'Cáncer': la temible palabra que lo cambia todo

Óscar Fraile
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La enfermedad supone un punto de inflexión en la vida de todos los pacientes, obligados a centrarse en recuperaciones complicadas desde el punto de vista físico y psicológico

Raquel González (con chaqueta negra), Natalia de la Puente (camiseta gris), Inés Ruiz (camisa blanca) y Carolina González (con jersey amarillo y negro). - Foto: J. Tajes y Photogenic

En 2022, últimos datos disponibles, a unas 20 millones de personas en todo el mundo se les diagnosticó algún tipo de cáncer. Como suele suceder en estos casos, una cifra no puede reflejar la carga emocional de 20 millones de casos únicos. 20 millones de historias personales que se esconden detrás de las frías estadísticas. Dramas en unos casos, historias de superación en otros. Finales felices. Finales fatales. Pero hay algunos elementos comunes en todas ellas. Primero, el cambio vital que supone esta enfermedad. Es complicado que alguien que se enfrente a ella y termine esa travesía siendo la misma persona que era antes. El cáncer te pone al límite. Te castiga. Pero a veces también da lecciones de vida. Hace que tus prioridades cambien y que cosas que parecían importantes pasen a un segundo plano y se queden siempre ahí. Los ejemplos públicos son numerosos: «He aprendido a buscar las cosas bonitas de la vida», dijo Julia Otero tras superarlo. «El mejor consejo que te puedo dar es que corras por tus sueños». Palabras de Sara Carbonero. 

Cuando el cáncer llega, lo pone todo patas arriba. No solo en el ámbito de la salud. La onda expansiva puede afectar a la familia e incluso a otros aspectos sociales, como el trabajo. Según la Asociación Española contra el Cáncer (AECC), casi un 30% de los pacientes que sufren esta enfermedad en edad laboral afirma haber perdido o dejado su empleo después. Entre otras cosas, por la dificultad para cumplir horarios y mantener el ritmo de trabajo. Y cuando eso pasa, no es nada fácil reengancharse al mercado laboral. El riesgo de desempleo en pacientes que han superado el cáncer es un 34% superior al del resto de la población. Es la experiencia que ahora mismo está viviendo la empresaria vallisoletana Raquel González, obligada a dejar su restaurante para afrontar la enfermedad, sin saber qué será de ella después, a sus 61 años. Los estudios de la AECC también concluyen que los problemas laborales se extienden a las familias de los pacientes, que tienen muchas dificultades para conciliar los cuidados con sus puestos de trabajo. Casi un 7% de ellos los pierden, ya sean porque renuncian o porque son despedidos y más de un 2% se ve obligado a cambiar a otro empleo más compatible. Y lo hacen porque saben de la importancia de una ayuda que no siempre es fácil de prestar. Por eso desde la AECC trabajan con las familias para 'enseñar a ayudar'. Para que aprendan a comunicarse cuando hay que abordar temas delicados, como el final de vida. «O para dar información a los hijos de que papá o mamá está malo y se le va a empezar a caer el pelo», explica la psicóloga de la AECC Inés Ruiz.

Raquel González (perdió su empleo en hostelería tras un cáncer de amígdalas): «No puedo trabajar en hostelería porque el tratamiento quemó mis papilas gustativas»

Antes de que le dieran el diagnóstico, Raquel González ya sospechaba que tenía cáncer. Llevaba meses con dolor de garganta y cada vez podía abrir menos la boca, hasta el punto de tener mucha dificultad para comer. Pero en las primeras consultas el médico le decía que no era nada grave. Y ella, de algún modo, se agarraba a ese diagnóstico, aunque no creyera en él. «Incluso las biopsias me daban negativas y, por una parte, yo ya no quería mirar más; pero, por otra, yo sabía que no era así, porque notaba el bulto, dolía...», dice.

Sus sospechas se confirmaron cuando apareció un ganglio. Una nueva biopsía confirmó que padecía cáncer de amígdalas, aunque no le dieron el resultado hasta un mes después de hacer la prueba definitiva, en julio del año pasado. El mazazo fue brutal. «Es como que te cae una losa encima, te da un miedo tremendo», recuerda. Raquel ni siquiera sabía que existía el cáncer de amígdalas, pero tuvo que aprender en qué consistía de golpe. «Es como entrar en un mundo totalmente desconocido que crees que no te va a tocar nunca», añade. Pero sí. Toca. Y cuando una menos lo espera. Ella se sintió sola pese a estar rodeada de mucha gente. Sola ante la quimio y la radioterapia. Empezó a perder el pelo y mucho peso, después de estar dos meses alimentándose solo a base de batidos. Después de 33 sesiones, «el máximo que se puede recibir», el impacto físico fue tan grande que ponerse delante del espejo resultaba un trago difícil de pasar.

