Viendo la que está cayendo, mi padre me contaba estos días una historia que me parece todo un símbolo poderoso de lo que ocurre. Dice que, hace décadas, en su pueblo, algunos de los que se dedicaban a cuidar de los rebaños, para divertirse y pasar el rato, echaban a pelear su mastín con el mastín de otro rebaño, para ver quién salía ganador del combate. No olvidemos que el mastín es totalmente fiel a su pastor y no duda en seguir sus indicaciones de ataque. El riesgo de esta costumbre estuvo en las veces que asomó el lobo y el mastín se enzarzó con el otro mastín, permitiéndole matar las ovejas. Suelen afirmar los pastores trashumantes que donde hay buenos mastines, no matan los lobos. Eso sí, a menos que se les adiestre para hacer lo contrario de lo que deben hacer. Que se les utilice para entretener, incitándoles a una disputa perro contra perro, anulando su misión. Pues esto es lo que sucede hoy. Hay tanta exageración en las palabras, en las formas y en el fondo de buena parte de la clase política, que nos estamos acostumbrando a la mediocridad. Y esto no puede ser, porque salimos perdiendo todos. Cuando la práctica política, que es el instrumento para regular el bien común, está más centrada en el cortoplacismo que en el futuro, demuestra su incapacidad para construir nuestro progreso. ¿Qué está haciendo la clase política con la política, que es la misión más noble de todos los tiempos? No podemos permitir que el talento, la honradez, el respeto o el mérito se conviertan en elementos invisibles en los partidos, en las instituciones o en los gobiernos. No deberíamos tolerar que el insulto sea el lenguaje habitual y la crispación sustituya el deber que tiene la clase política de resolver los problemas de la gente. Y hay unos cuantos. La pugna, día tras día, no puede sustituir el equilibrio porque entonces, como ya ocurre, la sociedad dejará de respetar a la política. Y para ser respetado y hacerse respetar, quienes toman las decisiones que nos afectan a todos -y quienes deben controlar esas decisiones- tienen que actuar con altura de miras y moderación. Cuando vemos a sus señorías en los parlamentos enzarzarse, como mastines, en sus propias batallas, nos sentimos desprotegidos. De hecho, cada vez se acentúa más la desconexión entre los partidos políticos y los ciudadanos. La cuestión es quién pondrá el cascabel al gato, quién romperá este hábito de choque, quién dejará de atacar porque es atacado. La gran pregunta es quién será capaz de hacer lo correcto.
La paciencia de la sociedad no es infinita. Nunca lo ha sido en la historia de las civilizaciones. Y, por eso, esta dinámica de agitar el conflicto para desprestigiar al contrario, protegiendo solo sus sillones y olvidándose de la tranquilidad que merece la ciudadanía, tiene que parar ya. ¿Se imaginan al máximo responsable de una empresa con esta actitud? ¿Motivaría a sus empleados? ¿Cómo sería la rentabilidad y la misión social de organizaciones así? Pues poco próspera. Por eso, esta forma de hacer política desde los bandos, contra los enemigos, no puede avanzar mucho más, porque entonces será el bienestar de todos quien comience a dar marcha atrás. Piénselo: ¿qué credibilidad pueden tener quiénes no son capaces de mejorar la vida de la gente? La clase política, hoy, está provocando una gran insatisfacción en la sociedad y es cada vez más probable que tengamos que exigir, con más determinación, que ordenen sus principios, poniendo en primer lugar a los ciudadanos. Necesitamos más políticos con un gran sentido de la bondad. Escuchaba con atención, hace unos días, las declaraciones del alcalde de Valladolid y de la alcaldesa de Burgos –a raíz del terrible asesinato de un joven vallisoletano en Burgos- sobre la necesidad de disminuir el conflicto y aumentar la presencia de un sentimiento de convivencia. Este delito de odio es un hecho aislado que no representa en absoluto una rivalidad social entre dos provincias. No conviene exagerarla, por lo tanto, porque confunde a la opinión pública. Otra cosa distinta es que no exista un potente sentimiento de pertenencia de los castellanos y leoneses a su comunidad, ni una alta conexión afectiva entre provincias. Pero esto es harina de otro costal. Lo que sí es un buen signo de coherencia es que nuestros políticos fomenten la calma, no generen problemas donde no los hay y practiquen la sensatez. Esta es una forma de hacer política -tantas y tantas veces olvidada en la actualidad- que siempre ha dado los mejores frutos. Lo demuestra la historia y lo demostrará el futuro, si sabemos elegir, en cada momento, a los que son capaces de hacer lo correcto.