El viaducto del Arco de Ladrillo está protagonizando el mes de junio en la capital vallisoletana. Primero llegaron unas obras de urgencia anunciadas por el Ayuntamiento de la noche a la mañana, que han obligado a cortar un carril en cada sentido, después de negar durante meses que corriese peligro de verdad ese paso elevado, cuyos riesgos ya se habían advertido hace tiempo. Y desde principios de semana se conoce el proyecto de Adif para la construcción del paso inferior, lo que supone el derribo del viaducto apenas meses después de una inversión municipal de dos millones de euros. Algo no cuadra en esta disputa urbanística que tiene un trasfondo político de enorme importancia, ya que la ejecución del paso subterráneo supondría un gran avance hacia la integración del ferrocarril. Este pulso que sostienen el alcalde, Jesús Julio Carnero, y el ministro de Transportes, Óscar Puente, es clave para enterrar definitivamente el sueño del soterramiento o mantener viva la llama durante unos años más.
Argumentos para una u otra decisión siempre hay, aunque ciertamente hasta ahora Adif ha puesto sobre la mesa varios estudios y un proyecto de construcción con respuestas a las dificultades planteadas desde el equipo de gobierno municipal. La principal queja del alcalde y sus concejales son los problemas de tráfico que crearía el cierre al paso de vehículos durante casi dos años (22 meses) por la zona de Arco de Ladrillo, un acceso para la entrada y salida de la ciudad, algo que sin embargo no comparten desde el Ministerio, que plantea en su proyecto varios recorridos alternativos que absorberían alrededor de un 80 por ciento de la circulación en horas punta a través de los túneles de Panaderos y Labradores (cuya obra terminará en pocos meses). Si el principal punto de debate fuera éste, quizás los técnicos de ambos departamentos podrían reunirse y buscar soluciones y desvíos alternativos para acometer la obra cuanto antes y en el menor tiempo posible. Esto sería bastante sensato, ya que hasta ahora únicamente se utiliza este argumento desde el Consistorio para rechazar la obra y si hubiera otros con mayor o menor peso deberían ponerse cuanto antes sobre la mesa para abordarlos.
Digo esto porque creo que ambas partes son conscientes de que con esta obra se están jugando algo más que una intervención prevista en el guión de la integración ferroviaria en superficie, cuyo convenio sigue actualmente en vigor y, por lo tanto, siguiendo la hoja de ruta marcada desde hace años. Carnero y Puente, que es lo mismo que Ayuntamiento y Ministerio, saben que quien se lleve el gato al agua en Arco de Ladrillo tendrá mucho terreno ganado en su disputa sobre si debe acometerse el soterramiento o continuar con la integración. El paso inferior previsto haría casi imposible enterrar las vías en ese punto, ya que el túnel debería alcanzar los 40 metros de profundidad, algo que incrementaría mucho más el elevado coste económico de dicho proyecto. No obstante, la paralización de esta obra necesitaría la denuncia del convenio firmado en la sociedad Valladolid Alta Velocidad, en la que participan el Ayuntamiento, la Junta, el Ministerio y Adif), pues a pesar de la oposición municipal, la mayoría en dicho organismo llevaría al inicio de las obras en el primer trimestre del próximo año, casi cuando aún esté fresco el cemento de la actuación urgente que se está acometiendo ahora.
Lo cierto es que con todo este galimatías urbanístico y una pelea política soterrada -nunca mejor dicho-, los máximos perdedores son los ciudadanos. Cuando las administraciones deberían dialogar, acordar y ejecutar el mejor proyecto para los vallisoletanos, están tirándose los trastos a la cabeza.
Cuando los responsables políticos deberían hablar de rapidez, agilidad y modernidad están a ver quién pone más trabas al proyecto que quiere realizar el otro. Desde luego, aún estamos a tiempo de enderezar un debate que únicamente debería regirse por la sensatez, el rigor técnico y las posibilidades económicas, sin dejar espacio a estrategias políticas de unos y otros. Aún confío en que pueda haber una solución, una salida consensuada que permita a los ciudadanos disponer de una vía de comunicación del siglo XXI en el menor tiempo posible y con los inconvenientes mínimos. Todos conocemos los incordios que producen las obras en nuestra calle (y no hay pocas precisamente en la ciudad) o en nuestra casa, pero luego suele merecer la pena cuando se ven los resultados.
Si nuestros políticos no entienden esto y siguen cada uno a su interés, que no se extrañen luego de la irrupción de tuiteros, youtubers y demás influencers en las elecciones. La gente ya está harta. Ya estamos hartos y queremos soluciones y argumentos técnicos. Dejen la política para otras cosas.