La vida no es todo actitud, pero sin ella es complicado llegar muy lejos. Otra cosa distinta es que sin brújula o unas básicas nociones de astronomía las posibilidades de perderse en una travesía son totales. Para llegar a un destino es fundamental saber la dirección correcta. Insisto en lo de la dirección, porque el movimiento nunca ha sido un método efectivo. Solo le salió bien a Cristóbal Colón y no me atrevería a repetir la experiencia.
Hago esta introducción, porque la clase política occidental está convencida que el problema social es la desigualdad. El reparto de la riqueza es el eje de la política gubernativa. Esta idea es común en todos los estamentos sociales. Si me apuran, hasta algunos ejecutivos de éxito (brutalmente remunerados) lo piensan.
Me gustaría coincidir con el análisis, pero es falso. La clave es la generación de riqueza. No es la codicia capitalista o mercantilista, sino el deseo individual de ser dueño de si mismo e impulsar un sueño. A este sujeto antes se le llamaba emprendedor, ahora es un explotador y una especie en peligro de extinción.
Los codiciosos o ególatras son superiores en número a este reducido colectivo, porque los arribistas se aprovechan de las fallas del sistema; no crean, sino que usan sus contactos. La legislación laboral o fiscal puede asfixiar a esos soñadores. Y la triste realidad es que dicho colectivo mengua y no solo por la implosión poblacional, sino por la aversión al riesgo y al estigma social.
Demasiada gente solo desea lo material a cambio de nada. El sueldo sin valor productivo o el ocio sin trabajo no tiene recorrido. El bien más importante en cualquier sociedad es la vivienda, no solo por su uso sino por el esfuerzo realizado para su obtención. En España por un extraño prejuicio una élite entiende que su propiedad no es un derecho a proteger sino un activo para expropiar por la fuerza de los hechos. No se comprende la ceguera política en ver lo injusto del planteamiento y el daño a los propietarios pobres; los cuales ven que la equidad desaparece sobre este asunto.
Las consecuencias económicas son brutales, porque al ignorar los derechos de propiedad impedimos la creación de riqueza. Esto no es teoría macroeconómica sino puro sentido común. La envidia y la pereza defienden posturas que dañan al colectivo. La clase política no debería estimularlas. Estamos caminando por un sendero peligroso.