En condiciones normales, la pequeña Luania se estaría debatiendo ahora mismo entre la vida y la muerte. Recién cumplido su primer año de vida, a esta niña de Guinea-Bisáu le apareció un tumor «gigante» limbo-sacro con afectación retroperitoneal que en su país podría suponer una sentencia de muerte. Porque allí no existe como tal un servicio de cirugía pediátrica, porque el país no tiene las condiciones sanitarias idóneas para acometer esta intervención y porque, además, recibir asistencia sanitaria en esta zona de África tiene un coste que la mayor parte de la población no puede asumir.
Pero el fatídico destino de Luania cambió cuando se cruzó en su camino la asociación Sopesur (Solidarity Pediatric Surgery), presidida por el jefe de Cirugía Pediátrica del Hospital Clínico Universitario, José María Pradillos. Este colectivo trabaja desde hace años en este país para salvar de la muerte a niños con patologías que no se pueden tratar en sus lugares de origen. En este caso, personal sanitario del Gobierno Vasco que está instalado allí, porque esta Comunidad también colabora con este país, aunque no opera, se puso en contacto con la asociación para pedir ayuda y, tras obtener el visto bueno del Clínico, donde se les interviene, Pradillos puso en marcha la maquinaria, que funciona con recursos propios.
«Nos llamaron y nos dijeron que no podían dar respuesta a lo que le pasaba a Luania», recuerda Pradillos. «Tenía un tumor a nivel lumbar muy grande que le salía por la piel», explica. La operación para extirpárselo se llevó a cabo el pasado 7 de diciembre. «Técnicamente fue muy complicada porque el tumor estaba vascularizado y tuvimos que embolizar», asegura.
Pese a las dificultades, el resultado fue satisfactorio, aunque Luania todavía sigue pendiente de algunas pruebas para ver su evolución. Ahora descansa en el propio domicilio del cirujano pediátrico, que está ejerciendo de tutor legal de la pequeña durante su estancia en casa. Esto es así porque Guinea-Bisáu se niega a dejar viajar a las familias de los niños después de que la madre de otra pequeña a la que intervinieron aquí se fuese a Madrid y se negase a volver. En el caso de Luania, viajar para operarla allí no era una opción porque «tenía unas malformaciones vasculares tan severas que no era seguro hacerlo». No era un tumor maligno, pero sí muy invasivo. Lo mismo que pasó hace años con otro niño que tenía malformaciones cervicales.
La niña seguirá en Valladolid hasta que el equipo médico que se ha encargado de ella considere que está fuera de todo peligro. De momento, está pendiente de unos resultados de pruebas anatomopatológicas. «Vamos a asegurarnos de que hemos quitado toda la lesión y, cuando sea así, volverá a casa», sostiene. Dada la urgencia de su caso, Luania vino a España acompañada de un enfermero del Hospital Nacional de Simão Mendes, el mismo que regresó a su país con otros dos menores que habían sido intervenidos en Valladolid. Unas operaciones que no suponen ningún agravio para los pacientes locales, toda vez que no hay lista de espera para las mismas.
Operar en el país
Luania es el séptimo niño que viene a operarse en el Clínico, aunque en otras ocasiones es el equipo del doctor Pradillos el que se desplaza hasta allí, cuando hay condiciones de seguridad para trabajar. «Cuando vamos, la única condición que ponemos es que los niños no paguen nada por las operaciones, porque nosotros compramos todo el material aquí, de hecho, hemos conseguido allí un almacén para no tener que estar llevando y trayendo todo... al final montamos un quirófano ambulante», explica. Al principio el equipo operaba en un hospital privado de Bor, pero dejó de hacerlo al enterarse de que las familias de los niños pagaban por la intervención y había menores que se quedaban al margen por no tener esos recursos.
Todo este trabajo supone un esfuerzo titánico para el doctor Pradillos y su equipo, tanto desde el punto de vista económico como laboral. Aparte de dedicar sus vacaciones a estos viajes de trabajo, ahora prolonga sus jornadas laborales con la paciente que tiene en casa en proceso de recuperación. «Es matador, pero yo siempre quise hacer cirugía pediátrica y ayudar a los que no tienen nada, así que, cuando tuve la oportunidad de hacerlo, lo hice», sentencia el doctor, quien añade que es consciente de ser mucho más necesario allí que aquí. «Si yo no estuviera aquí, estaría otra persona, pero allí no va nadie», finaliza. Excepto él y su equipo.
Los siete de Pradillos
El doctor Pradillos y su equipo han consolidado un vínculo con Guinea-Bisáu que ha salvado muchas vidas. No solo con las operaciones que han hecho aquí, también con los que han tenido la suerte de poder viajar a Valladolid para someterse a unas intervenciones inviables en su país. Luania ha sido la última, pero esta niña de 14 meses ha tomado el relevo de otros que hicieron ese viaje de más de 4.500 kilómetros.
Ibraima y Abdel Ravi, de siete años y tres meses, respectivamente, estrenaron el puente aéreo. El primero tenía un tumor cervical intrarraquídeo. «Se intentó una resección en Bisáu, pero ante la ausencia de neurofisiología y la posibilidad de daño neuronal, se decidió el traslado al Hospital Clínico Universitario de Valladolid para su exéresis», apunta el cirujano pediátrico. Durante el proceso de organización del viaje de Ibraima nació Abdel Ravi. Y lo hizo con el síndrome de bridas amnióticas, caracterizado por causar lesiones por constricción. En su caso, estaban afectadas las extremidades inferiores y el brazo derecho y requería cirugías e injertos. Así que se decidió que en el mismo viaje se desplazasen los dos. Ambas intervenciones fueron un éxito. Actualmente Ibraima ayuda en las tareas agrícolas a su familia y no tiene ningún tipo de discapacidad y Abdel Ravi también hace vida normal después de salvarse de una amputación.
La siguiente en venir, esta vez desde Gambia, fue Aminata, de 13 años, gracias a las gestiones de la asociación Ayepu y al doctor Óscar Martín. Su problema era una malformación anorrectal. «Vino portando una colostomía prolapsada e incontinencia urinaria», recuerda el doctor. Unos problemas que Pradillos también pudo solucionar.
La siguiente en subirse al avión fue Naomi, con un cuerpo extraño bronquial (un clavo). «Intentamos sacarlo allí, pero estaba muy cerca de la arteria pulmonar y no era seguro, así que lo trasladamos al Clínico», señala Pradillos. Después de la intervención, la niña volvió a su país curada y sin ningún tipo de patología respiratoria.
El siguiente caso fue el de Celestino, que padecía una estenosis esofágica por una ingesta accidental de sosa cáustica. «Requirió dilataciones esofágicas hasta conseguir una ingesta sin problemas de líquidos y sólidos», explica el doctor. Un caso delicado del que se sigue haciendo «estrecho» seguimiento en Guinea-Bisáu, mediante el envío de material necesario para su tratamiento.
La última en llegar antes de Luania fue Aida, con un onfalocele gigante con contenido intestinal y hepático «que conllevó un patrón restrictivo pulmonar tras su cierre, además de hipertensión pulmonar». Pero finalmente volvió a su país curada y ya hace vida normal.