Las consecuencias también se extendieron al ámbito laboral. Raquel casi siempre ha estado ligada al mundo de la hostelería. De hecho, trabajaba en la cocina de una sidrería de Valladolid de la que era copropietaria, y lo tuvo que dejar para centrarse en su recuperación. Algo normal en todos los pacientes, pero, en este caso, ella tiene muchas dudas de que vuelva a trabajar en este sector porque el tratamiento quemó sus papilas gustativas. «No soy capaz de diferenciar sabores y, por lo tanto, no tengo ningún criterio para la comida», explica.

La incertidumbre sobre el futuro laboral es absoluta, porque es consciente de que a los 61 años no es fácil reciclarse ni encontrar empleo. Y menos, con sus antecedentes médicos. «Soy sincera, si yo estuviera en el lugar del empresario, tampoco contrataría a una persona en mi situación», finaliza.

Natalia de la Puente (paciente de cáncer de mama): «Ha habido personas que  me han preguntado cuánto tiempo me quedaba»

El 24 de agosto de 2023 es una fecha que está marcada a fuego en la mente de Natalia de la Puente. Ese día le dijeron que tenía cáncer de mama para confirmar sus peores sospechas. La enfermedad entró en su mundo en una etapa que, en teoría, debería haber sido una de las más felices de su vida. Solo nueve meses antes había sido madre y faltaban pocas semanas para que se casara.

Precisamente fue en el embarazo cuando llegaron las primeras sospechas de que algo no iba bien. «Empecé a tener secreciones por un pezón y la médica me dijo que probablemente estaba empezando a generar ya leche», recuerda. Con el mensaje de la doctora se quedó más tranquila, pero no del todo. Después de dar a luz, en noviembre de 2022, empezó a notar un bulto en el pecho cuando daba de mamar al bebé. Pensó que podría ser consecuencia del periodo inicial de lactancia, pero, al ver que no desaparecía, volvió a la consulta. De allí fue derivada al Río Hortega, donde, según Natalia, le dijeron que no había motivos para asustarse. «Pero no me fié y decidí ir a la clínica de Recoletas, donde me dijeron que tampoco veían nada raro, pero que había que mirarlo, y al mirarlo...».

Al mirarlo llegó la fatídica noticia. «Lo primero que sentí es mucho enfado, contra todo y contra todos, no sé por qué», recuerda. En lugar de llorar, se puso a gritar, pensando en que solo tenía 32 años y un bebé recién nacido a su cargo. «Es como que el mundo se te acaba en cuestión de segundos», dice. La rabia dio paso a otra etapa de llanto, pero ambas no duraron mucho antes de que Natalia se subiese a lomos del optimismo para afrontar todo lo que estuviera por venir. Por muy terrible que fuese, como perder un pecho de cuya reconstrucción todavía sigue pendiente. Ahora, casi al final del proceso, dice estar inmersa en otra etapa. La «depresión máxima» que llega después de la 'euforia', mezclada con el miedo a que el tumor se pueda reproducir.

El apoyo de su familia ha sido fundamental, aunque las reacciones de parte del entorno cercano han sido un arma de doble filo. «Es bonito tener personas pendientes, pero ha habido gente que no te hablaba desde hace años y ahora lo hace a diario, como si se quisiera despedir, y varias personas me han preguntado cuánto me quedaba, no sé cómo se les ocurre...», finaliza. Con todo, incide en la importancia de «rodearse de gente 'vitamina'».

