Pues naturalmente que el secretario general de Junts, Jordi Turull, decía la verdad cuando anunció que Puigdemont se verá con el presidente del Gobierno central, Pedro Sánchez. Sospecho que este encuentro, no confirmado por La Moncloa, será el tema 'estrella' en los contactos que Sánchez mantendrá esta semana con periodistas de toda laya. ¿Cuándo tendrá lugar esta reunión? ¿Dónde? ¿Con qué temario? ¿Habrá foto para inmortalizar el encuentro --las fotografías siempre se cuidan mucho en La Moncloa, no sé si tanto en Waterloo--? El caso es que, además de con la prensa (y con Puigdemont, claro), tiene el jefe del Ejecutivo otras dos citas, que pueden o no ser clave, depende de con qué espíritu se afronten: una, con el president de la Generalitat, Pere Aragonès, esta semana; la otra, con el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, aunque sobre esta última existe casi tanta opacidad e incertidumbre como con la del fugado en Waterloo.
Sánchez se enfrenta estos días prenavideños nada menos que a la configuración formal de su Gobierno, con la salida del mismo de la 'superministra' de Economía Nadia Calviño: ¿quién será el sucesor o, más probablemente, la sucesora?. Y se enfrenta también a algo que yo creo que no tenía del todo previsto: cuál será la orientación de la gobernación del Reino de España. Pienso que con Esquerra, o sea, con la Generalitat catalana, o sea, con Aragonès y Junqueras (suponiendo que ambos sean lo mismo), Sánchez tiene las cosas muy encarriladas: puede que hasta acuerden una fecha concreta --comienzos de 2025-- para las elecciones catalanas, que en buena lógica deberían ser ganadas por el socialista Salvador Illa, y luego, Govern bi o tripartito. Bueno, al tiempo.
No tan fáciles van a ser las relaciones con Junts, o sea, con Puigdemont, o sea con la diosa de la guerra parlamentaria, doña Míriam Nogueras, que nos va a dar tardes de gloria en la Cámara Baja, contribuyendo no poco al desprestigio del Parlamento. Aunque creo que hace bien Francina Armengol tolerando una total libertad de expresión en el Legislativo y no borrando del diario de sesiones los injustos ataques a los jueces de la lugarteniente de Puigdemont. Por ese lado, a Sánchez le aguardan, sospecho, días agónicos.
Y, por fin, uno se siente incapaz de predecir qué saldrá del encuentro (si es que lo hay antes de finales de este año) entre el inquilino de La Moncloa y el aspirante a ocupar el principal despacho monclovita, Alberto Núñez Feijóo. Se aborrecen, pienso, mutuamente. Pero me parece que Sánchez ha comprendido ya que ningún país de Europa mantiene tal incomunicación entre el primer ministro y el jefe de la oposición. Creo que los españoles tendemos muchos motivos para reprochar a Sánchez que no reciba ya, y además con buen talante, a Feijóo; y también hay razones para reprender a este último porque siga poniendo obstáculos al encuentro. Encuentro del que deben derivarse algunos acuerdos, entre ellos la renovación de una vez del Consejo del Poder Judicial, que es atasco que nadie acaba de comprender.
De estas tres citas (y media, que los periodistas también contamos) va a depender bastante el talento y el talante de la gobernación a los españoles. No va a tener fácil Sánchez, no, salir del todo ileso de ninguna de ellas, porque, lo hemos dicho muchos muchas veces, aquí el espíritu navideño es algo que queda para el pasado: la bronca es la tónica previsible, y Sánchez tiene buena parte de culpa de lo que vaya a pasar. Y, a todo esto, ¿qué nos dirá el Rey en el mensaje de Nochebuena ante este clima tan alterado que sufrimos?