Francisco Castillo (83 años), Pablo Gama (70), Isaac Repiso (69), Fidel Arranz (69), Félix Rodríguez (70), Manuel Jimeno (69), Eduardo del Val (80), Tomás Gallego (83) y Pablo Antonio Renedo (74) son nueve de los cientos de trabajadores que entraron en la fábrica vallisoletana de Michelin al comienzo (1973) o en sus primeros años de actividad y se quedaron hasta la jubilación. Los sueldos bajos del principio, las mejoras posteriores hasta convertir la empresa en referente positivo por remuneración y licencias sociales, el salto tecnológico de las últimas décadas y las dificultades para adaptarse… En el marco de la conmemoración del 50 aniversario, comparten con El Día sus experiencias con testimonios que apenas difieren en lo esencial y podrían hacer propios otros muchos que encarnan la historia local de una multinacional que, junto a Renault o Sava (después Pegaso e Iveco), contribuyó a moldear el relato industrial, social e incluso urbanístico de la ciudad, dada la cantidad de edificios que se levantaron para acoger a los trabajadores y familias que atrajo sobre todo la automoción.
La historia de Michelin en Valladolid se empieza a escribir en abril de 1972 con el inicio de las obras de construcción de la fábrica en los terrenos del Cabildo (pertenecían al Cabildo Catedralicio, de ahí la denominación), pero no fue hasta las 19.00 horas del 2 de octubre de 1973, concretamente, cuando produjo su primer neumático, uno destinado a EEUU. «La primera carcasa, la primera parte de la cubierta, la hice yo, que era conductor de cadena», cuenta Francisco Castillo. Entró en la empresa el 23 de abril de 1973 y de inicio le destinaron unos meses a Vitoria. Tenía 34 años y fue uno de tantos que vio la oportunidad de regresar a España después de doce años en el extranjero. Emigró a Suiza en el 61 y estuvo trabajando en la construcción: «Primero de peón porque no sabía nada, pero luego me enchufé en una grúa, aprendí alemán… era un trabajo bonito y bien pagado». Cuenta que empezó ganando 3,15 francos por hora, 42 pesetas, cuando venía de cobrar 40 por día en un taller de Madrid, «y la diferencia del precio de la vida no era tan grande entre uno y otro país como para eso». Al cabo del mes ingresaba «2.350 francos suizos, 43.000 pesetas de entonces (258 euros)», nómina que cambió por una de 6.000 en Michelin (36 euros): «Pensé quedarme en Suiza, pero mi mujer es de Palencia, teníamos dos hijos que ya llegaban a la edad de ir al cole y decidimos volver». Nació en Guadalajara, pero se asentó definitivamente en Valladolid por Michelin, donde trabajó hasta octubre de 1995, cuando se jubiló «con 55 años y medio».
Con 21 años y medio, «poco después de acabar la mili y pasar unos meses trabajando en el campo», entraba Isaac Repiso a la empresa. También recuerda la fecha exacta, «el 1 de agosto de 1975», y estuvo hasta diciembre de 2014. «Siempre en el taller de neumático agrícola», del que se le ha quedado grabado el recuerdo de unos primeros años «muy duros». «Todo se hacía de forma muy manual, no sé cuántos de los que entran ahora a darle al pedal habrían aguantado», desliza.
«Físicamente, era un trabajo mucho más exigente que el de ahora», incide Pablo Gama, quien trabajó también en el taller de agrícola, en su caso, «desde el 14 de mayo de 1979 hasta noviembre de 2016». «Antes había trabajos en montaje en los que procuraban meter a gente muy corpulenta para desarrollarlos porque uno normal no podía, y por entonces claro, había muchas lesiones, muchas bajas a pesar de que éramos muy jóvenes, y gente que acabó… Pero bueno, pasado un tiempo empezaron a mecanizar y aliviar esos esfuerzos».
«Poco a poco iba evolucionando, y a partir de 1993 ya fue un subidón», recuerda Manuel Jimeno, quien entró a la empresa «en una fecha difícil de olvidar, el 7-7-1977», con 22 años, y permaneció hasta 2019, ya con 64, tras una vida laboral entregada a la producción de neumáticos para turismo y tractor. «Empezaron a cambiarlo todo, a traer máquinas nuevas… y luego la modernización de los últimos 20 años ha sido tremenda», continúa. «Los jóvenes dicen que a nosotros nos lo pusieron más fácil, pero es que estábamos más acostumbrados a trabajar fuerte que ellos, que son más yogurines».
Fidel Arranz también da un pequeño toque a los empleados más jóvenes de hoy respecto a su capacidad para socializar: «Igual ahora es más complicado porque antes ibas al bocadillo o al área de descanso y charlabas con la gente, mientras que ahora todos se ponen con los teléfonos móviles y no se habla nada».
