"Aquí tengo un lugar que me recuerda a mi pueblo en México"

David Aso
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Eduardo Cartas toca instrumentos tradicionales como la jarana, practicó lucha libre durante dos años y lleva 12 en Valladolid, donde tiene un restaurante en el que sirve "recetas familiares secretas" de cocina mexicana

Eduardo Cartas, con una jarana en el parque Ribera de Castilla. - Foto: Jonathan Tajes

Años en Valladolid: 12.

Profesión: Empresario hostelero y cocinero.

Rincón favorito: Parque Ribera de Castilla.

Comida y bebida favorita: Tortilla de patata y café.

 

Cuando Eduardo Cartas (Paraíso, 1990) se presenta en el parque Ribera de Castilla con una jarana (parecida a una guitarra pero pequeña, con la que se toca el son jarocho de Veracruz) y vistiendo una camiseta con el dibujo de un ajolote (pequeño anfibio emblemático de México), queda claro que la conversación no va a ir de romper tópicos precisamente. Antes al contrario porque se declara «muy tradicionalista», y con orgullo recuerda que su país es «mucho más» que mariachis y tequila. Ama sus tradiciones y disfruta conociendo las de su tierra de adopción. Se aplica aquello de «allá donde fueres haz lo que vieres», como indica él mismo, y ya se integró hasta incluso participar en el rito de la matanza del cerdo. 

Vive las tradiciones y costumbres de su país con tal intensidad que practicó lucha libre mexicana durante dos años: «Yo era de los buenos, no de los que hacen enojar al público», destaca. Y cultiva su gastronomía, que por algo abrió en Valladolid el restaurante Totol Naj, donde ofrece las "recetas secretas" de su mamá y su abuela Nicolasa. De la cocina española, por cierto, no conocía el que «sin duda» es su manjar local favorito: la tortilla de patatas. 

A la ciudad llegó hace ya doce años. Trabajaba en un camping de Chiapas cuando conoció allí a la que pronto se convirtió en su esposa, Rocío Carneros, palentina de nacimiento y entonces en México con una ONG. En pocos meses empezaron a vivir juntos en Oaxaca y en 2012 ya estaban en Valladolid, donde ese mismo año nació su primera hija, Yalit, y hace seis la segunda, Ixchel. «Cuando Rocío me dijo de venir tuve algo de miedo», confiesa. «Soy de un pueblo de menos de 30.000 habitantes, Catemaco, y me agobiaba pensar en una ciudad con muchos edificios, viviendo como un pajarito en una jaula. Pero me llevé una gran sorpresa al ver una ciudad pequeña, bonita y con todo a mano, y además referente en gastronomía», valora. Trabajó unos meses en la construcción, después casi seis años en restaurantes y ya desde otoño de 2017 en el suyo.

De su experiencia aquí, «lo único» que no le gusta es «el calor» (el frío le «encanta»). Disfruta su barrio, La Rondilla («con todos hablo, con todos me llevo»), y a sólo unos pasos de casa tiene su rincón favorito, el parque Ribera de Castilla: «Voy mucho, a veces incluso bien de noche cuando salgo de trabajar. Poder adentrarme entre tanto verde en medio de la ciudad, que casi ni escuchas coches, me relaja y me recuerda a mi pueblo, sus árboles, mi familia…». Lleva más de 11 años sin pisar México, ¿se quedará definitivamente en Valladolid? «No hago planes más allá del mes que viene», responde. Y entretanto, encantado de ser un vallisoletano más.