Lorenzo, Miguelón, Félix y Tomás tienen su sitio en la barra preestablecido. Si cuando llegan hay alguien en su lugar habitual, se quita para dejarles el hueco. Son cuatro de los clientes que desde hace diez años visitan a Marisa y Jose en el Café Bar Porche: «Si faltan algún día les llamamos, para ver si todo está bien». Como ellos, muchos otros y otras, la mayoría ya conocidos del Quiquillo, se citan en este establecimiento gastronómico ubicado en la calle San José de Calasanz, 39, en Las Delicias.
Marisa Merino y Jose del Teso son muy conocidos en el barrio. Trabajaron varios años en uno de los clásicos de la zona, que cerró hace una década en la avenida de Segovia. Tras un impás, se decidieron por coger el Porche, otro de los de toda la vida de Las Delicias, con más de 30 años por entonces: «Había pasado por un par de manos y su última dueña daba algunas tapas y raciones. Nosotros nos decidimos por meter cocina desde el principio porque es lo que te hace sobrevivir». Con ellos se vinieron del Quiquillo muchos clientes y la cocinera, Ana Núñez.
Jose llevaba toda la vida en hostelería. Pasó por el Imperial, por la cafetería Goya en Tudela, por el Quiquillo... Marisa empezó en este último, ayudando los fines de semana. Y Ana, su cocinera, aprendió el oficio en el Boxing, en la carretera de la Esperanza, pasó también por el Quiquillo y acompaña al matrimonio desde que abrieron el Porche en abril de 2014. «Me jubilo en un año y medio», asegura, empezando a traspasar los utensilios de los fogones a Jose.
Torreznos de Soria en el Porche. - Foto: Jonathan TajesTras una pequeña reforma y esa apertura hace diez años, manteniendo el nombre que acompañaba desde sus inicios al bar, apostaron por una sencilla cocina, con una carta llena de raciones, sartenes, montaditos, tapas, bocadillos, sándwiches, platos combinados... algunas de esas creaciones 'heredadas' del Quiquillo, como las alcachofas rellenas de marisco en tempura con reducción de vino, que llegaron a ganar un premio en su día.
«Las croquetas de lechazo, las patatas bravas, la oreja guisada y los torreznos tienen mucho éxito», señala Marisa, desde detrás de la barra del Porche un día que parece tranquilo y en el que la cafetera no para de servir cafés. A los parroquianos, Lorenzo, Miguelón, Félix y Tomás; a trabajadoras de la zona; a clientes de toda la vida, como Arancha: «Aquí no somos clientes, somos amigos».
Al mediodía es el momento de las tapas (gratis) con cada consumición. Arroz picantito, arroz de matanza, arroz negro, patatas con setas, con costillas, paella (los domingos)... son algunos de los guisos y platos que prepara Ana (y ahora Jose); y que en muchas ocasiones se piden a la hora de la comida.
No tienen un menú del día como tal, ya que en la carta hay suficientes propuestas para comer. Aunque cuando más funciona la cocina es los fines de semana, tanto para cenas como para celebraciones y vermús de grupos de amigos: «Un fin de semana podemos despachar dos bandejas de torreznos». «Somos lo que se llama ahora un gastrobar, ¿no?», bromean sus dueños, conscientes de que son hosteleros de 360 grados, desde los desayunos y hasta las cenas: «Aunque cerramos a las once, así que a partir de las diez y cuarto no solemos atender ya cocina».
Abren a las ocho de la mañana y tienen horario continuo hasta esas once de la noche, cerrando los martes. Cuentan con un comedor con diez mesas bajas y varias altas, además de la barra de los incondicionales. La terraza, en la entrada trasera a una especie de patio, es otra de sus joyas.
Calamares, mejillones en salsa, setas, morcilla, pinchos morunos, chipirones, langostinos a la planta, boquerones... la carta es amplia en un local con gente del barrio. «Conocemos el nombre de casi todos», aseguran desde este restaurante 'familiar' por sus dueños y la clientela.