La sexta moción de censura de la democracia ya es historia. Al final, salvo por un ramillete de réplicas geniales donde mezcló a Asimov, con Montesquieu y Largo Caballero, el discurso del candidato Ramón Tamames quedó diluido en un tablero donde los principales grupos jugaban otra partida, conocedores de que la suerte final estaba echada y que, en definitiva, estos dos días en el Congreso fueron una mascarada oculta bajo un barniz de fingida seriedad. Lo cierto es que unos y otros la instrumentalizaron para convertirla en una lanzadera de sus propuestas con todas las formaciones buscando recolocarse y promocionarse.
En las horas de después, desde los altos despachos de Génova y Ferraz ya hacían balance de la moción impulsada por Vox, que pretendió ser (sin conseguirlo) un ariete contra el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y también contra el líder de la oposición -el convidado de piedra en esta ocasión- Alberto Núñez Feijóo.
Al final, Sánchez, no ha visto su posición comprometida en ningún momento y, sabedor de que jugaba en casa y con el público a favor, dedicó su tiempo (desmesurado a juicio de Tamames) para exhibir la gestión del Ejecutivo poniendo el acento en sus políticas sociales.
Y no solo eso, la acción del partido de Abascal le ha permitido también apuntarse otro tanto: pasar página de los días de profunda división interna en su complejo Gabinete y proyectar una imagen de unidad interna, poniendo de moda una expresión que, sin duda, empezará a oírse mucho a partir de ahora: el ticket electoral» entre Sánchez y Yolanda Díaz para mantener esa buena sintonía (entiéndase coalición) más allá de las elecciones generales de diciembre.
Si en Ferraz querían aprovechar estos dos días en el Congreso para marcar distancias claras con Díaz y comenzar la operación arrinconamiento del dúo Montero-Belarra, lo han conseguido.
El PP, por su parte, decidió jugar su carta de la abstención hasta el final y ha conseguido lo que pretendía: salir indemne.
Feijóo ni apareció por el Congreso para no dar pólvora a la bancada socialista y al mismo tiempo que marcaba distancias con Vox -desde un principio rechazó la moción- evitó dinamitar puentes que pueden ser válidos este intenso año electoral, no votando en contra, como sí hizo en la anterior bajo el mando de Pablo Casado.
La presencia del PP se saldó ayer con un buen discurso de su portavoz parlamentaria, Cuca Gamarra, de guante blanco con Tamames, apelando al centro moderado y con una petición de elecciones anticipadas -las que no llegó a pedir ayer el candidato- para poner fin a la «lamentable aventura del sanchismo».
Pasan del no y el «hasta aquí hemos llegado» de Casado en la anterior moción, a desmarcarse de los de Abascal, pero sin entrar en el cuerpo a cuerpo y sin dar respuesta a la oferta de Vox de hacer borrón y cuenta nueva, cuando estamos ya en precampaña y ambos partidos pueden tener que entenderse tras los comicios del 28 de mayo.
En Génova, la lectura es que esta iniciativa, estéril, no cambia el reparto de votos entre bloques, aunque resta seriedad a Vox, lo que puede inclinar la balanza a favor del partido de Feijóo.
Desde la Moncloa resumen lo ocurrido en estas dos jornadas con una frase energética: «Un chute para la movilización de la izquierda» y consideran que salen reforzados tras el debate en el Congreso.
Al final, ¿qué quedó del supuesto espíritu de la moción? Un fuéronse y no hubo nada, que diría Cervantes. El fondo era otro: el primer gran mitin general para el 28-M.