Las políticas restrictivas de las diferentes administraciones, la subida de precios y una mayor concienciación sobre los peligros del tabaco entre la sociedad han hecho que las ventas de este producto no dejen de bajar en los últimos años. Bien es cierto que esa caída se ha moderado en el último lustro frente al desplome que supuso la entrada en vigor de la Ley Antitabaco en el año 2006. Por entonces los vallisoletanos compraban más de 46 millones de cajetillas al año, según los datos del Mercado para el Comisionado de Tabacos, que depende del Ministerio de Hacienda. Cinco años después, en 2011, justo cuando se prohibió fumar en todos los lugares públicos cerrados, incluidos los locales de hostelería, esa cifra ya había bajado hasta los 32,2 millones. Y desde entonces la tendencia ha sido la misma, hasta llegar a los 22 millones de cajetillas vendidas el año pasado, la cifra más baja desde que hay datos.
Y podría no ser el final de esta caída, teniendo en cuenta que la nueva ministra de Sanidad, Mónica García, está recrudeciendo la lucha contra la nicotina. De hecho, entre sus planes está una subida de impuestos, que se uniría al reciente incremento del precio en muchas marcas, y la prohibición de fumar en terrazas de hostelería, aunque sean al aire libre.
Otro de los objetivos es abordar la regulación del cigarrilo electrónico, un producto que ha experimentado un importante incremento entre los jóvenes. Así lo desvela la reciente Encuesta sobre el uso de drogas en enseñanzas secundarias en España (Estudes), que apunta que el 53,1% de los estudiantes de entre 14 y 18 años de Castilla y León había probado alguna vez los vapeadores, un porcentaje que en el mismo estudio del año 2014 'solo' era del 14,6%, lo que demuestra la tendencia al alza del uso de estos dispositivos entre los adolescentes. Eva Redondo, técnica de prevención e información de la delegación provincial de la Asociación Española contra el Cáncer (AECC), confirma el auge de este producto entre los más jóvenes. «Su venta está dirigida a ellos, con colores vivos y precios bajos», señala. Además, destaca que ese 53,1% que lo han probado alguna vez contrasta con el 33% del tabaco en la misma franja de edad.
Los vapeadores, a diferencia de lo que piensa una parte de la población, no son una alternativa más saludable al tabaco tradicional. «Se intentan vender como un producto menos dañino, pero se está demostrando que no es así», añade la trabajadora de la AECC. Y lo confirma el propio Ministerio de Sanidad, con una guía en la que alerta de que «no son inocuos para quien los consume ni para los que están alrededor». En el mismo documento incide en que «perjudican la salud» y «no son una alternativa saludable» al tabaco. Y añade que no emiten vapor de agua, un «término engañoso», sino que emiten aerosoles y no son una buena opción para intentar dejar el tabaco».
Ya sea por la subida de precio o por otros factores, otro contraste que muestran las estadísticas de los últimos 15 años en Valladolid es la caída del consumo de cigarrillos frente a la subida del tabaco de liar, que se produjo, sobre todo, entre 2008 y 2013, al pasar de 9.509 kilos vendidos a 68.737. Después, descendió, aunque nunca por debajo de los 50.000 kilos. Por otro lado, la venta de cigarros puros también ha registrado un lento descenso en los últimos años. De 32,8 millones vendidos en Valladolid en 2016 se ha pasado a 26,3 el año pasado. Por último, en lo que se refiere al tabaco para pipa, ha seguido el camino contrario, y se ha incrementado de 7.620 kilos a 12.047 en ese mismo periodo.
En el ámbito nacional, Cataluña es la que más cigarrillos consumió el año pasado, con algo más de 418 millones de cajetillas, seguida de los 360 de Andalucía y los 256 de la Comunidad Valenciana. Castilla y León ocupa el séptimo lugar, con 108,8 millones, aunque esta lista está condicionada por el nivel de población de cada comunidad.
Por marcas, la más vendida el año pasado en España fue Marlboro, con algo más de 300.000 cajetillas. Camel es la segunda, con 241.
Programa de deshabituación
La AECC tiene un programa de deshabituación tabáquica en el que todos los años ayuda a los vallisoletanos que quieren dejar este dañino hábito. Antes de la pandemia la cifra de participantes rondaba los 135 divididos en nueve grupos, pero las restricciones redujeron la participación y el ritmo de entonces todavía no se ha recuperado. El año pasado participaron 30 personas en dos grupos. El porcentaje de éxito al finalizar este programa es del 65%, un indicador que baja ligeramente después, tal y como ha comprueba la AECC en su trabajo de seguimiento. «El primer año es el más peligroso para recaer», explica Redondo.
Este programa consiste en una terapia combinada que comienza con una entrevista individual a la personas que quiere dejar de fumar. Posteriormente hay nueve sesiones para abordar las tres fases: preparación, donde el usuario mejora el conocimiento de su hábito; ejecución, donde decide cuándo empezar, y mantenimiento y seguimiento.
Desde la asociación también defienden la nueva regulación que se avecina sobre los cigarrillos electrónicos y piden que las restricciones se equiparen a las de los convencionales.