Martes, 6 de febrero, 17.00 horas. Yolanda Bombín está viendo la televisión en su vivienda de Villa del Prado, como tantas otras tardes. De pronto, alguien empieza a llamar al timbre con mucha insistencia. Aporrea la puerta. Grita. Ella se asusta. Lo primero que le viene a la mente es un incendio. Y en cierto modo lo es, aunque no de los de fuego y humo. Al otro lado de la puerta está Jorge Domínguez, su vecino de arriba. Viene muy nervioso, asustado, desencajado. Solo acierta a decir: «Begoña se ha puesto de parto». Yolanda sale corriendo por las escaleras, entra en la vivienda que su vecino había dejado abierta y al acceder a la habitación se da cuenta de la urgencia de la situación: su vecina está tumbada en la cama y la cabeza de la niña ya asoma. Sin dudarlo un momento, y con esa chispa de inconsciencia que requieren las situaciones extremas, decide convertirse en matrona improvisada.
Consciente de que ya no había marcha atrás, Begoña pregunta: «¿Empujo?». «Empuja», responde Yolanda. El primer hombro sale sin mucha complicación, pero todos se asustan al ver que el bebé está completamente morado y «con una vuelta de cordón umbilical», lo que implica un importante riesgo de asfixia. Es en ese momento cuando Jorge supera el miedo y el bloqueo y, gracias a las indicaciones de Yolanda, lo coloca bien.
Superado ese momento crítico, el resto del parto se torna más sencillo. Ya con la niña fuera, Yolanda le da unos azotes para que rompa a llorar. Y lo hace, con algún inquietante retraso. Al fondo de la habitación, en la puerta, el hijo del matrimonio observa la escena con lágrimas en los ojos: «¿Qué le pasa a mi mamá», dice.
Vera y sus padres intercambian miradas. - Foto: Jonathan TajesLa historia del nacimiento de Vera tuvo un final feliz, pero bien pudo convertirse en un drama. Visto con perspectiva, sus padres y Yolanda son completamente conscientes de ello. Begoña perdió el tapón mucoso a las 4.30 horas de ese mismo día, lo que implica que el nacimiento de su segundo hijo se acercaba. De madrugada tenía contracciones cada 50 minutos, pero, a medida que pasaron las horas, cada vez eran más frecuentes. Así que ella y Jorge decidieron ir a Urgencias del Río Hortega en torno a las 12.00 horas del mediodía. Allí estuvo monitorizada, pero, poco antes de las 15.00 horas, cuando tenía contracciones cada seis minutos, los sanitarios le dijeron que lo mejor era que se fuera a casa porque todavía no eran muy regulares. Y que volvieran cuando las contracciones se repitieran cada dos o tres minutos.
Jorge y Begoña avisaron de que el tráfico de la ciudad estaba colapsado por la tractorada, especialmente en su barrio, donde se ubican las Cortes de Castilla y León, punto neurálgico de las protestas. De hecho, ellos tardaron mucho más de lo normal en llegar al hospital. Además, recordaron a los sanitarios que al día siguiente tenían previsto ingresar para que a Begoña le provocaran el parto, ya que había superado las 41 semanas de gestación. Pese a todo, el personal insistió en que se fueran a casa. Tardaron una hora y 20 minutos en llegar y, poco después de hacerlo, Jorge se fue a buscar a su otro hijo al colegio.
Fue entonces cuando se precipitó todo. Begoña, sola en casa, se puso de parto. Llamó a Jorge para avisarle de lo que estaba pasando y a una ambulancia. El primero llegó cuando la salida del bebé ya era inminente, así que pidió ayuda a la vecina. Pero los sanitarios no pudieron hacerlo a tiempo por la tractorada. Aunque los manifestantes facilitaron su paso, los diferentes atascos entorpecieron el trayecto, de modo que solo llegaron para cortar el cordón umbilical y la hemorragia que tenía la madre.
Reclamación
La pequeña Vera ha celebrado esta semana su primer 'cumplemes', pero a los padres no se les ha pasado el cabreo por lo que consideran una imprudencia de los sanitarios. De hecho, todavía tienen pendiente presentar una reclamación. «No nos teníamos que haber ido», dice ahora Jorge, que se emociona al hablar del miedo que tuvo en ese momento. «No recomiendo la experiencia a nadie, vi a mi hija y a mi mujer muertas; desde entonces tengo pesadillas con ese momento y he tenido que empezar a ir al psicólogo», explica. «A pesar de los nervios, estuvo fantástico cuando le pedí ayuda», añade Yolanda.
Afortunadamente, todo salió bien. Gracias, en parte, a que Yolanda había visto algunos partos hace años, cuando trabajó en el antiguo hospital de Cruz Roja en Valladolid. Vera pesó 3,6 kilos y hoy es una preciosa niña con unos padres eternamente agradecidos a la que siempre será, por derecho, la 'tita Yolanda'.