Un nuevo orden mundial está en camino. Al menos, ese es el aviso que lanzó el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, hace unos meses, en plena campaña de las elecciones europeas. «Los patriotas debemos ocupar Bruselas», defendió entonces el dirigente magiar, quien ahora está dispuesto a cumplir esa tarea a toda costa.
Consciente de que es el hombre del momento, Orbán lo tiene claro: quiere mandar. Por un lado, se ha convertido en el capitán al timón del barco de la ultraderecha en la UE, con una coalición que desde el lunes pasado ya es tercera fuerza en la Eurocámara. Por otro, Hungría ostenta la Presidencia rotatoria del bloque comunitario hasta que termine el año, lo que ha empujado al mandatario a embarcarse esta última semana en una singular «misión de paz» que le ha llevado por Ucrania, Rusia y China.
Una gira que, paradójicamente, no ha recibido el beneplácito de Bruselas, que no oculta su malestar por la ambigüedad del premier mientras insiste en desmarcarse de sus últimas actuaciones, teniendo en cuenta además que es el mayor aliado de Vladimir Putin dentro del grupo de los Veintisiete.
Budapest fue precisamente el principal obstáculo para que la UE aprobase el envío de ayuda militar a Kiev durante el pasado semestre -cuyo laderazgo asumió Bélgica-, además de criticar las sanciones contra el Kremlin y postergar hasta el último momento el inicio de las negociaciones de adhesión de Ucrania al club al considerar que ha reducido los derechos de la minoría hungára que vive en el país.
Lo cierto es que las relaciones bilaterales entre ambos territorios acumulan 10 años de tensiones, si bien estas se agudizaron tras la invasión iniciada en 2022.
Aun así, el político magiar se ha comprometido a convertir su Presidencia de turno en una «herramienta» para facilitar un cese de las hostilidades, aunque la UE tiene serias dudas sobre sus verdaderos objetivos después de la sintonía que exhibió con Putin en Moscú.
Por este motivo, la oveja negra de la UE se ha visto en los últimos días a dar explicaciones, aunque su alegato es el mismo: «ahora hay más posibilidades» de un alto el fuego en Ucrania y todo gracias a sus recientes visitas a los territorios implicados en el conflicto.
Más allá de sus particulares intentos para acelerar la paz en Europa del Este, Orbán tiene por delante otro reto: convertirse en el máximo líder de la ultraderecha en un momento en el que su grupo europarlamentario no para de ganar adeptos y poder.
La coalición trabajada por el primer ministro en las últimas semanas, Patriotas por Europa, logró el lunes pasado consolidarse como tercera fuerza en el Hemiciclo comunitario al sumar 84 escaños de 12 nacionalidades distinas y absorber a dos de los partidos clave que integraban hasta ahora el grupo Identidad y Democracia -que desaparece-, la Liga italiana de Matteo Salvini y la Agrupación Nacional de Marine Le Pen, tras su debacle en la segunda vuelta de las elecciones legislativas francesas.
El bloque del húngaro ha subido como la espuma, teniendo en cuenta que hace apenas unos días no se había conformado ni siquiera como grupo oficial en la Eurocámara. Pero la suma de los diputados españoles de Vox o el PVV neerlandés del radical Geert Wilders consiguieron engrosar sus filas y, por ende, hace realidad sus aspiraciones.
Más, pero divididos
De esta forma, su bloque se situará en la décima legislatura del Parlamento, que arranca la próxima semana, por delante de los 78 escaños de los Conservadores y Reformistas Europeos, donde se ubican los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni, con quien el primer ministro magiar comparte la retórica nacionalista o la defensa del endurecimiento de la política migratoria pero difiere en un aspecto fundamental: las relaciones con el Kremlin. Y es que, mientras el mandatario magiar no ha tenido reparos en mostrar su simpatía por Putin, su homóloga transalpina apoya a Zelenski, en línea de lo que marca Bruselas.
Esas diferencias, además de la irrupción de un tercer grupo ultra liderado por el alemán AfD, podrían complicar aún más un semestre que se antoja complicado en la UE, cuyas riendas están en manos de un hombre difícil de domar.