«Un día le dije a mi madre que me venía a conocer su tierra»

M.B.
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El boliviano Fernando Ricaldi tuvo un accidente laboral al año de llegar a Valladolid que le obliga a ir en silla de ruedas por una lesión en la columna

El boliviano Fernando Ricaldi en la calle Manantial. - Foto: Jonathan Tajes

«Aquí volví a nacer». Fernando Fred Ricaldi tiene claro dónde quiere hacerse la fotografía de este reportaje: en la calle Manantial, donde hace 19 años tuvo un accidente laboral que le obliga a ir en silla de ruedas con una lesión medular. Apenas llevaba uno en Valladolid, donde sigue residiendo tras algunos periplos en otras ciudades. «Aquí me quedaré, aunque también me gusta Málaga», explica mientras esgrime su sonrisa de medio lado.

Natural de La Paz, en Bolivia, es ingenio de Sistemas y Comercial (Económicas). De padre italiano (Fernando) y madre española (Lady), trabajó en su ciudad natal en un banco como analista de las cuentas de la entidad, para pasar luego a correos. «Siempre me ha gustado viajar y un día le dije a mi madre que me iba a conocer su tierra. Recorrí entre 2003 y 2004 Andalucía, estuve en Madrid y le dije a mi madre que me quedaba», recuerda. Y tras residir en León, en casa de unos tíos, se vino a Valladolid en 2004 a trabajar en la empresa de un familiar. Tras pasar por un operador de telecomunicaciones se metió en la construcción «porque había que comer».

Hasta que el 8 de junio –precisamente el día de su cumpleaños– de 2005, el que volvió a nacer: «Recuerdo que me llamó mi madre para felicitarme y que cogí la bici para ir al trabajo. Tenía que subirme a un sitio a poner una lona, iba caminando y de repente el suelo se derrumbó». Fue operado y estuvo en coma diez días. De hecho, abrió los ojos en el Hospital Nacional de Parapléjicos de España, en Toledo: «Vi a mis hermanas, Patricia y Gisela, y pensaba que las había traído yo». Nano, como le llama su familia, creía que volvería a andar. Unos días después, le informaron de que no. Ahí empezó su lucha por la ausencia de medidas de seguridad en la obra, que cristalizó con una sentencia por la que deberían indemnizarle con más de 600.000 euros: «No he visto ese dinero, solo una parte de la aseguradora». 

Tras su paso por Toledo, vivió en Albacete, pero volvió a Valladolid: «No sé el porqué. Tengo un gran amigo, Raúl, que lo quiero como si fuese mi hermano. Con él paso las navidades». Y aquí empezó con el deporte, pasando por el baloncesto (también en Zamora y Puertollano), el tiro con arco, el atletismo, el curling y ahora el balonmano, de la mano de Inclusport.

Asegura que Valladolid es una ciudad tranquila, que no cree que los vallisoletanos sean fríos y que casi conocen más a su perro, Thor, que a él mismo. El hecho de que sea una ciudad plana, también ayuda, por aquello de moverse con la silla de ruedas: «El clima está bien, pero no es como hace unos años».