No perdona. No puede hacerlo, pero sí quiere que se haga justicia a la memoria de su padre, el empresario zaragozano secuestrado en Zaragoza por los GRAPO en 1995 y del que nunca se ha vuelto a saber más. O, por lo menos, de su cadáver. Las incógnitas sobre el caso llegan tras el aniversario de su rapto, a la plataforma Max en formato docuserie, Publio. El secuestro sin fin, dirigida por Félix Colomer y en el que participa su hija Carmen Cordón, a quien le ha venido bien «mirar de frente» y abrir la puerta a los sentimientos.
¿Por qué este documental ahora?
Porque quiero que se haga justicia con la figura de mi padre, que fue muy maltratada. Se hicieron cortinas de humo por parte del Gobierno. A la tortura de tener un padre secuestrado al que iban a asesinar, se sumó la maledicencia y las falsedades. Debería haberse preservado su honorabilidad. Y en este mundo tan polarizado, a los que ni han oído hablar del caso les digo que no existe ni argumentación filosófica ni ideológica para robarle la vida a alguien.
Han pasado casi 30 años... Si volviera a pasar, ¿actuarían igual, pagarían un rescate como entonces?
Creo que sí. Desde el primer momento pedimos a la Policía que cortaran las carreteras, que estábamos seguros que se lo habían llevado a la fuerza en un coche. Sabíamos que había sido un secuestro, pero nunca nos habíamos enfrentado al mundo del hampa. Hubo quien nos aconsejó que pidiéramos una nueva prueba de vida antes de pagar, y lo debatimos. Decidimos no esperar, porque cada vez que pedíamos una prueba, tardaban dos semanas. Ya teníamos el dinero (400 millones de pesetas), había costado mucho llegar hasta allí y pensamos: mañana podría estar en casa. Después de 17 años nos enteramos que cuando pagamos mi padre ya estaba muerto.
Tienes tanto miedo y tantas ganas de salvarlo, que incluso pagas sin tener la seguridad de verle.
Su marido y usted fueron a Francia a pagar el rescate ¿Cómo lo vivió?
Yo tenía 27 años y estaba embarazada. No sentí que hacía ninguna machada ni nada valiente. No pensaba en nada más. Nos habían contado que eran gente sanguinaria, impredecible y peligrosa. Pero estábamos deseando ir, pagar y salvar a mi padre. Dar 400 millones a una banda terrorista era un delito y lo sabíamos, por eso decidimos que solo nosotros debíamos hacerlo y no que otros arriesgaran su vida. Fue una locura. No dejaría hacerlo a un hijo mío. No teníamos otra opción.
¿Se sintió mal por llegar a sentirte bien en la espera en un café de París?
Sí. Los secuestradores nos dieron cuatro horas para revisar todo. Y nos sentamos en un café. Me dije, tengo cuatro horas de descanso y me sentí bien. Pero inmediatamente tuve una sensación de culpa. Y me pasó muchas veces. Me preguntaba cómo puede seguir el mundo igual con lo que está pasando. Todavía tengo sensación de culpabilidad si disfruto de la vida como si no hubiera pasado nada, porque es un tema que no hemos podido cerrar.
Para su familia, la cúpula socialista de Interior no lo hizo muy bien, mientras que la posterior del PP con Jaime Mayor Oreja al frente queda mejor. ¿Qué se hizo mal?
Eran momentos muy convulsos para el Gobierno socialista, sus últimos estertores. Estaba el caso GAL, Roldán huido, etc... Y ante una banda terrorista, el GRAPO, otra vez potente pese a que parecía extinguida, prefirieron crear cortinas de humo y decir que igual mi padre se había escapado a Brasil porque tenía deudas. La rabia que tengo es que la Policía actuó tarde. Sabíamos desde el minuto uno que mi padre había sido secuestrado y tardaron tres días en salir a buscarlo. Y era la propia Policía la que expandía esos bulos.
Con el Gobierno del Partido Popular fue un poco mejor la cosa, porque trabajaron conjuntamente la Policía, la Guardia Civil y el CNI.
¿Se acostumbra uno a vivir sin un padre con esa personalidad?
La vida ha seguido. Yo era una niña recién casada. He crecido y soy otra persona que él no llegó a conocer. Creo que robarle a una persona en la paternidad el momento de conocer a su hijo como adulto es una de las cosas más duras. Soy consciente de lo que le quitaron.
No parece muy optimista sobre la posibilidad de encontrar el cuerpo de su padre. ¿Ha tirado la toalla?
Creo que las fuerzas de seguridad se han metido en una vía ciega. Han creído la versión del grapo Silva Sande de que lo enterraron el Mont Ventoux y a lo mejor lo más lógico es que dejaran el cadáver cerca de donde murió (en Lyon). Creo que le dieron dos tiros. Me encantaría cerrar este capítulo, darle sagrada sepultura y tener un sito para rezarle y llorar.
¿Puede perdonar?
Yo no perdono, lo siento, pero no. A mí no han venido a mirarme a los ojos. Sus asesinos no han venido a decirme: «fui idiota, no entendía la vida, creía que mi ideología justificaba asesinar a este buen hombre».
¿Sería capaz de enfrentarse cara a cara a uno de los terroristas?
Félix Colomer, el director, me lo planteó con Silva Sande. Me lo planteé, pero me supera. No tengo esa valentía. No soy tan dura como mi madre, que sería capaz de ir con el bastón a por él.