La autocrítica no es, ya lo sabemos, el punto fuerte del presidente del Gobierno. De ningún presidente del Gobierno, de hecho. España es país de blanco o negro, de botellas llenas o vacías, nunca de porcentajes. Y Pedro Sánchez, que este miércoles celebra la habitual rueda de prensa de fin de curso, es un fuera de serie en esto de venderse bien.
El balance será triunfal, entre otras cosas, porque la verdad es que su tremendista y nada convencional peripecia política la ha salido como él quería: sigue durmiendo en La Moncloa y volando en el Falcon. Mis sondeos particulares muestran incluso que son muchos los que piensan que las últimas elecciones generales las ganó él, y no el Partido Popular, que permanece como arrinconado frente al empuje mediático, de imagen y de actividad desbordante en todos los frentes del jefe del Ejecutivo. Que, por cierto, no perderá oportunidad de sacudir más estopa a la oposición de la derecha, y esto no es un vaticinio arriesgado, ciertamente.
No estoy seguro de que un recuento riguroso de lo actuado desde el pasado verano, que incluye los contactos con Junts y Puigdemont, la amnistía y una presidencia de la UE (que, a mi entender, ha sido discreta, pero ni mucho menos tan excelente como nos va a ser presentada), coincida del todo con cómo lo va a ofrecer Pedro Sánchez ante los medios. Creo que ha sido este último el período más lleno de claroscuros, agitaciones y también degradación democrática que yo recuerdo en muchos años, sin que esté seguro de que todo deba atribuírsele al inquilino de La Moncloa.
A Sánchez hay que reconocerle una digna presencia internacional, pese a los errores en política exterior; hay que admitir su inquietud por los temas sociales, que la economía no va del todo mal, pese a los agoreros, y también que parece tener el don de la ubicuidad; inactivo, desde luego, no se queda. Otra cosa es si toda su actividad, lo mismo que su pasmosa temeridad, se encauzan positivamente.
Así, creo que Sánchez tiene bastantes cosas en su haber. Pero en su debe hay demasiados pasajes oscuros, enterrados en una opacidad que hace que la frágil memoria de la ciudadanía olvide episodios como la degradación del CNI y los espionajes telefónicos, su desdén en el respeto a muchos aspectos de la legalidad vigente, su desprecio por la opinión pública, que no siempre es la publicada, y por la separación de poderes y la seguridad jurídica.
No es Pedro Sánchez hombre a quien le limiten fácilmente las rayas rojas ni esa elegancia convencional que habría de tener el estadista, ni tampoco es persona a la que inquieten demasiado ni el respeto a la palabra dada ni a la veracidad patente: exhibe un donaire sin par para obviar el testimonio de las hemerotecas y las críticas ante abusos en la utilización 'no oficial' de su avión privado o en la contratación de amigos y deudos a la hora de ocupar todos los terrenos, incluso los institucionales.
Ignoro qué le preguntarán mis compañeros y si yo mismo tendré oportunidad de formularle alguna pregunta, que no desvelaré aquí para no hacerme 'spoiler' a mí mismo. Supongo que tendrá preparada alguna sorpresa, como desvelar quién ocupará el 'superministerio' de Economía y, por tanto, la vicepresidencia primera del Gobierno: le encantan las sorpresas, que denotan poder. Y se irá de vacaciones en su paz, seguro de haber generado los titulares apetecidos, sorteando interrogatorios incómodos y afrontando el difícil año que nos viene con la misma donosura y con más del mismo talante. Y es que es un talento, sin duda. Al menos, para estas cosas.