Nombre: Brandon Pinegar.
Lugar de origen: Iowa (EEUU).
Años en Valladolid: 28.
Profesión: Profesor de Educación Primaria.
Comida y bebida favorita: Lechazo y vino de Cigales.
Rincón favorito: Las Moreras.
A veces la vida cambia en un instante, y a menudo por decisiones que tomamos sin ser conscientes de su importancia. Cuando Brandon Pinegar acudió «por curiosidad» a una charla en una Universidad de su tierra natal, Iowa, sobre un programa para estudiar en el extranjero, difícilmente podía imaginar que acabaría cambiando su meta de ser profesor de Español en EEUU por la de profesor de Primaria en la «exótica» Valladolid.
Da clase en el colegio Cristo Rey desde hace once años, pero a la ciudad llegó por primera vez hace 30, en 1994, tras decidirse a participar en aquel programa. En principio para pasar un semestre, después el curso entero de manera improvisada porque se le había hecho corto… No se quedó más porque sus padres no le dejaron. «Acaba la carrera en EEUU y después haz lo que quieras», cuenta que le dijeron. Y lo hizo. Acabó la carrera en 1995 y se puso a trabajar en una escuela de allí hasta que ahorró el dinero suficiente para pasar un año en Valladolid y «buscarse la vida» en ese tiempo. Regresó así en 1997 y ya no se ha movido. Tuvo «suerte» de hacer amigos pronto y conocer uno de los valores que más aprecia de esta tierra, «su gente, hospitalaria y amable», que le facilitó un primer contrato de trabajo y «el jaleo de los papeles» de residencia, «nada fácil para un americano».
Motivación no le faltaba para quedarse definitivamente e incluso sacarse la carrera de Magisterio en la UVa, porque «una cosa importante» que pasaba por alto Brandon en su relato inicial es que, estudiando aquí, conoció a una joven que se preparaba para ser profesora de Inglés en España y que acabó siendo su esposa: «De la amistad al amor, del amor a la boda con la mujer de mi vida, y de ahí a lo más precioso de nuestras vidas, nuestra hija».
La vida que tiene Valladolid es una de las cosas que más le llamaron la atención cuando llegó: «Venía de una cultura donde eso de hacer tantas cosas en la calle no se veía. Los amigos, las terrazas, familias andando de la mano... no estaba acostumbrado, pero me gustaba», recuerda. «Luego la belleza de la ciudad, su historia… Allí cuando se habla de cosas antiguas igual es porque están cerca de cumplir 100 años». Claro que no se adaptó igual de rápido a todo lo que le impactó. Habituado a una sociedad de «casas independientes con jardín», se sintió «un poco agobiado con lo de vivir en pisos en medio de la ciudad». Aunque hoy se declara «encantado con el tamaño de la ciudad: ni grande para abrumar como Barcelona o Madrid, ni pequeña como un pueblo donde te falte algo».
Lo peor de todo para él, eso sí, «que haga frío y casi nunca nieve», a diferencia de Iowa. Es de lo poco que sigue sin gustarle de la que ya es su tierra: «La nostalgia, desde hace tiempo, la siento de Valladolid cuando he viajado a EEUU, donde me he visto extraño». Lógico cuando allí echaría en falta algo más que el lechazo, el vino de Cigales o Las Moreras, que también. «Mi vida está aquí. Mi familia, mis amigos, la oportunidad de trabajar en un colegio como Cristo Rey, alumnos fantásticos, familias fantásticas…». La vida le cambió en un instante para mandarle «de una parte a otra del mundo»; y Brandon, «encantado» de la «suerte» de ser un vallisoletano más.