Canalejas de Peñafiel tiene poco más de 250 habitantes y se encuentra en una zona donde el vino y el lechazo son seña de identidad. Pero en esta localidad, cual la aldea de la Galia de Astérix y Obélix, hay un restaurante, con la tercera generación al frente, que apostó hace más de 60 años por otro producto gastronómico... y, vista su historia, acertó. En Casa Aurelio claro que se puede degustar un cuarto de lechazo, pero el plato que más sale y que le ha dado un nombre es el bacalao. «Mi madre empezó a hacer comida para los pueblos de alrededor. Esta es zona de cordero y para diferenciarse de lo que se estaba haciendo empezó con el bacalao», recuerda hoy Aurelio Sanz, esa tercera generación que ahora se encarga de este establecimiento familiar junto a su mujer, Pilar Calvo.
Sus abuelos maternos, Atanasio de la Torre y Natalia Martín, regentaban hace más de cien años el bar de la plaza y un pequeño local aledaño, donde estaba el salón del baile. No tenía ni nombre y tampoco daba comidas por entonces. En el año 1936 abrieron encima del bar una sociedad, «una especie de club para tomar café, con mesas para jugar y biblioteca. Mi bisabuelo Mariano Martín había estado en Francia y regresó con ideas renovadas. Se pagaba cuota y había derecho a juegos (tipo el parchís...)». Ese club estuvo vigente hasta los años 70 y de aquello aún se mantiene la vajilla o el molinillo del café.
Los padres de Aurelio, Socorro de la Torre y Aurelio Sanz, se hicieron con el bar al casarse en 1962. Era otra época y a pesar de que el local venía por parte materna, el nombre elegido finalmente fue el de Casa Aurelio. Pero fue Socorro la que comenzó con la cocina, la que apostó por platos propios, como ese bacalao, los guisos de conejo y pollos, el lechazo guisado... «A mi madre le gustaba la cocina desde niña. Se fue formando como pudo, leyendo libros de mi abuela y de forma autodidacta. En los años que arrancó el bacalao era lo que llegaba de forma más sencilla a los pueblos, se desalaba y se preparaba. Por entonces, era un plato más de Semana Santa; ahora es de todo el año».
Hasta los años 80 estuvieron sin comedor. Por entonces cambiaron a su actual local, que tiene ya una capacidad para unos 40 comensales, además de ser uno de los bares del pueblo.
Aurelio lleva en el restaurante desde que hizo la mili, ahora con ayuda de su mujer. También del resto de su familia. «Adaptamos la 'carta' a lo que pedía la gente, paellas, arroz con bogavante, arroz con trufas (gracias al producto que tenemos aquí)...», aseguran, porque carta lo que se dice carta no tienen. Todo es por encargo, «aunque si viene alguien que no ha reservado no se quedará sin comer».
El bacalao es su buque insignia –pueden vender una tonelada al año–. Tienen varias recetas, aunque el propio es el de tomate y pimientos, que es de su madre: «Hemos incorporado en salsa de almendras, también receta de mi madre; al horno con cebolla, con pimentón... el que menos, al pil pil». Una clave de su éxito es «el producto de calidad». En su caso, el bacalao es en salazón, desalándolo 2-3 días. El tomate también es de su cosecha: «Hacemos la salsa que lleva 2 tipos de pimiento». Y otra clave es su cocina, que es de leña, la conocida como económica.
También cuentan con otros platos, como conejo con tomate, carrillera guisada, rabo de toro y ahora hamburguesas de carne de vaca vieja. «Todo por encargo, es un pueblo pequeño, así que mejor reservar. Siempre llamar antes», recuerdan.
Aunque es verdad que más del 50% de su clientela es gente del pueblo o alrededores, cada vez llegan más turistas, gracias a las casas rurales de la localidad y la cercanía de Peñafiel. Por ello, cuando más trabajan es de viernes a domingo.
«Nos diferenciamos del resto de los restaurantes de la zona porque hacemos bacalao en vez de lechazo. Y el llevar tanto tiempo. Lo nuestro es tema de resistencia», apuntan casi a modo de esa aldea gala que aguantaba la invasión romana.