En una sencilla entreplanta de la calle Estadio crece a un ritmo de vértigo Biome Makers, la startup lanzada hace menos de nueve años por el genetista Alberto Acedo y el economista Adrián Ferrero (La Bañeza, León, 1984 y 1981) con la patente de un sistema exclusivo de secuenciación de ADN aplicado al campo (primero al vino y después a otros cultivos). Identifican los microorganismos del suelo y desarrollan herramientas informáticas para su análisis con big data e Inteligencia Artificial. Computación avanzada para realizar diagnósticos, detectar problemas, definir propuestas de solución o mejora de rendimientos y sostenibilidad... Así han convencido a las mayores multinacionales biotecnológicas, químicas y agrarias del planeta. Desde Bayer (popular por la sanidad pero también implicada en la agricultura) hasta Ecom (comercializadora de café para firmas como Starbucks y Nespresso), pasando por Syngenta (la agroquímica más grande del mundo) o Nutrien (primer productor mundial de potasa).
Los dos emprendedores decidieron centrarse en el sector agrario tres años después de haber lanzado, en 2012, un proyecto de secuenciación de ADN aplicado a la salud, para analizar las probabilidades de sufrir más de 700 enfermedades, a través de una empresa que ya vendieron revalorizada (AC-Gen Reading Life). Lograron el apoyo de la mayor multinacional del genoma, Illumina, que nunca hasta entonces había apostado por un proyecto que no fuera estadounidense para entrar en su programa de aceleración de startups, y así gestaron a mediados de 2015 la matriz de Biome Makers al calor de Silicon Valley, nido de Google, Apple y otros gigantes tecnológicos. Al año siguiente, en 2016, cogían vuelo en Valladolid con la filial alojada en el Parque Científico de la UVa, hasta que tuvieron que irse porque, según cuentan, empezaron a desmontarse laboratorios; y pasadas ya varias mudanzas, hoy lideran un equipo de casi 90 profesionales repartidos entre 14 disciplinas (microbiólogogía, computación inteligente, agronomía o bioinformática, entre otras) y 17 nacionalidades. Con laboratorios propios en sus sedes de Valladolid y California, pero creciendo también gracias a otros con los que se han aliado para extender su tecnología, una vez desarrollada a través de varias herramientas. Con esta última fórmula, licenciando conocimiento, irrumpían el año pasado en países como Brasil o Australia, y así arrancarán en los próximos meses en Marruecos e India.
En 2021 rondaban los tres millones de euros de facturación, en 2022 superaban los cinco, en 2023 casi diez, con el 60% de los ingresos procedentes de EEUU; y se han marcado el reto de superar los 1.000 millones de valoración de la empresa en torno a 2030. En el argot de las startups, es el umbral a partir del cual se accede al estatus de 'unicornio', y aunque parezca lejano, una empresa del sector con menos cuota de mercado que Biome ya rondaba los 150 millones de valoración el año pasado, según pudo deducirse por la información que trascendió con motivo de una ronda de financiación que llevó a cabo. «No hay nada fácil en esta vida, supone trabajar mucho y pueden pasar mil cosas por el camino, pero es un objetivo que tenemos y puede pasar muy rápido», asegura Ferrero, que el pasado martes compartía unos minutos con El Día de Valladolid antes de tomar un Avant a Madrid y un avión desde Barajas para participar en un congreso en Guatemala, uno de los 56 países donde ya llegan y tierra de origen de Disagro, multinacional líder de suministro de fertilizantes y otros insumos agrícolas en Centroamérica y Colombia, con la que también trabajan.
Acedo optó por no viajar esta vez para poder cumplir con un compromiso previo ineludible: el cumpleaños de su hija pequeña. La tierra tira y la familia más, de ahí que apostaran por quedarse y abrir filial; o más bien por retornar tras su experiencia en EEUU, aunque viajen allí con cierta regularidad, dado que no sólo mantienen la matriz de Biome, sino que el año pasado la afianzaron al estrenar sede en Davis (California). «Pero aquí también hay mucho talento, se puede trabajar y tenemos las ideas. No es necesario estar físicamente en un sitio u otro, o igualmente puedes sentirte de muchos sitios a la vez», aprecia Acedo, habituado a alternar su labor presencial en el laboratorio de Valladolid con llamadas y videollamadas a India, EEUU, China...
Tecnología pionera
A través de sus innovadores análisis identifican los microorganismos del terreno y, aplicando algoritmos parecidos a los que emplean Facebook o X (antes Twitter) para conocer los hábitos de sus usuarios, averiguan cómo interactúan tales microorganismos, sus efectos sobre la tierra y, en consecuencia, sobre los cultivos.
Primero apostaron por secuenciar el ADN del vino y el viñedo en colaboración con algunas de las bodegas más importantes de California, Mendoza, Burdeos o, por supuesto, Ribera del Duero, pero después ampliaron miras con otros cultivos como el maíz, el café o la palma. Y tras nueve años tomando muestras, presumen de contar con la mayor base de datos de referencias biológicas de suelo del mundo: «Tenemos registrados unos 24 millones de unidades taxonómicas, cuando el ser humano 'sólo' ha sido capaz de poner nombre a medio millón de microorganismos», destaca Ferrero. «Y aunque no sepamos cómo se llaman, podemos ver lo que hacen a los cultivos». Un volumen de conocimiento que, en las regiones que tienen más estudiadas, como la del medio oeste de EEUU, les permite diseñar modelos predictivos de evolución del terreno y los cultivos en función de cómo se traten, con una precisión próxima al 90% sin tomar nuevas muestras, abaratando costes y precios.
De ese modo gana impacto su estrategia con nuevas variantes de producto y, tras haber estandarizado procesos para licenciar su tecnología, en plena expansión por alianzas con laboratorios de medio mundo que esperan que les den el impulso necesario para acelerar su crecimiento hasta unos niveles que, hoy por hoy, aún están por conocerse.