Un jurado presidido por Mariana Enríquez e integrado por Carlos Castán y Brenda Navarro eligió 'La vida por delante' (Páginas de Espuma, 16 euros), de la bonaerense Magalí Etchebarne, como ganador del VIII Premio Ribera del Duero. Su obra se impuso entre los 1.114 originales de 38 países que participaron este año en la convocatoria. La autora, de raíces españolas (su abuela era asturiana y su abuelo un argentino de padre vasco-francés), presentó hoy en Valladolid su segundo libro de cuentos tras 'Los mejores días' (2017).
¿El Premio Ribera del Duero ha sido un espaldarazo a su labor en un oficio donde puede resultar complicado ganar confianza en uno mismo?
Sí, soy consciente de que, sobre todo en España, soy completamente desconocida. En 2017 publiqué mi primer libro de cuentos, después llegó un poemario ('Cómo cocinar un lobo', 2023) y entre medias estuve trabajando en relatos que luego me puse a editar y a ordenar con el objetivo de presentarme al concurso. Tengo una obra muy pequeña y, literalmente, breve. Un premio literario siempre es un reconocimiento muy gozoso, sobre todo porque la escritura, como decías, es trabajosa y sobre todo es muy solitaria. Es algo que uno hace durante mucho tiempo a solas, sin demasiada noción de hacia dónde vas, y que aparezca un reconocimiento así es como una palmada en la espalda.
¿Qué se encontrarán los lectores que se acerquen a 'La vida por delante'?
Son cuatro relatos relativamente extensos en los que hay personajes que, en cierta forma, están atorados o demorados en el dolor, en pequeñas tragedias de la vida íntima, comunes para cualquier persona, pero que en el caso están miradas muy de cerca. Me interesaba también que eso estuviese de cierta forma desdramatizado. Mientras escribo, como mientras vivo, a veces el dolor empalaga; uno necesita cambiar de tema, abrir la ventana y estar con alguien que le haga reír. En la escritura eso también se me fue haciendo presente en forma de desvíos o salidas. Hay escenas en las que me parecía que el tono de lo doloroso estaba muy alto, en las que me interesaba que también apareciera el humor.
Es el suyo un humor herido, que aparece casi como una última forma de supervivencia.
Sí, es muy linda la imagen. A veces pienso que es como cuando uno sonríe en un funeral. En el medio de la tragedia, la comedia siempre se las arregla para aparecer. Es algo que en la vida y en la literatura está muy enredado, en la vida sobre todo. Casi que la definición del humor es un muy buen salvavidas y una forma de sacar la cabeza del agua.
¿El tono lo tenía claro desde el inicio o lo fue encontrando al avanzar en el proceso?
En general siempre parto o de pequeñas cosas que escucho, que robo de algún lado, o de escenas que veo sin querer, y eso mismo me va dando el registro de la narradora o del narrador, de la voz de quien cuenta. En este caso hay dos cuentos en primera persona y otros dos en tercera, aunque en estos dos últimos se trata de una tercera persona que está bastante cerca de las protagonistas. Eso marcaba de algún modo el tono de la narración, que busca estar cerca de los personajes y concentrado en ellos, como si fuera una conciencia que flotara por encima de ellos como un dron.
Ha comentado que suele afrontar la escritura sin demasiadas certezas. ¿Cómo inició el viaje que ha supuesto la escritura de 'La vida por delante'?
Me cuesta tener planes porque luego me cuesta cumplirlos y me frustro si tengo ideas muy grandes. Una vez hice un taller de dramaturgia con Mauricio Kartun, un gran dramaturgo argentino, y él decía que las ideas había que matarlas, porque es muy difícil trabajar con grandes ideas. Lo que más me sirve es tener pequeños gajos de escenas, palabras, conversaciones... sobre los cuales luego hago crecer el relato, aunque muchas veces no sepa adónde va a ir. Por ejemplo, en el caso de uno de los relatos de 'La vida por delante', tenía un personaje que me interesaba desarrollar: una escritora de novela erótica. Me atraía explorar alrededor de ella y realmente no sabía qué podía pasar. Pasé mucho tiempo pensando dónde situarla y haciendo qué, manteniendo qué tipo de conversaciones con el otro personaje... Y luego a medida que empecé a escribir la salida se fue vislumbrando sola.
