«Un día me di cuenta de que los platos 'Tigo y Migo' tenían todos un producto verde: aguacate, pesto, una salsa que hacemos aquí y tiene algo de secreto...». La que habla así es Sara Cabello, al frente de una cocina con toque original y en muchos de sus platos, un detalle en verde. El Tigo y Migo, un café-restrobar ubicado en la calle Conde de Ribadeo, 14, tiene mucho de sabor a casa y a tradición, pero también de viajes y de innovación. «Cuando montamos el restaurante, hice una ruta por toda España, buscando ideas y sabores», añade Sara sobre esa originalidad en sus platos.
De eso, de la apertura de este establecimiento, han pasado ocho años, una pandemia y algún que otro cambio.
El Tigo y Migo abrió sus puertas el 9 de marzo de 2016. Lo hizo de la mano de Sara y otra socia (Sara se quedó en solitario el negocio en la pandemia) en un local que había sido de ocio nocturno y que «decían que estaba gafado». Comenzaron con una oferta sencilla, basada en tortillas –uno de sus fuertes aún–, croquetas –cada vez más originales–, torreznos y crepes. Luego llegaron las empanadillas, después los guisos... y ahora cuentan con una amplia carta y con un reciente reconocimiento, un Solete de la Guía Repsol, en este caso seleccionado por cocineros top de toda España (en el suyo por Álvar Hinojal, Estrella Michelin en Alquimia), que lucen con orgullo.
«Cuando abrimos estábamos trabajando en un bar de copas a la vez que estudiábamos. Siempre me había gustado la cocina y este local se había quedado vacío. Me gustaba la zona porque la conocía, pese a eso que decían de que estaba gafado», recuerda Sara Cabello. Tras una remodelación, subieron la valla con un nombre que juega con el 'contigo y conmigo', sin el con; y con el concepto de restobar (mezcla de bar y de restaurante), pero con el nombre de restrobar, ya en esa búsqueda de la originalidad.
«Queríamos hacer una comida casera, que hemos ido mejorando y abriendo a base de viajes y de mezclar ideas», explica una Sara que aprendió cocina de su madre, Marisol, de la que coge sus recetas y a las que va dándoles su toque. De los básicos pasó a los crepres (con el de puerros y gambas gratinado como referencia), las empanadillas (donde destaca la de aguacate y gambas, y de la gambas y albahaca), las croquetas caseras (rebozadas en panko y kikos, con piñones y trufa blanca; de chorizo, piparra y queso curado), o los guisos –ofertan todos los días uno, como arroz a la zamorana, patatas revolconas o fabada– llegando hasta el cocido –los miércoles de octubre a mayo–. También son especialistas en cachopos (de jamón, de cecina y de lomo de bellota) y por su puesto de tortillas: «Comparto ideas con un grupo de toda España. Siempre la he hecho con cebolla, pero ahora estoy probando sin, además de con chorizo picante, riojana o de morcilla».
Abierto de lunes a viernes, de 8.00 a 16.00 (sábados, de 13.00 a 17.00); y jueves, viernes y sábados, también para las cenas, cuenta con un comedor para unas 22 personas y una barra con alguna mesa alta para otras 22. Tuvo terraza en aparcamiento («nos hizo mucho daño cuando nos las quitaron», asegura) y ahora está pensando en retomarla porque tiene la opción, aunque en una zona colindante. «Mi casa es de calidad-precio. Viene gente que se siente familia y que saben que la materia prima es muy importante», añade Sara, apuntando que siempre hay fueras de carta y productos de temporada, que guisa todo con aceite de oliva, que sus rebozados son con pan casero y que tiene clientela de toda la ciudad.