La despoblación rural es un asunto recurrente, que vuelve a los medios cada cierto tiempo, casi siempre coincidiendo con la publicación de los datos que ofrece el Instituto Nacional de Estadística, pero que continúa su camino descendente sin que nada ni nadie haya descubierto aún cómo frenar una caída que anuncia un final irremediable. Quizás les parece que soy demasiado pesimista, me pueden decir que las últimas cifras del padrón indican una recuperación de la población, sobre todo gracias a los inmigrantes, pero lo cierto es que si se analizan los datos se puede observar cómo ese efecto positivo se centra solamente en la capital y los municipios del alfoz.
El análisis realizado este fin de semana por El Día de Valladolid es concluyente. Los municipios con menos de cien habitantes han perdido casi un tercio de su población durante los últimos veinte años. Y esto sucede en una provincia donde más de la mitad de los pueblos no alcanza los 200 habitantes. Un panorama desolador y, sobre todo, sin perspectivas de mejorar en un futuro cercano. Puede que últimamente la población provincial esté creciendo, eso dicen las cifras del padrón, sin embargo las personas se están congregando en la capital y en su entorno. Hay un dato que lo avala: los municipios que más aumentan son Arroyo de la Encomienda, Aldeamayor de San Martín y Zaratán, los tres a escasos kilómetros de la capital vallisoletana y que ejercen de 'ciudades dormitorio' gracias a un menor precio de la vivienda y a una cada vez mayor oferta de servicios.
Lo cierto es que este problema de la despoblación tiene una difícil solución, con la que aún no han dado las administraciones. Planes integrales, ayudas a la vivienda, impulso al empleo, proyectos dinamizadores… nada ha revertido hasta ahora el declive iniciado hace décadas por el mundo rural. Tampoco es que el Gobierno, la Junta o la Diputación Provincial hayan sido muy imaginativos en sus iniciativas, en muchos casos se han dedicado a distribuir millones que se han gastado sin resultados. Muchos alcaldes y vecinos achacan este continuado descenso a la falta de servicios, fruto de lo cual Educación mantiene las escuelas abiertas con tres alumnos y decenas de consultorios siguen activos sin equipamiento y casi sin médico. Esto es una pescadilla que se muerde la cola, no hay servicios porque no hay vecinos o no hay vecinos porque no hay servicios. Es decir, qué fue primero el huevo o la gallina.
La resignación no es una actitud para afrontar los problemas de la vida, sin embargo tampoco es inteligente seguir creyendo que se puede garantizar la supervivencia de todos los pueblos. No es posible y la evolución de los datos de población así lo indica desde hace décadas. Lo que hace falta de una vez es una apuesta firme por una ordenación territorial que concentre los servicios en las cabeceras de comarca -llámense como se quiera si a alguien no le gusta este término- y que los medianos municipios pivoten y centralicen las necesidades de una zona. El dinero es muy importante para garantizar la prestación de servicios y los ayuntamientos no cuentan con una suficiencia financiera para desarrollar sus competencias, ni siquiera las diputaciones pueden sostener los cada vez más municipios casi vacíos. Porque la realidad, como reconocen muchos alcaldes, es que el censo no frena su caída, pero es que en los pueblos vive mucha menos gente de la que está empadronada, con lo que el vacío aún es mayor.
Dije antes que no quería ser pesimista, pero tampoco puedo dejar de plasmar la realidad. Cualquiera que 'tenga' pueblo sabe que, exceptuando el verano y algunos puentes, el mundo rural está cada vez más lleno de calles vacías, casas ruinosas y campos baldíos. Es verdad que aún quedan familias que llegan para levantar el ánimo, para dinamizar la vida de quienes aún resisten o para trabajar la agricultura o ganadería de forma competitiva e innovadora. Sin embargo, estos son pocos y no suponen una solución de futuro. Habrá que pensar en algo, aunque pienso que hasta las administraciones han perdido la esperanza. El dinero no garantiza la solución, aunque ayude.