1. Teatro Calderón. Si el teatro es para Verónica Serrada «una ceremonia» que ama «profundamente», el Calderón es «el templo por excelencia» de esta liturgia. «He crecido teatralmente en este lugar y ojalá algún día pueda estrenar una obra aquí», dice. Entre sus mejores recuerdos está La Sonata de los Espectros, de August Strindberg, puesta en escena por la compañía de Juan Antonio Quintana. «Además, me encanta la línea de programación actual, con propuestas tan frescas como el recién celebrado #meetyouvalladolid», añade.
2. Pasaje Gutiérrez. Como nieta e hija de comerciantes, Serrada no podía omitir en su lista esta «hermosísima» galería comercial del siglo XIX. «Presidida por el mismo Mercurio, que nos recuerda a los vallisoletanos el encanto del pequeño comercio», señala. Entre sus bares favoritos de la zona está La Sastrería, donde disfruta de grupos como León Benavente, Izal y Dorian mientras toma las que «posiblemente son las mejores copas de la ciudad».
3. Colegio Cristóbal Colón. Alumna de EGB, estudió en el colegio Cristóbal Colón, «un centro no mixto, no laico, pero sí gratuito». De hecho, ‘el Cristóbal’ se convirtió en fuente de inspiración para la escritura de Breakin Barrio, su último texto teatral: «La comisión Pajarillos Educa trabaja fuerte por romper los estigmas de la marginalidad... ¡viva el loco vuelo de los pájaros idealistas!»
4. Plaza de San Juan. El barrio en el que se conocieron sus padres y el paisaje predilecto de su infancia. Allí estaba la casa de sus abuelos y unos árboles que eran tan de la plaza como suyos. Recuerda «el amor infinito de la yaya María, la ‘señora María’ para todos los vecinos», y «los paseos de la mano del yayo Mariano» camino de la Casa de Colón. «Le pedimos un niño a San Juan un 23 de junio de 2009 y nueve meses después llegó nuestro príncipe, fruto de la noche más mágica del año... ¡cuánto tenemos que agradecer a San Juan! ¡Soy sanjuanista!»
5. Heladería La Toscana. Las tardes de estío pucelano en las que la tía Benita le regalaba un rico cucurucho de mantecado son «orito puro» en su memoria emocional. «La Toscana, solo superada por Old Bridge, mi gelatería favorita de Roma... ¡tardé unos añitos en reconsiderar mi ranking de sorbetes extraordinarios! Después del helado tocaba ir a los columpios del Campo Grande, «esos que en la actualidad no superarían ninguna normal de seguridad infantil».
6. Estatua de Neptuno. «Viví muy cerquita del Campo Grande una buena temporada, en la que mi hijo era un mico que balbuceaba: ‘¡Mamá…Tuno…Tuno!’». El niño quería ver la figura pétrea del Dios de la mitología romana. «Nos hicimos muy amigos y lo adoptamos para formar parte de nuestro Olimpo particular»», dice.
7. Biblioteca Adolfo Miaja de la Muela. Sus hermanas y ella se pasaron «media infancia» entre sus libros. «Hacíamos los deberes allí, incluso yo participé en una representación teatral organizada por la bibliotecaria». Las ‘Serradas’ ya eran por entonces ratoncitas de biblioteca que poco a poco descubrían la sencilla felicidad del lector.
8. Plaza del Viejo Coso. Una plaza para soñar. Y, puestos a soñar, Serrada reconoce que si le cae ‘una primi’, no dudará en comprarse un piso en esta zona de la ciudad. «Me chiflan sus balconcitos de madera adornados con enredaderas y la quietud del lugar», asevera. Esta plaza «mágica» tiene «una energía bien distinta, respecto a cuando fue la primera plaza de toros de la ciudad».
9. Torre del Museo de la Ciencia. «La primera vez que me pagaron por escribir fue cuando trabajé en el Departamento de Educación del Museo de La Ciencia», señala. Por entonces de su pluma brotaban «actividades pedagógicas, textos didácticos y personajes al hilo de las exposiciones temporales». Su mirada siempre se desvía al Pisuerga desde su oficina en lo alto de la torre. «Me sentía afortunada, elegida... escritora».
10. Casa de Cervantes. Serrada creció arropada entre los mimos de su tía Antonia, «un ángel en la tierra», y el poeta Ángel Hidalgo, quien le dedicaba un poema cada 21 de marzo, para celebrar su «nueva primavera». Además, los domingos acudían juntos a escuchar versos en ‘Las mañanas de la biblioteca’. «Siempre afirmo que gran parte de mi obra literaria se la debo a él, que me transmitió su amor por la literatura», sostiene.