Desde agosto, es difícil encontrar un día en el que los medios de comunicación no dediquen un espacio a la amnistía de los responsables de las leyes de desconexión y del simulacro de referéndum de 2017, el 'procés'. Las opiniones de los expertos y presuntos expertos, a favor y en contra, se inclinan por la segunda. Cada cual hace una lectura diferente de la Constitución, especialmente del Artículo 62.i. Están los que la consideran ilegal, los más numerosos, ya que en ella no se autorizan los indultos generales lo que conlleva la posibilidad de una amnistía. Otros, por el contrario, sostienen que, al no estar incluida la prohibición en el texto constitucional es posible concederla, o lo que es lo mismo, no hay base legal para impedirla. Entre unos y otros han conseguido que todos nos sintamos especialistas en el tema y practiquemos el deporte favorito uno de los españoles, ser expertos en todo. Personalmente, se me ha hecho bola «el compromiso histórico» de Puigdemont y, desde el plano político, me produce cierto sentimiento de humillación.
Durante más de dos meses, desde la derrota en las urnas del PSOE de Sánchez el 23-J, al detectar aritméticamente que su posible continuidad como presidente del Gobierno dependía de 854.000 votos (los 14 escaños de Junts y ERC), se da por hecha. Pero el presidente en funciones decide jugar al ratón y al gato, no la ha querido citar por su nombre («de ella no hablo»), es como si hubiese invitado a «un cuñado» a la paella del domingo y se avergonzase de él y, lo que es peor, no la explica, dice que lo hará en la exposición de motivos de la ley. No quiere que conozcamos qué extraño misterio hay entre el 21-J, cuando aseguró públicamente que no habría amnistía, y el 25-J, momento en el que empezó a ser algo necesario e inevitable. Ser coherente todos los días a todas las horas puede resultar un coñazo, no serlo nunca es de una gilipollez suprema. Elijan ustedes lo que quieran.
Hasta el pasado 7 de octubre, en Granada, no quiso o no se atrevió a utilizar la palabra amnistía, hasta ese día se refería a la misma como «ella». Desde aquel momento, ha conseguido que investidura y amnistía parezcan la misma cosa. Incluso hemos sabido que a la vicepresidenta Yolanda Díaz, la otra gran derrotada en las urnas, en el colegio de su hija, los padres y madres la felicitan por su visita a Puigdemont y «por todo lo que hace por nosotros». Supongo que le habrán votado, o quizás no. El presidente, ahora que se refiere abiertamente a ella, la considera necesaria para la convivencia, el reencuentro, un gesto de generosidad, la concordia, la solidaridad, un nuevo abrazo de todos con todos ... Todo eso y más está en la Constitución. Fuera solo hay egoísmo, desigualdad, inseguridad, miedo, niebla y reescribir la historia reciente de nuestro país. Moralmente inaceptable e indecente. El ambiente político de la investidura no puede ser más toxico.
Si tan necesaria es la amnistía, no alcanzo a entender cómo hemos podido vivir, hasta ahora, sin ella. Últimamente la tenemos hasta en la sopa, pero la dignidad y los valores se han ido en autostop. La amnistía no hará de neuroléptico para frenar los delirios independentistas de una parte de la sociedad catalana, la cual previamente había sido envenenada con fantasías y mentiras.
Sin ser jurista y mucho menos constitucionalista, parece simple entender la diferencia entre indulto y amnistía. Con el primero el Estado perdona, mientras que, con la segunda, el Estado pide perdón. El indulto cancela las penas, la amnistía borra el delito. ¿Dónde y cómo queda el discurso del Rey del 3 de octubre de 2017? Sin duda él fue quien mejor estuvo en aquellas tristes fechas. ¿Debería dirigirse a la nación corrigiendo aquellas palabras y pedir disculpas? Puestos, le podíamos incluir en la amnistía.
En el caso que nos ocupa, la amnistía es un negocio en el que se mercadea con la soberanía nacional y sus fronteras. Se cambian votos por ella para seguir en la Moncloa. No es una cuestión jurídica, es una cuestión ética ligada al respeto, la justicia, la integridad, la lealtad, la equidad... De todo esto hay entre poco y nada en la negociación de Sánchez con los partidos independentistas catalanes y vascos.
Con esta amnistía no termina nada. No se cierran antiguas heridas, ni se superan los efectos del 'procés', ni es un «guiso que todavía no está en el fuego» como ha dicho, el cada día más descentrado y desabrido, Patxi López. Que se lo pregunte a Yolanda Diaz que es el perejil de todas las salsas. La amnistía es el peaje que tiene que pagar Sánchez a los partidos independentistas para seguir en la Moncloa y abrir la carpeta catalana, que no es otra cosa que dinero y legitimidad para un referéndum unilateral de autodeterminación, sin asunción de culpa y sin renunciar a intentarlo de nuevo. En la negociación sobra lejía para blanquear, cinismo, desconfianza, egoísmo y mucho chantaje. No busquen otros misterios.
Desde que Sánchez pronunció la palabra amnistía y señaló los objetivos que persigue con ella, el cuerpo te pide solicitar el Nobel de la Paz para él y, de paso, que los amnistiados tengan puesto preferente en el desfile del próximo 12 de octubre.
Para que no hubiese dudas de la unidad del PSOE en este asunto, todos los secretarios provinciales del partido (¿lideres?) firmaron un manifiesto de apoyo a Sánchez a favor de la negociación que está llevando a cabo y que, se supone, no conocen. Me recordó aquello que solía decir Santiago Carrillo de que «es mejor equivocarse en el partido, dentro del partido, que tener razón fuera de éste o contra éste». Muy del pensamiento leninista. Sin duda habría sido mejor que hubiesen leído a Dostoyevski, también ruso, cuando afirmó que «es mejor equivocarse siguiendo tu propio camino que tener razón siguiendo el camino de otro». Pero para eso hay que tener calidad moral.
La primera víctima en esta negociación está siendo la verdad. Sánchez es un experto en juguetear con las mentiras y romper puentes. Si fracasa, cuestión un tanto difícil pues tiene grandes tragaderas, aunque cuanto más se alargue la negociación más aumentará el riesgo, iremos de nuevo a elecciones. El relato, que no la ideología de la que carece, ya lo tiene escrito. Culpará a las exigencias de los independentistas y que, por el bien de España, no estaba dispuesto a transigir. Si llega ese momento la pregunta será ¿llevará en el programa electoral para las nuevas elecciones la amnistía y el referéndum de autodeterminación?
Antes de dar el paso de ir a nuevas elecciones, que no interesa a ninguna de las partes negociadoras, tendrá la desfachatez de pedirle a Feijóo, directa o indirectamente, «una abstención patriótica» que facilite su investidura. Podría haberlo planteado antes y al revés. Es un tema serio para andar haciendo chistes, pero estoy seguro de que algunos de ustedes, cuando se han enterado de las llamadas telefónicas entre Sánchez y algunos lideres independentistas, no han podido dejar de pensar en Gila.
El mismo día 7 de octubre, cuando Sánchez cambió el pronombre personal «ella» por la palabra amnistía, la Princesa de Asturias se encomendó a la Virgen del Pilar. No me extraña.