Años en Valladolid: 17
Profesión: Operaria de fábrica
Comida y bebida favorita: Tortilla de patatas y cerveza con limón
Rincón favorito: Plaza de Zorrilla
Liliana Yamileth Ávila Andino (La Masica, Honduras, 1989) aún recuerda el «miedo» que sintió en Valladolid cuando, a las cinco de la madrugada de un sábado, por indicación de una amiga reciente con la que había salido de bares, se subía a un taxi para volver a casa. De aquello hace ya 17 años, tenía 18 recién cumplidos y sólo llevaba dos semanas aquí: «Hice todo el trayecto pensando que me iba a pasar algo», relata, y lo único que sucedió fue que llegó sin ningún problema. No ocurrió nada y eso es justo lo que más aprecia de Valladolid: «Yo creo que la seguridad es uno de los principales motivos que llevan a los extranjeros a venir», opina. Y es que el debate sobre el riesgo que asume una mujer sola a deshoras por la calle sigue latente en España, pero la perspectiva cambia cuando uno, o una en este caso, procede de uno de los países con peor tasa de homicidios del mundo, donde «pueden matarte por una bici, una cadena de oro o un teléfono móvil».
También la vida puede hacerte más dura cuando, con apenas 18 años «y aparentando 14» por tamaño y aspecto, después de haberte criado en una familia con otros cinco hermanos, «la corrupción y la delincuencia» dejan a tu país en tal situación que te empuja a cruzar sola el charco en busca de un futuro mejor a más de 8.000 kilómetros del hogar. Dos de sus hermanos ya se habían ido a EEUU, pero llegar allí era (y sigue siendo) más caro y peligroso «por las mafias de México» que agravan una travesía de «tres o cuatro semanas como mínimo» con etapas a pie y en tráiler. «A España viajé en avión», relata, gracias a un pariente que vivía en Valladolid y le puso en contacto con una empresaria que le gestionó una estancia temporal; aunque, pasados los primeros meses, tuvo que encarar el reto de vivir tres años sin papeles hasta poder regularizar su situación.
Aun así, valora que en Valladolid nunca pasó más de dos o tres meses sin trabajar. Se encontró una ciudad de inviernos «muy fríos» y «gente muy seria», pero también «personas muy buenas» que la ayudaron. Aquella empresaria le hizo «el favor» de emplearla para que tuviera ingresos y pudiera costearse una habitación en piso compartido los dos primeros años; después una familia la tuvo cuidando niños, y después otra… hasta que legalizó su estancia, recurrió a una ETT y empezó a rotar por fábricas. Ahora ya lleva más de tres años en Renault, «feliz» con su etapa más estable y un piso de alquiler para ella sola tras compartir unos cuantos. Todavía echa de menos «las playas y ríos de Honduras», donde «ves el fondo y te puedes bañar», pero contenta y «agradecida para siempre» a quienes le facilitaron su vida, hoy ya sin miedo, en la capital del Pisuerga.