La ocupación por parte de Israel del llamado corredor de Morag en la Franja de Gaza confirma la estrategia de fragmentación territorial que Netanyahu ha aplicado desde el inicio de su ofensiva. Con esta nueva línea de ocupación, el enclave palestino queda aún más fraccionado, aislando a Rafah y poniendo bajo control israelí la totalidad de sus fronteras. Esta medida, además de ahondar la crisis humanitaria en la Franja, refuerza un modelo de presión militar que condiciona cualquier solución política al conflicto.
El propio Netanyahu es claro en su mensaje: «Estamos dividiendo la Franja y aumentando la presión paso a paso», despejando cualquier duda sobre que la fragmentación de Gaza es un mecanismo de presión para obtener la liberación de los rehenes en manos de Hamás. Pero, la ocupación progresiva de Gaza apunta a una intención más profunda: la consolidación de un control militar duradero sobre el territorio palestino, más allá del argumento de la seguridad y la recuperación de los rehenes.
Con el corredor de Morag, Israel controla ya tres divisiones clave: el corredor de Netzarim, que separa el norte de la Franja de su capital, y el de Filadelfia, que delimita la frontera con Egipto, por lo que Gaza se compone de enclaves desconectados, donde la movilidad de la población es prácticamente imposible y el acceso a ayuda humanitaria queda sujeto a la voluntad israelí.
Rafah ha sido especialmente castigada por esta estrategia. Desde el lunes, Israel ha emitido órdenes de evacuación que han obligado al desplazamiento forzoso de al menos 50.000 personas, agravando una crisis humanitaria ya insostenible.
Aunque el argumento de la seguridad nacional israelí es legítimo en el contexto de la guerra contra Hamás, la ocupación progresiva de Gaza y el sometimiento de su población a una situación de asfixia humanitaria hace prácticamente imposible cualquier posibilidad de una solución justa y duradera. La comunidad internacional debe exigir el respeto del derecho internacional humanitario y el cese de estas tácticas de fragmentación, que no sólo prolongan el sufrimiento de los palestinos, sino que alimentan un ciclo de violencia sin fin y hacen imposible la paz.
Israel tiene el derecho de proteger a sus ciudadanos y exigir la liberación de los rehenes. Pero ese derecho no puede ejercerse a costa de la destrucción sistemática de Gaza y la condena de su población a la desesperanza. La paz y la seguridad en la región solo serán posibles cuando la estrategia de la fuerza bruta ceda espacio a un diálogo político que reconozca los derechos de ambos pueblos a vivir con dignidad y en paz.