Hace ya muchos años que el sector vitivinícola es pujante en la provincia y supone un nicho de actividad y empleo que no deja de crecer con el paso del tiempo. La llegada de nuevas bodegas, implantadas casi en su totalidad en el medio rural, ha reactivado la economía en muchos municipios englobados principalmente dentro de las denominaciones de origen Ribera del Duero, Cigales y Rueda, aunque también en las otras dos que incluyen algunos pueblos vallisoletanos, Toro y León. Como contamos esta semana en el periódico, este 'tirón' ha traído a la provincia más de 80 bodegas en la última década y esta llegada de grandes grupos bodegueros nacionales e internacionales seguramente continuará en los próximos años, junto a la venta o reactivación de otras pequeñas productoras y elaboradoras que pretenden seguir el camino del éxito al que ya se han apuntado las más grandes y poderosas.
Además, la actividad alrededor del vino crece durante todo el año. Más allá de la época de vendimia, en la que florece un empleo que casi siempre hay que buscar fuera de España porque no quedan trabajadores en nuestros pueblos, el enoturismo está convirtiendo de estas zonas las más pujantes de la provincia, capaces incluso de mantener la población o crecer en algunos casos. El proyecto de la 'Milla de Oro', encabezado por la Diputación y en la que se encuentran inmersos algunos de los buques insignias del vino vallisoletano, es un ejemplo de lo mucho que se puede hacer aún por incrementar la llegada de visitantes a una provincia con mucho que ofrecer. A pesar del turismo que llega en busca de lugares con encanto alrededor de la uva y el vino, Valladolid puede mejorar su oferta y tiene potencial para conseguir un sector económico que ofrezca alternativas a otros que van desapareciendo en el medio rural.
El desembarco de grandes grupos durante los últimos años y el prestigio ganado a pulso por la calidad y variedad de los vinos que aquí se producen debe provocar un paso más por parte de los propios bodegueros, en compañía de las administraciones públicas, para apostar por un turismo de calidad que aporte valor y sirva para crear todo un ecosistema agroalimentario que cada vez atraiga a más visitantes nacionales e internacionales. La situación geográfica de la provincia favorece esta llegada de personas, que reactivarán la hostelería, la restauración, el patrimonio cultural, los alimentos de calidad y otros servicios que deben estar a la altura del sector vitivinícola. Otro claro ejemplo, en este caso privado, es el proyecto N-122 Valle del Duero, en el que Abadía Retuerta, Arzuaga y Pago de Carraovejas impulsan un destino único en pocos kilómetros con tres restaurantes con estrella Michelin y hoteles de lujo. Otros grupos empresariales deben tomar nota e invertir en acondicionar las bodegas y las instalaciones anexas para acoger un enoturismo de calidad cada vez más exigente. Los resultados llegarán después. Y el máximo ejemplo de ello es el Hotel Marqués de Riscal en Elciego (Álava), el Guggenheim del vino diseñado por el famoso arquitecto Frank Gehry.
Y el potencial de la provincia se puede y se debe combinar con la capital vallisoletana, donde también se está buscando potenciar la actividad alrededor del vino. El centro previsto en el antiguo convento de Las Catalinas puede ser un punto de partida para enlazar alrededor de él toda una serie de iniciativas que actualmente se encuentran un poco deslavazadas. Eso sí, todas las posibilidades pasan por que las bodegas continúen elaborando unos buenos caldos, que mantengan su calidad y su prestigio fuera de nuestras fronteras provinciales y nacionales. El vino es el centro de toda la actividad económica, turística y social, por lo que conviene cuidar las viñas, mimar la elaboración y espabilarse, pues en todas las denominaciones de origen del país, y en muchas bodegas fuera de estas figuras de calidad, se están haciendo cada vez mejores productos. No nos podemos quedar atrás, pues el futuro del medio rural está en juego.