Miguel García nació un 2 de junio, pero cada 16 de marzo celebra su cumpleaños porque ese día de 2003 estuvo más cerca que nunca de la muerte. Aunque, de algún modo, volvió a nacer. Ese sábado decidió ir de fiesta con otros cuatro amigos, así que todos se metieron en un coche con el que pasaron por Tordesillas, Medina del Campo y la capital. Cuando la noche agonizaba, ellos seguían de bar en bar, bebiendo y cogiendo el coche a ratos. La fiesta se prolongó hasta las 15.00 horas del día siguiente, cuando volvieron al punto de partida, en Tordesillas, y cada uno se fue a casa en su coche, pese a las más de doce horas de excesos que tenían acumuladas en el cuerpo. Miguel apenas tenía que recorrer doce kilómetros, que es la distancia que separa Tordesillas de su pueblo natal: Villán de Tordesillas. Pero él no llegó. Al coger una curva, perdió el control del vehículo, a 150 kilómetros por hora, volcó y salió despedido, porque no llevaba puesto el cinturón de seguridad.
Él puede reconstruir ese momento porque sus amigos, que iban detrás en otros coches, lo vieron todo. Miguel no se acuerda. Ni siquiera sabe si se durmió. Solo recuerda que iba «muy pasado». Dice que tuvo suerte, porque sus compañeros llamaron rápido a Emergencias y el 112 se presentó allí en siete minutos.
Los dos meses siguientes son un agujero negro en su memoria. Cuando se despertó estaba en una cama del Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo. Y ahora ríe al recordarlo: «Lo primero que vi fue un sacerdote vestido de negro y pensé: 'hasta aquí hemos llegado'». Por entonces no tenía ni idea de que de camino al hospital de Valladolid sufrió tres paradas cardiorespiratorias. Que llegó vivo de milagro y que la persona que lo recogió en la ambulancia fue un amigo íntimo con el que había hablado diez minutos antes del accidente. «Ten cuidado con el coche», me dijo. Semanas después, los sanitarios bromeaban con Miguel al contarle que el impacto para su amigo había sido tan grande que tuvieron dudas de a quién tenían que atender antes.
Miguel sufrió una lesión medular a la altura de la cervical cinco que le obligará a estar en una silla de ruedas el resto de su vida. De pecho para abajo tiene sensibilidad reducida. Nadie le dio este demoledor diagnóstico, pero él se dio cuenta pronto cuando vio dónde estaba. «Todos lo sabían, excepto mi padre, que estuvo dos meses pensando que volvería a andar, pero nadie me dijo nada», recuerda.
A los 33 años (hoy tiene 54) tuvo que empezar a aprender a vivir otra vez. A vestirse, a meterse en la cama, a desplazarse por una ciudad casi siempre hostil con las personas con movilidad reducida... a todo. Y su familia y la asociación Aspaym fueron fundamentales para ello. También acabó entendiendo que tenía que perdonarse a sí mismo para seguir adelante, sin echarse nada en cara. Sabe que cometió un error grave que pudo tener consecuencias mucho peores. Y lo cometió muchas veces. El ritual de mezclar alcohol y coche era habitual para él los fines de semana. Ni siquiera algún «susto» previo al grave accidente le hizo cambiar. Su objetivo ahora es que los demás no hagan lo mismo, por eso no duda en dar la cara, aunque se la puedan partir a reproches. Miguel ha colaborado con la Guardia Civil a pie de carretera para concienciar a los conductores de lo que les puede pasar si bajan la guardia. También ha dado infinidad de charlas en institutos. «Ahora veo lo que hacíamos antes con el coche y creo que éramos unos ignorantes». Pero nunca es tarde para cambiar. «No estoy orgulloso de estar en una silla de ruedas ni quiero dar pena, pero si mi experiencia vale para que alguien se conciencie...».