En lo tecnológico, Arranz coincide con Jimeno al destacar «el vuelco tremendo de los últimos 20 años». «Yo creo que fue sobre todo a partir del año 2000 cuando empezó a cambiar todo, que trajeron máquinas con ordenadores y decías 'a ver cómo hacemos ahora', aunque te iban explicando». Entró a trabajar el 1 de junio de 1976, poco después de la mayor huelga vivida en la historia de la fábrica vallisoletana y del grupo de Bibendum en España (tres meses), y «Michelin ha sido todo» para él «tanto en lo social como en lo económico», con «sueldos bastante buenos» si olvida los de los inicios. «Todo se lo debo a la fábrica, y por supuesto a mi trabajo», en distintos puestos de cadena hasta 2018.
Jimeno también advierte que al principio se cobraba poco. Antes de entrar relata que ganaba 8.000 pesetas a la semana (48 euros) como soldador en otra empresa, y en Michelin 16.000 al mes (96), pero aun así se decidió a cambiar por salud, «por el humo». «Eran sueldos basura, muchos de los que entraron en mis tiempos se fueron, y muchos a la Fasa (Renault), que entonces pagaba más que Michelin, pero ya en los 80 tuvimos subidas del 15% de golpe, del 18% y hasta del 20%». A la vez que él entraron otros 18, y aunque sólo se quedaron dos, cuenta que con el paso de los años se ha ido encontrando con varios de entonces que, según le decían, «se arrepentían de haberse marchado». Y a pesar de que «ha habido y aún hay trabajos de esfuerzo fuerte, hoy en día no se quiere ir nadie ni aunque le echen agua hirviendo».
Eduardo del Val vivió la huelga de 1976 y más, ya que se incorporó a Michelin en 1969; primero a la fábrica de Vitoria, después Clermont-Ferrand, Aranda de Duero y por fin Valladolid desde finales de 1975. Fue jefe de equipo: «Guardo muy buenos recuerdos, salvo alguno un poco despistadillo que se olvida. Muy buenos compañeros y amigos, y el placer de que me jubilaran a los 57 años (en 2000), que eso es algo que no ocurre ya», recalca.
Con ADN Michelin
«Pude trabajar en la Fasa y no quise porque todo el mundo se iba allí, la verdad», afirma Félix Rodríguez, que entró a Michelin el 3 de noviembre de 1975 y estuvo hasta el 20 de abril de 2016; matiza que no tiene nada contra Renault, aunque nunca se compró uno. Su primer sueldo fue de 11.250 pesetas al mes (67 euros): «Por sacar remolacha ya cobrabas el doble o el triple y te entraban ganas de marchar, pero conocía a un enfermero de aquí que me aconsejó esperar, que tuviera paciencia porque, según decía, poco a poco me irían subiendo, y así fue». Michelin ha terminado siendo «todo» para él y «no sólo por el sueldo sino también, entre otras cosas, por ser una empresa número 1 en licencias sociales». Valora los campamentos pagados a sus hijas, «y hasta ruedas gratis incluso después de jubilarte». Su ADN Michelin queda fuera de duda cuando allí trabajan una hija y dos yernos, además de su consuegro, que también se jubiló ya. Y probablemente haya tercera generación porque tres nietas, Paula (10 años), Sara (8) y Alicia (7), con madre, padre, tío y abuelos en Michelin, ya no sueñan con convertirse en princesas o montar unicornios: «Quieren ser 'michelineras'», destaca Rodríguez con orgullo. Lejos van quedando los tiempos en que los talleres y cadenas eran sólo para los hombres y «sólo se veían mujeres secretarias o en limpieza».
Tomás Gallego, que entró al principio y se jubiló en 2003, también se declara «orgulloso de haber pertenecido a la empresa». «Fueron buenos años (casi 30), me proporcionó mucha estabilidad laboral». «Agradezco el programa de becas para estudiantes porque las tres hijas que tengo han ido así a la universidad, y muy importante también que, aunque ya no trabajemos, nos podamos seguir sintiendo parte de la gran familia Michelin, que se acuerden de nosotros en Navidad con la cesta y que hasta nos regalen las cubiertas cuando las necesitamos».
«Recuerdos tengo los mejores que te puedas imaginar, por trabajo y por cómo se portaron conmigo, muy bien hasta el final», agradece Pablo Antonio Renedo, que entró a Michelin por la planta de Aranda en 1971 «con la condición de ir a Valladolid cuando abrieran, igual que otros que fueron allí a la vez», aunque después «costó un poco que cumplieran» y llegó en 1975. Su trabajo en el área de laboratorio, en cualquier caso, le llevó a pasar temporadas por las cuatro fábricas del grupo en España. «Al principio Michelin no tenía la imagen de ahora, pero ya se veía como una empresa importante». Se jubiló en 2012, con 61 años, y como tantos otros, conserva el orgullo de haber sido parte del primer medio siglo de una fábrica que esperan que cumpla muchos años más y acierte a rodar por un mercado envuelto en incertidumbre, con la automoción inmersa en la transición ecológica y su revolución tecnológica del siglo.