Inés Ruiz (psicóloga de la AECC): «La pregunta de por qué me ha tocado a mí aparece en todos los pacientes»

El tratamiento contra el cáncer suele tener un impacto muy importante en el físico del paciente, pero las consecuencias psicológicas no son menos importantes. Desde que el paciente recibe la noticia hasta que termina de asimilarla y de acostumbrarse a una vida que siempre cambia. Inés Ruiz trabaja como psicóloga en la sede provincial de la Asociación Española contra el Cáncer y, por su experiencia, reconoce que los primeros momentos están marcados por la incertidumbre. «Desde que se ven los primeros indicios en las pruebas hasta que les confirman que es cáncer y la gravedad que tiene hay un periodo muy complicado en el que el paciente se pone en lo peor», explica. Son los días «más complicados del proceso». Después, cuando se confirma la peor noticia, aparece el miedo. «No sabe cómo le va a afectar, cómo lo va a sobrellevar y qué efectos secundarios le va a dejar, además del miedo a la muerte, aunque el pronóstico sea bueno», añade.

Después comienza la quimioterapia o radioterapia y los devastadores efectos que tiene en el físico, como náuseas, dolores articulares y vómitos. «En esa fase trabajamos mucho el enfado, la rabia, la tristeza y el sentimiento de injusticia, porque los pacientes se preguntan por qué les ha tocado a ellos, pese a cuidarse y haber hecho todo bien... la pregunta de por qué a mí aparece en todos los pacientes», asevera. Y no hay ninguna respuesta para ello, simplemente porque no hay un porqué. «Las enfermedades vienen y en ese punto lo único que hay que abordar es cómo vamos a afrontar ese momento». Es decir, se trabaja la aceptación de un proceso que tendrá momentos mejores y peores.

Aunque mucha gente piensa que afrontar la enfermedad con optimismo genera beneficios a nivel médico, no hay ninguna base científica sobre ello. «Hemos generado durante años un problema a nivel emocional, parece que no nos podemos permitir estar mal porque estar mal supone empeorar y entonces, si eso pasa, será culpa nuestra... esto es un error», dice. Lo que depende del paciente es alimentarse bien, descansar y hacer caso al médico. «Que la enfermedad vaya mal, pese a hacer eso, no depende de él, ni tener días malos le va a hacer tener un peor pronóstico». Por eso es «muy importante» liberarle de esa carga y enseñarle a llevar la enfermedad de la mejor manera posible.

Carolina González (investigadora del cáncer): «Actualmente hay técnicas en desarrollo que llegarán en los próximos 25 años»

Carolina González está inmersa en una investigación sobre la búsqueda de biomarcadores en sangre que ayuden a personalizar los tratamientos a los pacientes de cáncer de hígado y de vejiga. En el caso de los hepáticos, busca conseguir que se sustituyan las biopsias, más agresivas para el paciente, por análisis de sangre.

Pese a su juventud, tiene claro que la investigación es fundamental para encontrar nuevos tratamientos y mejorar los existentes, junto a la prevención. Según ellla, es el camino más seguro para atajar el aumento de mortalidad que se prevé para los próximos años. En este sentido, aboga por desarrollar tratamientos «mas personalizados», que huyan de los genéricos, «que a veces no ayudan a los pacientes». Aunque a veces sea necesario trabajar sin conocer los plazos, porque en investigación siempre es un factor incierto. «Es difícil estimar los plazos, porque a veces parece que tardan mucho en llegar los avances, pero, cuando llegan pueden suponer una revolución y que todo el mundo se ponga a investigar en ello», dice. Pese a todo, considera que «de aquí a 25 años hay muchas cosas que pueden avanzar», aunque no tiene claro que sea para frenar el cáncer «de una forma radical». Los avances que pueden dar mejores resultados en los próximos años tienen que ver, según González, en la inmunoterapia y técnicas con células CAR-T. En este sentido, recuerda que «hace 25 años no existían ciertos tipos de tratamiento que existen ahora, ni se planteaban», por eso abre una puerta a la esperanza de lo que pueda pasar en el próximo cuarto de siglo.

Eso sí, todo tiene que ir acompañado de la correspondiente financiación, que «no es igual en todos los tipos de cáncer». Por ejemplo la investigación para los de mama y colorrectal es superior a la de otros. En este sentido, destaca el papel de la Asociación Española contra el Cáncer, «que en los últimos tiempos ha dedicado más fondos a los tipos de tumores menos investigados y con más necesidades». Con todo, es partidaria de incrementar el esfuerzo presupuestario.

González  considera que el aumento de la incidencia de los últimos años se debe al incremento de programas de detección precoz, aunque también influyen factores medioambientales y los cambios en los hábitos de vida, «que han empeorado».