Se acerca la cita con las urnas y, como cada año, el fantasma de la abstención planea sobre España. Una opción contra la que tratan de luchar los partidos, alentando a los ciudadanos a que acudan a votar.
Considerada como un castigo por la insatisfacción con el sistema electoral, como rechazo hacia los partidos o como descontento con la clase política, sin embargo, en ocasiones también está detrás de esta ausencia de voto las dificultades que encuentran los más de dos millones de españoles que residen en el extranjero.
Conscientes de que la abstención puede condicionar la balanza, los candidatos se han afanado en esta complicada campaña en llamar a la participación. Con un 42 por ciento de indecisos -según el último Barómetro del CIS-, que pueden acabar decidiendo no votar, la premisa principal es minimizar este fenómeno, que se ha convertido en una tendencia al alza en las naciones europeas. El informe apunta a que un 6 por ciento del censo no participará, una cifra que se elevará considerablemente mañana. De hecho, en 2016, el mismo sondeo demoscópico preveía un dato del 11 por ciento y prácticamente se triplicó.
En España, la media se sitúa en el 26 por ciento, si bien en las últimas generales -junio de 2016- se llegó a alcanzar un 30,16 por ciento, si bien pudo deberse al descontento propiciado por la falta de acuerdos entre los partidos que obligó a repetir unas elecciones en apenas medio año.
En esta ocasión, se juega con una cierta ventaja para evitar una abstención alta. Los del 28-A serán los primeros comicios de una serie de llamadas a las urnas que concluirán el próximo 26 de mayo. No habrá un desgaste de los votantes y la incertidumbre ante las elecciones más imprevisibles de la Historia puede llevar a una afluencia considerable.