Daniel Pérez tuvo que alojarse un par de días en la casa del alcalde de Castrillo de Duero, su primer destino como cura tras ser ordenado en 1956, porque nadie le acogía en un pueblo que había sufrido mucho durante la guerra y que aún tenía reminiscencias del pasado: «Al final lo hizo un joven matrimonio, que tenía dos hijos, y así, lo que les podía dar les ayudaba a pagar la casa». A sus 92 años es el segundo sacerdote en Valladolid con más años desde su ordenación. De aquello han pasado 68 y varios destinos, aunque no ha cesado sus ganas de seguir ayudando, ahora en la Residencia Santa Marta, donde vive desde hace un lustro, y donde da misa cada dos días.
Atanasio Martín cumple este 2024 sus Bodas de Diamante (60 años como sacerdote). En la antigua Escuela de Comercio coincidió con Miguel Delibes, que le llegó a comentar: «Páter, me dicen que me examine aquí de Lengua para dar clases»; vivió la 'gran desbandada' de 1972 y durante más de cuatro décadas fue el sacerdote de la iglesia Nuestra Señora de la Victoria, en cuyos locales 'nacieron' el CD La Victoria, la Asociación de Vecinos, el Hogar del Jubilado... hoy sigue en activo como capellán de la Casa de Beneficencia.
Daniel y Atanasio son la voz de la experiencia de la Iglesia. Suman, entre ambos, 128 años de sacerdotes y, por eso, hablan con sabiduría de los cambios que ha vivido su Iglesia, de la falta de vocaciones y dan algunas recetas para paliar, tanto a corto como a largo plazo, la carestía de sacerdotes.
Ambos vistieron con sotana, dieron misa de espaldas y en latín, y se desplazaron en bicicleta. Guardan una profunda amistad, forjada por esos años de sacerdocio y por la coincidencia de que sus hermanas, Felisa y Maruja, también fueron amigas. Hoy, y desde el Concilio Vaticano II, no visten con esa sotana; dan misa de frente y en castellano, y se desplazan en transporte público. Los dos se sientan uno enfrente del otro en la Residencia Santa Marta. Para hablar.
«Claro que ha cambiado la Iglesia. Por ejemplo, cuando murió Franco se hacían muchas tareas sociales que no le correspondían. En los locales de la iglesia de La Victoria arrancaron clubes de fútbol, asociaciones, se daban clases para sacarse el graduado escolar... hubo encierros y huelgas, como los de Michelin (que duró tres meses) o Fasa (15 días)», narra Atanasio Martín. Natural de San Pedro de Latarce asegura que quería ser cura desde joven pero que, de primeras, los mozos de su pueblo le convencieron de que no: «Al final, me enteré de que Longinos, que luego llegó a ser alcalde de Vezdemarbán, se iba al Seminario y me fui yo también». Tenía 12 años y llegó a Valladolid, donde vivían dos hermanas. En 1964 fue ordenado y fue enviado a Peñafiel, su primer destino.
Por entonces, en el Seminario se estudiaba 5 años de Latín, 3 de Filosofía y 4 de Teología. Casi todo en latín y griego, tanto las clases como los exámenes.
Como unos años antes le ocurrió a Daniel Pérez. Natural de Pesquera de Duero, tuvo claro desde los 13-14 años que quería ir al Seminario, donde ya tenía a un hermano mayor -luego este último se saldría y Daniel seguiría-. En su caso a Palencia, donde le correspondía por Arzobispado. Se ordenó en 1956 y ese primer destino fue al lado de casa, en Castrillo de Duero. «La Iglesia ha cambiado un montón, muchísimo, en estos años (...) Por ejemplo, ahora vienen muchas monjas de fuera de España, de países que están como nosotros antes, con muchas vocaciones», asegura.
Ambos han pasado por varias localidades. Atanasio por Peñafiel (donde solo existía una bodega, Protos, cuando él llegó; y donde vivió con otras cinco personas en un piso), Padilla, Fompedraza, Molpeceres, aunque pronto vino a la capital, donde fue Consiliario de Jóvenes de Acción Católica, para estar durante 45 años en Nuestra Señora de la Victoria, dando clase de Religión 28 de ellos en el Instituto Ferrari. Desde 2019 está en la Casa de la Beneficencia, y sigue ayudando en La Victoria: «Nosotros no nos retiramos, seguimos siendo sacerdotes siempre. Puedes tener nombramiento o no». Daniel, además de Castrillo de Duero (tres años), estuvo otros siete en Castrodeza (donde impartió unos cursillos de Cristiandad, con los que intentó paliar la adicción que había al vino); y otros diez en Villanubla (desde donde viajaba a la capital haciendo autoestop), antes de llegar a la parroquia de Santo Domingo de Guzmán, donde estuvo tres décadas: «Lo dejé a los 75 años. Hace cinco vine a la Residencia, donde digo misa con Jesús Bocos. Cada día, uno».
Los dos se muestran preocupados ante la falta de sacerdotes. En sus épocas, los Seminarios de Valladolid y Palencia contaban con más de 120 futuros curas, mientras ahora en el vallisoletano solo hay 9. «El problema no es solo la ausencia de curas, el problema es la ausencia de fe. No hay creyentes», reconoce Atanasio. «Lo importante es la familia. La ausencia de las familias y que no nacen niños», añade Daniel, a lo que responde Atanasio con claridad: «No hay valores, no hay solidaridad, esfuerzo, respeto... y de eso mucha culpa tiene la enseñanza».
Aseguran que los curas que vienen de fuera son, por ahora, «un parche», y Atanasio se moja: «La Iglesia tiene que cambiar muchas cosas, como permitir el sacerdocio de la mujer». «La actualización de la Iglesia es un proceso. De las comunidades cristianas vivas, de los laicos y laicas que viven la fe de manera intensa y juntos, es de donde deben surgir las vocaciones. Y es importante el testimonio de los más jóvenes», apostilla Daniel.
Los dos tienen claro que seguirán ayudando en la Iglesia siempre que puedan. Como capellán uno, como cura otro. Con o sin nombramiento. Hasta que el cuerpo les aguante.