La cautela sobre cuestiones morales lleva a mirar con suspicacia cualquier debate sobre principios éticos en el campo audiovisual. La casuística suele estar manipulada y las consecuencias de las acciones no son coherentes con la dinámica creada. Sin entrar en la discusión sobre nuestra razón de ser o la existencia divina, hasta el ateo más recalcitrante debe reconocer que el cristianismo aportó cierta finura moral al mundo. Es un hecho fáctico, no discutible y basta con observar brevemente la historia.
Hasta la llegada de los cristianos, el mundo era duro, brutal, cruel e ignorante. Algunos, un grupo creciente, piensan que la religión es un obstáculo para el desarrollo personal y la justicia social; pero curiosamente esta hostilidad solo se limita a la cristiana, ya que entienden que el respeto a otras religiones debe de ser la base de una sociedad diversa y tolerante. El ataque a otras creencias llegará, pero es el catolicismo el recurso que tienen más a mano y conocen.
Por suerte, no me he encontrado a esa horda de creyentes católicos fanáticos dispuestos a aplicar las tácticas del medievo a sus congéneres. Mas bien, en Occidente, la realidad es que vivimos en una sociedad ampliamente agnóstica y la formación moral es tan etérea que la vida sacramental tiene menos pulso que los curas que la administran. Los cristianos con mayúsculas están en África y Asia, los cuales mueren y son perseguidos como en los viejos tiempos por individuos que consideran que la Historia no ha sido generosa con su fe. Irrita que siga habiendo mártires.
No tengo claro qué nos vamos a encontrar en unos años. Sin referentes morales, sin principios que nos iluminen, la vida puede ser muy dura. Minusvaloramos la capacidad que tenemos para hacer el mal a nuestros semejantes. Nos miramos con tanta condescendencia que ignoramos nuestros pecados, el daño que provocamos, transformándolos en errores de juicio. Las intenciones pasan a ser irrelevantes, porque solo los actos, ciertos actos en concreto, son reprochables.
El regalo de la libertad es inexplicable. Para un creyente es obvio el rebote angélico que supone permitir la desobediencia humana hacia su Creador. Ese regalo requiere responsabilidad, mesura, prudencia y humildad. En demasiadas ocasiones, estos valores no acompañan a nuestros actos. Vivimos en una época en donde la condición de cristiano es una confirmación de ignorancia y estupidez. La alegría de la fe aporta esperanza y templanza; menudo regalo.