Se podría decir, sin ningún temor a equivocarse, que Eduardo Perote es, o bien un loco, o un adelantado a su tiempo. Una de dos. Habla con firmeza, pero sobre todo con pasión, sobre el proyecto de la Asociación El Prao de Luyas en Piñel de Abajo para conseguir situar en el mapa a este pequeño pueblo de unos 150 vecinos, en la Ribera del Duero. Una iniciativa que gira entorno a la agricultura, pero ni mucho menos convencional, sino completamente innovadora y fuera de topo prototipo común.
«¿Se puede hacer negocio con uno o varios cultivos en media hectárea y sin tractor»?, pregunta. «Pues claro que se puede», se contesta a sí mismo. Para muchos agricultores de Tierra de Campos esta afirmación podría sonar a broma y, sin embargo, es una realidad en esta pequeña localidad ribereña. Una huerta de poco menos de media hectárea que está consiguiendo año a año, cosecha a cosecha, plantar casi 50.000 árboles, hacer programas para evitar riadas en las laderas del pueblo que lastren el sustrato más enriquecido de la tierra y comprar varias viviendas en el pueblo para su posterior rehabilitación y puesta en alquiler social con el objetivo de atraer a nuevas familias a la localidad y combatir la despoblación.
«Somos un grupo muy importante». Casi todo el pueblo pertenece a este colectivo que se ha marcado a fuego, entre ceja y ceja, no dejar morir por inanición su pueblo. Tienen poco tiempo y muchos frentes abiertos. Eso sí, todo parece vincularse a la naturaleza. La tierra es el primer paso.
Una de las viviendas que están rehabilitando con el dinero que obtienen por los productos de huerta. - Foto: Jonathan TajesEl tomate es el cultivo estrella. Tiene actualmente la friolera de 1.050 variedades diferentes. ¡Más de mil! Las comercializa por toda la provincia. Por supuesto, lo hace en toda su comarca, pero llega cada vez con más fuerza a la capital. Gracias al tomate ha ido introduciendo en su huerta otros productos como el puerro, las cebollas, las berzas, los nabos... Y todos ellos siempre con el mismo denominador común, ser variedades de Castilla y León.
A pesar de su juventud, Eduardo habla, como si de una enciclopedia se tratara, de las enormes posibilidades que ofrecen los cultivos autóctonos. «En este pueblo, siempre han estado todos estos cultivos, pero la concentración parcelaria se cargó todo lo bueno que teníamos. Al menos esa es mi opinión». Considera que desde Piñel salían hasta variedades de uva «dulcísimas» que se han ido perdiendo durante los últimos años. «Estamos investigando con todo ello y gracias al tomate, estamos vendiendo otros productos que vamos, poco a poco, añadiendo a las cestas de nuestros clientes».
Este tipo de productos tienen un sabor completamente diferente a los que se pueden encontrar en las grandes cadenas de alimentación. Son distintos. El truco puede estar en el purín de hortiga o de consuelda o de cola de caballo que Eduardo utiliza dentro de la huerta. O tal vez sea el terreno barrizo que ocupa. Quizás el tapial de adobe con el que cubre las tierras durante los meses de invierno. Sí, adobe de paredes de algunas casas del pueblo que se han caído. «Pues..., tal vez sea eso, no sé», y se encoge de hombros.
Lo que tiene claro es que hace de genetista, hace una labor de laboratorio para mejorar cada una de las especies que siembra. No necesita probetas, sino que cada temporada aprende, a través de pruebas y errores, qué debe hacer al año siguiente. «Me quedo con las mejores simientes, con las mejores plantas y el campo te va mostrando cada año lo que debes hacer».
Este trabajo en el campo, esta selección natural le está llevando a conseguir algunos productos realmente espectaculares. Estos días ha estado recolectando las berzas para la feria de invierno, una de las seis que realizan al año, y los pesos han sido realmente sorprendentes. 14 o 15 kilos muchas de ellas. «Las comercializamos a 1,5 euros el kilo». Sirven, lamentablemente, para dar de comer a los animales en la mayor parte de los casos, debido a que su peso no atrae a las familias.
15 kilos de berza. Y no una ni dos, sino que buena parte del mas de centenar de plantas que ha sembrado este año tienen un peso fuera de lo normal. No le da más importancia. Es algo que considera habitual si se hacen bien las cosas.
Árboles y casas.
Con el dinero que obtienen por estas ventas empezaron a plantar árboles frutales de distintos tipos. 50.000 ejemplares ya casi tienen repartidos en diferentes parajes. Cerezos, ciruelos, almendros... Un ejemplar cada pocos metros, que lo han convertido en un municipio espectacular en la época de floración. «Si podemos atraer a personas que vengan al pueblo, pues mejor», reconoce. Pero este no es el objetivo primordial. El motivo incuestionable siempre es el mismo. Recuperar el pueblo de tiempos pasados. Intentar recuperar el esplendor. Y para ello se hace lo que sea.
Eduardo, quien es trabajador medioambiental de profesión en Quintanilla de Onésimo, también dedica parte de su tiempo libre a hacer labores específicas de plantación y cuidado de plantas arbóreas para terceros con el objetivo de sacar fondos para el resto de proyectos.
Uno de estos proyectos tiene especial relación con el efecto que tiene en este tipo de municipios la despoblación. Con este dinero han conseguido adquirir tres viviendas destinadas al alquiler social para que nuevas familias residan en el pueblo. En la primera, que compraron por 12.000 euros ya hay una familia viviendo (por 150 euros cada mes), mientras que ahora mismo están enfrascados en la rehabilitación de otras dos casas colindantes.
No cuentan con grandes ayudas. Son cuatro las personas que cada sábado durante el último año y medio han ido a trabajar en las dos viviendas con medios claramente insuficientes. La hormigonera es del Ayuntamiento, un vecino del pueblo que es albañil, ha prestado diversos utensilios... En definitiva, cada uno aporta lo que puede para que el proyecto de tener casas en alquiler se convierta en realidad.
Ahora mismo, el proceso de rehabilitación está todavía en un primer momento y el estado de las viviendas es claramente mejorable, pero poco a poco los miembros de la asociación pretenden conseguirlo. Han recibido la ayuda de un arquitecto que guía sus pasos en el derribo de alguna de las antiguas vigas o paredes y, aunque sea poco a poco, van avanzando.
Piñel será el único pueblo que podrá presumir de que sus productos de huerta luchan contra la despoblación cuando llegan a la mesa. Todo por recuperar el municipio.