"Mi corazón sigue en Ucrania, pero mi hogar ya está aquí"

David Aso
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«Muchos de mis familiares han decidido seguir en Ucrania, a pesar de que a veces ven las bombas tan de cerca que llegan a leer los números que llevan», cuenta Tetiana Kalinchuk, afincada en Valladolid desde antes de que estallara la guerra

Tetiana Kalenchuk, vestida con una camisa tradicional de Ucrania, en su rincón favorito de Valladolid: la plaza de San Pablo. - Foto: Jonathan Tajes

Años en valladolid: Cinco
Profesión: Administrativa
Comida y bebida favorita: Costillas de cerdo y vino
Rincón favorito: Plaza de San Pablo

Difícilmente podía imaginar Tetiana Kalinchuk (Shargorod, 1986) el futuro que le esperaba a Ucrania cuando decidió emigrar a Valladolid a finales de 2018. Ni siquiera cuando, a sólo unos días de que estallara la guerra, merendaba con una amiga rusa en una cafetería del centro y el camarero les deseó paz a ambas. «No creía que pudiéramos llegar a esto», relata. «El mismo 24 de febrero por la mañana (ya del año 2022, horas después de iniciarse la invasión), mi amiga me llamó para pedir perdón por su país». Entre ellas no ha habido conflicto, pero los contactos se han ido espaciando hasta enfriarse la relación.

Tetiana («con 'a' en ruso, con 'e' en ucraniano») vino «de visita» a la ciudad con su marido y sus dos hijos, que entonces tenían siete años y siete meses, porque una hermana vivía aquí. «Como mucho pensábamos en la posibilidad de quedarnos unos meses si encontrábamos trabajo para hacer dinero antes de volver». Bien pudo documentarse mejor porque, sin asegurarse antes una contratación en origen, no hay empleo legal posible para un extracomunitario hasta dos o tres años después, salvo atajo burocrático por asilo o similar. «Fue una locura», reconoce. De hecho, ella era contable en el Ayuntamiento de Shargorod y su marido, soldador en una empresa. Llegaron además con ahorros que creían para «varios meses», pero apenas llevaban uno cuando, a principios de 2019, ya tuvieron que recurrir a Accem, que les facilitó un techo. «Habríamos vuelto si nos hubiéramos podido pagar el viaje, pero no teníamos ni para comprar un dulce a mi hijo mayor», y a través de esta ONG, «después de diez meses muy duros», lograron asilo y permiso de trabajo.

Tetiana empezó entonces a cuidar a personas mayores y su marido encontró trabajo de soldador en una empresa que, el pasado enero, también la ha contratado a ella como administrativa, y así han podido asentarse en La Rondilla. Llegaron sin saber «ni una palabra de español», pero el empleo ha sido su mejor escuela y hoy se desenvuelven con envidiable solvencia para el tiempo que llevan, mientras sus hijos ni hablan ucraniano. «Encantados» con la ciudad, «verde como Shargorod y con mejor clima para la salud»; y con los vallisoletanos, «muy solidarios», según ha comprobado por la asociación de ucranianos con la que se canaliza ayuda a su país. Allí sigue «de cabeza y corazón» sobre todo porque la mayoría de sus familiares no han querido salir pese a «ver tan de cerca las bombas que a veces leen sus números». Sueña con el fin de la guerra para poder regresar, pero cree que cuando lo haga será «de visita» porque siente que su «hogar» ya está en Valladolid.