes de tomar la decisión se le despejaron cuando llegó a Valladolid a hacer la preinscripción y se encontró una ciudad en plenas fiestas: «Bajé del tren y ahí estaban todas las casetas. Para mí era algo nuevo, en ese momento ya me dije que ésta sería mi ciudad y así ha sido». Al fin y al cabo, si hay algo que le sorprendió desde el principio y sigue valorando es «la alegría de la gente».
Con la carrera no acertó tanto. La teoría la iba sacando pero, cuando llegaron las prácticas en cuarto, se dio cuenta de que no le gustaba y la dejó. Después hizo Trabajo Social, aunque no ha ejercido, y un curso de cuidadora de discapacitados físicos y psíquicos por el que trabajó en Aspace. Pero su empleo actual es otro, le encanta y se nota: lleva ocho años como «agente exclusivo de Sanitas», y recientemente era reconocida como «la comercial con más ventas en España».
Pero su pasión, su «hábitat», está en el Pepe Rojo. Su primer contacto con el rugby fue hace ocho años, cuando apuntó al VRAC a su hijo mayor, que no había cumplido ni cuatro: «Ryhan es súper movido, necesitaba disciplina y lo suyo fue amor al rugby desde el primer día». Prácticamente como ella, que acabó jugando cinco años en el equipo femenino y también apuntó con tres a su hijo pequeño, Yasser (8).
En Valladolid fue «muy bien acogida». «Jamás me he sentido fuera de lugar», valora. «También es verdad que no hago nada en contra de la cultura de aquí, o te adaptas o eres tú el que busca el enfrentamiento». Ella los ha tenido, pero con marroquíes que cuestionaban su «forma de ser, de vestir o vivir». Entre los vallisoletanos, lo que ha encontrado es «libertad».