El escritor abulense José Jiménez Lozano (Langa, 1930) falleció ayer a los 89 años, dejando tras de sí un amplio legado literario y periodístico, que incluye incontables ensayos, una decena de poemarios y cerca de treinta novelas. Uno de los últimos reconocimientos que recibió tuvo lugar en junio del pasado año, cuando la Diputación de Ávila le hizo entrega de la Medalla de Oro de la Provincia al considerarle «embajador» del territorio en el que nació. Aquel galardón, que recogió en su propia casa en la localidad vallisoletana de Alcazarén, se sumó a otros reconocimientos de enorme prestigio, como el Premio Cervantes en el año 2002, el Premio de Castilla y León de las Letras en 1988, el Premio Nacional de las Letras en 1992, la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes, o el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, entre otros que también incluyen el Premio Especial Ical a los Valores Humanos que la agencia le entregó en 2014, informa Ical.
En plena meseta castellana y rodeado de arte mudéjar, José Jiménez Lozano nació en la primavera de 1930 en Langa, una localidad abulense en pleno corazón de La Moraña. Hijo único, al charlar sobre la educación de las nuevas generaciones recordaba con mal disimulada nostalgia la relación con su padre: «Para saludarle casi había que echar una instancia, pero eso no me creó ningún trauma en absoluto, porque entonces las cosas eran así; claro que mi padre me quería, pero mostrar los sentimientos se consideraba una debilidad. Él me daba un beso cuando venía de vacaciones y cuando le llevaba las notas ya podía tener seis matrículas, que siempre me decía: ‘Bueno, bueno. Está muy bien. A trabajar’. Eso hace hombres».
Tras estudiar la Reválida del Bachillerato en el Instituto Zorrilla de Valladolid, se matriculó en Derecho en la Universidad de Valladolid. Cuando se dio cuenta de que no se veía en el futuro ejerciendo como juez, decidió matricularse en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid, y en 1956 comenzó a colaborar con el periódico ‘El Norte de Castilla’, dirigido entonces por Miguel Delibes, donde empezó ocupándose de una columna cultural.
El inmenso legado de José Jiménez LozanoYa en esos años había establecido su residencia en Alcazarén, donde en los 50 trasladaron a su padre por motivos laborales y donde residía junto a su mujer, al lado de dos de sus tres hijos. Durante años Otto, un pastor alemán, fue su inseparable compañero de paseos y de fatigas, y al que dedicó uno de los poemas de ‘Elegías menores’, donde escribía: «El perro me miró dulcemente, / con sus ojos tranquilos y dorados, / y parecía preguntarme: ¿Y yo? / Así que un día me atreví a responderle: / Ahora vivimos, y un día no viviremos; / una igual sombra nos va a cubrir a ambos. / Y entonces movió la cola. ¿Su respuesta?». Entre 1964 y 1965 fue uno de los pocos seglares de todo el mundo invitado a asistir al Concilio Vaticano II, desde el que envió crónicas, comentarios, entrevistas y una colección de artículos que reunió posteriormente en el libro ‘Cartas de un cristiano impaciente’.
La llegada a la literatura
Con vocación tardía se produjo su llegada al mundo de la escritura. En 1966 publicó su ensayo ‘Meditación española sobre la libertad religiosa’ y un lustro después vio la luz su primera novela, ‘Historia de un otoño’, que narra la rebelión de las monjas del monasterio de Port Royal. «Ser escritor –o escribidor como me gusta decir para quitar empaque a un oficio tan modesto– supone estar metido en estas responsabilidades de la lengua para nombrar al mundo», dijo en su aceptación del Premio Cervantes en 2002.
En 1976 apareció su primer volumen de cuentos, ‘El santo de mayo’, y en 1984 publica su ensayo ‘Guía espiritual de Castilla’, un recorrido histórico por el paisaje, la historia y el arte de su tierra. Colaborador habitual del Grupo Promecal, su papel esencial en el nacimiento de Las Edades del Hombre, la hondura de un lenguaje carnal que llama a las cosas por su nombre y su defensa a tocateja de la libertad de conciencia han sido algunas de las constantes de su legado.
Alcazarén despide a su vecino más ilustre
Autoridades y representantes del mundo de la cultura acompañaron ayer a familiares y amigos de José Jiménez Lozano en el último adiós que el escritor y periodista recibió ayer en el municipio vallisoletano de Alcazarén, donde residía. Entre los representantes del mundo literario se encontraban algunos muy vinculados al Premio Cervantes abulense, como el poeta y ensayista salmantino Antonio Piedra, visiblemente afectado a su llegada a la iglesia de Santiago Apóstol de Alcazarén, donde se celebró el funeral por el eterno descanso de Jiménez Lozano. También acompañaron a la familia otros autores como Ramón García, o los poetas y periodistas Jesús Fonseca, quien fuera delegado de La Razón en Castilla y León, y Carlos Aganzo, que al igual que el propio Jiménez Lozano, estuvo al frente del diario El Norte de Castilla. A la cabeza de la representación institucional se encontraba el consejero de Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León, Javier Ortega, entre otros. El encargado de oficiar el funeral fue el cardenal arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez, abulense como el escritor, que, ante familiares y amigos de Jiménez Lozano, destacó su «fe sincera hasta el final» y su «autenticidad», la cual lo llevaba a evitar «apariencias» y «alharacas».