La generación que rompe estereotipos

D. Núñez
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Los jóvenes están demostrando su implicación con la sociedad a través de voluntariados en todo tipo de entidades que les permiten construir desde ya un futuro mejor

Carolina Priego y Ainhoa de Diego, voluntarias de la Asociación Asalvo. - Foto: Jonathan Tajes

Les han llamado la generación de cristal. Se les ha prejuzgado, por un lado, por exponer más sus sentimientos. Mostrar emociones se ha entendido como una debilidad. Y, por otro, la sociedad les creía egoístas y centrados en las redes sociales enseñando solo lo bello, posando y sumando filtros a sus fotos. Pero los jóvenes han demostrado que no se rompen con los golpes de la vida y que pueden afrontar situaciones complicadas, como la Dana que arrasó varios pueblos de Valencia. Ellos han cogido las redes sociales y las han usado para enseñar el barro y las necesidades de la gente. Han utilizado las nuevas tecnologías para coordinar la ayuda y han logrado que se les empiece a mirar con otros ojos. Aquí en Valladolid también se arremangan para echar una mano a personas que se encuentran en una situación de vulnerabilidad.

Son voluntarios de entidades sin ánimo de lucro y organizan actividades para recaudar dinero con el que construir un colegio para niños con necesidades especiales en Honduras; dan clases a menores que precisan de un refuerzo escolar; y reparten bocadillos bajo el puente de Arco de Ladrillo. Asimismo, de forma voluntaria, diseñan talleres para que los adolescentes se acerquen a la ciencia. Los jóvenes no sueñan con una sociedad mejor, sino que están trabajando, algunos desde hace años, para lograr este objetivo.

Es el caso de Carla y Erika Vielbade 19 y 23 años. Son dos hermanas que un día se dieron cuenta de que eran unas privilegiadas, pero que podían aportar algo para mejorar la vida de la gente que tiene menos oportunidades. Son voluntarias de Entreculturas, pero a los 13 años ya formaron parte de la Red Solidaria de Jóvenes (RSJ). A Erika le cambió la vida saber que había niños soldados en el mundo y se comprometió a colaborar para hacer colegios y así evitar que esos niños perdieran su infancia. Y Carla, que dice que era una bala perdida, supo a través de un encuentro con otros 300 niños de que algunos tenía que caminar dos horas para ir al colegio y que esa «locura» había que eliminarla.

Víctor e Irene Herrero, voluntarios de Red Íncola.Víctor e Irene Herrero, voluntarios de Red Íncola. - Foto: Jonathan Tajes

Más voluntarios

Víctor e Irene Herrero (26 y 21 años) también son hermanos y voluntarios en la Red Ícola. Imparten clases de refuerzo para niños y adolescentes. Se dieron cuenta de que solo por azar habían nacido en una familia en la que tenían de todo y, nada más cumplir los 18, decidieron unirse a una ONG. A veces se convierten en hermanos mayores y es que, más allá de que los niños hagan bien los deberes bien, se interesan por su día en el colegio o el instituto.

Y para crear un espacio para los adolescentes a los que les guste la ciencia, un grupo de jóvenes fundó la Asociación Arista. Como si fuera una extraescolar sobre esta temática, una vez al mes, se reúnen para construir cohetes o aprender sobre criptografía.

Carla y Erika Vielba, voluntarias de Entreculturas.Carla y Erika Vielba, voluntarias de Entreculturas. - Foto: Jonathan Tajes

Por último, al voluntariado de Asalvo llegó Ainhoa de Diego hace tres años de la mano de una profesora. Y este invierno se sumó Carolina Prieto, de 16 años. Tenía que elegir un voluntariado y optó por esta entidad en la que también había colaborado su hermano. Las dos reparten bocadillos cada martes bajo el puente de Arco de Ladrillo. Aunque lo importante es charlar con estas personas. Por ello, no son una generación frágil. Son jóvenes que rompen estereotipos.

 

Historias de los jóvenes voluntarios

Sara Abadía, Ángela Pedraza y Raúl Sánchez, fundadores y miembros de la Asociación Arista.Sara Abadía, Ángela Pedraza y Raúl Sánchez, fundadores y miembros de la Asociación Arista. - Foto: Jonathan Tajes

Carolina Priego y Ainhoa de Diego, voluntarias de la Asociación Asalvo: «Necesitan a alguien que les escuche. La mayoría están solos y no tienen con quien hablar»

Ainhoa de Diego y Carolina Priego son voluntarias de Asalvo, una entidad sin ánimo de lucro que echa una mano a personas que se encuentran en una situación de vulnerabilidad, con la particularidad de que gran parte del voluntariado es joven. Ainhoa lleva tres años colaborando con esta entidad y aportando, no solo bocadillos que reparte cada martes por la noche bajo el puente de Arco de Ladrillo, sino también su tiempo para charlar con estas personas. «Necesitan a alguien que les escuche. La mayoría están solos y no tienen con quien hablar», remarca. Y durante este tiempo ha visto pasar a muchos hombres y mujeres y, a algunos, salir de esta situación. Aunque tiene la sensación de que cada año hay más personas que precisan de la ayuda de Asalvo.

Ainhoa no falta a su cita cada martes e incluso su madre está implicada de alguna manera en este voluntariado porque le ayuda a recoger mantas o juguetes para donarlos a la entidad y que lleguen a familias necesitadas. De hecho, su madre es quien la trae de Mojados cada martes por la noche para hacer el reparto de bocadillos.