Usted es editora, además de escritora. ¿Cómo se conforma un estilo propio y cuál diría que es, en su caso?
Creo que un estilo propio se termina de construir con la mirada de los demás, cuando alguien te lee. En mi caso, creo que hay algo en la escritura y por lo tanto en el estilo que tiene que ver con la insistencia. Más allá de que una muchas veces no tiene mucha seguridad de hacia dónde va, tiene que haber en el fondo como un centro de confianza en tu propia voz. Obviamente una tiene sus referencias y a quien a le gustaría parecerse, pero después no puedes evitar ser tú mismo, con tu propia voz. Me parece que ahí también hace falta un poco de confianza, repetición y arrojo.
La madre, la muerte, el trabajo y el amor son los grandes temas del libro. ¿Cómo logra acercarse con una mirada fresca a cuestiones tan universales y manidas?
Obviamente yo no estaba pensando en temas cuando me puse a escribir, sino en cosas más pequeñas. Después, con la distancia de haberlos escrito y tras haber estado sumergida en esos universos bastante tiempo, sí me pareció que cada uno de los relatos se ocupaba de uno de esos temas, entre comillas, y que también los propios temas viajaban de uno a otro cuento. Hay una frase muy linda de Ricardo Piglia que dice que para un escritor siempre es difícil hablar de lo que hizo y explicarlo; él dice que casi terminas explicándolo en el siguiente libro. Yo creo que eso me pasó también con mi primer libro, 'Los mejores días', que escribí cuando era muy joven, con muy poca consciencia de que estaba armando un libro. Luego, con la distancia, me pareció que estos temas eran como cuatro luces que quizás ya asomaban en aquel libro, y ahora decidí hacerme cargo de ello.
Este año, por primera vez, las cinco finalistas del Premio Ribera del Duero fueron mujeres. ¿Qué momento global considera que vive la creación femenina?
Creo que es un gran momento. Las mujeres obviamente siempre escribieron, eso no es una novedad, pero quizá ahora hay más atención a lo que las mujeres están produciendo y eso no deja de ser algo para celebrar. Cuando se anunciaron las finalistas de este año, Fernanda Trías dijo que era algo a destacar, porque hubiera sido impensable en otro momento. En ese sentido sí es excepcional, pero también es triste que sea excepcional porque cuando ocurre al revés, con cinco hombres finalistas, no nos llama tanto la atención. Yo creo que se dio así en este caso por una cuestión de cantidad y de calidad, pero esto es algo cíclico.
El galardón le ha llegado en un momento especialmente convulso para su país en general, y para la cultura allí en particular? ¿Cómo lo está viviendo?
Es un momento muy complejo en Argentina en lo económico, social, político... Estos días pensaba que, en general, ya recibir un premio de nivel es una suerte, pero en el caso de mi país, todavía más. Es un privilegio total estar recibiendo un premio, con tanto dinero además, por algo que tiene que ver con el arte, y más en un contexto tan complicado y de tanta incertidumbre.
Supongo que confía en que el camino se vaya aclarando poco a poco allí.
Si, el deseo de cualquier argentino es que esto se disipe. En principio todo se está dando de manera tan convulsa que cuesta ver hacia dónde vamos, pero confío que sea como en la escritura, que uno no ve la salida pero que en algún momento aparece.
¿Y cómo valora la apuesta de una denominación de origen por la cultura, como la que hace en Ribera del Duero con este galardón?
Me parece espectacular. Mi novio me decía que ya la relación entre vino y literatura es fabulosa. Entre ambos hay una relación bastante natural, porque son dos actividades que comparten ciertas etapas bastante similares: mucho trabajo, también reposo y vuelta a empezar.