Por su parte, Carolina acaba de empezar este invierno su voluntariado como parte de las actividades del colegio en el que estudia. Aunque ha escogió esta ONG entre otras muchas porque su hermano ya había colaborado antes en Asalvo. Destina su propio dinero a comprar el pan y los embutidos de los bocadillos que lleva, junto a otros jóvenes, al Arco de Ladrillo. «No te esperas que eso pase en Valladolid», asegura. «Hacen lo que pueden con los recursos que tienen», remarca sobre la ONG.

 

Víctor e Irene Herrero, voluntarios de Red Íncola: «Ves situaciones que nos muestran el lado más crudo de la humanidad»

Víctor e Irene Herrero son dos hermanos vallisoletanos voluntarios de la Red Íncola. Dan clases de refuerzo a niños de familias vulnerables o que se encuentran en centros de acogida. Él tiene 26 años y está opositando tras realizar estudios de Derecho y Administración y Dirección de Empresas y ella tiene 21 años y estudia Comercio y Recursos Humanos. Nada tienen que ver sus carreras con dar clases a niños, pero a esta tarea dedican todas las horas que pueden a lo largo de la semana. Es un compromiso al que no faltan.

Víctor remarca que muchas veces ejercen de hermanos mayores. Les cuentan a ellos las cosas que les pasan en el colegio o el instituto y les pueden aconsejar si se meten en líos. Esa edad más cercana hace que les vean como un semejante en el que confiar. Irene afirma que llegan a conocer la vida tan complicada que tienen estos menores, en muchos casos por la familia o porque llegan solos a España buscando un futuro mejor. «Ves situaciones que nos muestran el lado más crudo de la humanidad», asegura Víctor. Recuerda a muchos refugiados o el caso de un chico que tenía algún tipo de trastorno que no estaba diagnosticado cuyos padres no le llevaban al colegio, pero iba él solo. De hecho, este menor solicitó incluso ir a estas clases de apoyo porque no le iba bien en los estudios.

No obstante, Irene asegura que una de las cosas más gratificante es ver cómo un pequeño que, casi no habla español y repite curso, sale adelante. En los casos en los que los niños están más tiempo en el proyecto de Red Íncola, pueden saber qué asignaturas se les dan peor y enfocar ahí su refuerzo.

 

Carla y Erika Vielba, voluntarias de Entreculturas: «Dejo Entreculturas y fallezco. Es una cosa mía. Es mi gente, mis voluntarios. Es mi casa»

Erika (23 años) fue la primera en entrar en el voluntariado de RSJ y, al cumplir los 18, a Entreculturas. Recuerda que la que ahora es su mejor amiga fue a su clase de primero de la ESO a dar una charla y a animarles a asistir a una concentración en contra de la situación que vivían los niños soldados. Le impresionó mucho ver cómo ella no quería estar en el colegio mientras otros niños no tenían esa opción porque les tocaba ir a la guerra o trabajar. Eso le hizo cambiar. Y su hermana Carla (19 años) asegura que era un trasto y cambió tras asistir a un encuentro de RSJ en el que participaron 300 niños de once países. Afirma que un niño le contó que tardaba dos horas en llegar al colegio y eso le pareció «una locura». «Estoy hay que cambiarlo», fue la conclusión de Carla.

Organizan todo tipo de eventos y charlas para sacar adelante proyectos solidarios, por ejemplo, dotar de material a un colegio de Honduras. Las dos continúan con sus estudios y además trabajan. «Hacemos lo que podemos», asegura Carla, que estudia Sociopsicología a distancia. Erika lo tiene más complicado con sus clases presenciales de Turismo. Sin embargo, no pueden ni quieren desvincularse de esta entidad.

«Me he acostumbrado. Si dejo Entreculturas, sería dejar una parte de mí», asegura Carla. «Dejo Entreculturas y fallezco. Es una cosa mía. Es mi gente, mis voluntarios, me voy de viaje para ver a gente del voluntariado. Es mi casa», insiste. Y su hermana Erika subraya que han crecido en esta entidad y que es «muy gratificante» encontrar un espacio de «no violencia» y «un entorno seguro en el que cultivar la cabeza».

 

Sara Abadía, Ángela Pedraza y Raúl Sánchez, fundadores y miembros de la Asociación Arista: «Hacemos divulgación científica, pero la idea es tratar temas que no se pueden ver en clase»

Aman la ciencia. No son bichos raros. Son jóvenes que ven en la Física, la Química, la Biología o las Matemáticas una manera de entender el mundo. Tienen en su ADN ese interés o curiosidad por las cosas y, por ello, se animaron a transmitir a otros esa pasión. Es más, Sara Abadía, que estudia Física y es voluntaria en esta entidad, asegura que, un chico con amor por el deporte, tiene decenas de clubes en los que inscribirse, como a uno que le guste la música, cuenta con escuelas y conservatorios. Sin embargo, no hay opciones ni las había para gente como ellos. Por ello, quisieron construir este espacio de ciencia. Hace más de un año este grupo de jóvenes, que coinciden en que hicieron el Bachillerato de Investigación Excelencia en Ciencias del IES Diego de Praves, crearon Arista. Es una asociación para la educación científica y organizan actividades en forma de talleres muy prácticos para adolescentes, en concreto, estudiantes de Secundaria. «Queríamos hacer divulgación científica, pero la idea es que profundicen más en temas interesantes que no podrían ver en clase», asegura Ángela Pedraza, una de las fundadoras que ahora estudia el doble grado de Matemáticas e Informática.

Con sus propios recursos, porque los ocho jóvenes que forman esta asociación no cuentan con ninguna ayuda económica de ninguna entidad, recopilan los materiales que necesitan y, por ejemplo, montan un taller de cohetes. Es el que más ha gustado a los alumnos de la ESO que han participado en estas actividades. De forma voluntaria dedican su tiempo a generar vocaciones científicas.