El edificio donde se encuentra el restaurante El Caballero de Olmedo fue convento, casa de postas e incluso polvorín durante la guerra. También casa familiar de los Molpeceres. Uno de los miembros de la familia, Ramón, fue el encargado de convertirlo en establecimiento hostelero en marzo de 2007 –hoy referencia en la villa vallisoletana desde que abriese sus puertas–.
«Venía de la hostelería de Valladolid capital (La Puñeta y El Tostadero Café)», empieza recordando Ramón Molpeceres: «Soy de aquí, nací aquí y esta era mi casa familiar. En aquella época, tenía relación con el mundo del asado y me apetecía abrir un asador castellano, pero no solo de lechazo».
Así, lo que en su día fue el antiguo Convento de San Francisco, que más tarde se convirtió en casa de postas –se cuenta que aquí durmió el bandolero Luis Candelas en el siglo XIX– e incluso llegó a ser polvorín, pasó a restaurante hace 17 años. Mantiene, de aquellas etapas, el suelo del convento, que se puede ver a través de un cristal en el suelo del comedor principal; y los arcos originales de la entrada.
«Manejé varios nombres y es verdad que de primeras no quería que fuese algo vinculado al Caballero de Olmedo, pero vi que estaba libre y lo elegí», reconoce Ramón que, en los inicios del establecimiento hostelero, se encargaba de los asados.
Porque el restaurante se basa en el horno de leña de encina y en la parrilla, uno pegado a la otra. En ambos se preparan los cuartos de lechazo, los pescados, las carnes maduradas (de entre 15 y 45 días). «Hacemos una cocina tradicional y de temporada. Eso sí, le damos un pequeño detalle a cada preparación», añade Molpeceres, asesorado desde sus inicios por cocineros de prestigio.
En invierno son conocidos por sus guisos (alubias, lentejas...) con apellidos, como señala Ramón: «Alubias de Ávila, garbanzos pedrosillanos... es decir, productos de cercanía, de la zona». Cuenta con un menú de lunes a viernes, por 18,50 euros –«un precio que nos permite dar unos platos un poco más preparados»–; aunque su fuerte es el asado (lechazo). Para ello el fuego comienza alrededor de las ocho y media de la mañana, para a partir de las diez ir haciendo los cuartos: «Tras un par de horas ya estarían listos para el tueste final cuando lleguen los clientes».
En su carta también destacan las sardinas ahumadas, las anchoas del Cantábrico, los corazones de alcachofa y colas de langostinos, morcilla del calducho, las verduras salteadas, el queso pata de mulo en horno de leña, las carnes a la parrilla –otro de sus fuertes–, el steak tartar (cortado a mano) o pescados, como el salmón con salsa dulce y el «pescado de Castilla», el bacalao al horno de lecha con falso pil pil de pimientos. Todo por un tique medio de 38-40 euros. «Intentamos trabajar con hortelanos de Olmedo y con productos de Castilla y León», reconoce.
El Caballero de Olmedo cierra los martes y el resto de los días abre para las comidas. Viernes y sábados también para las cenas. Tiene una capacidad para unos 120 comensales, destacando, además de los dos comedores (uno con vistas a la parrilla y el otro en la zona de los arcos, decorado al más puro estilo castellano y clásico), una terraza para el verano y para diversas celebraciones –donde llegó a hacer alguna actuación–.
Ubicado frente al Balneario Castilla Termal, al lado del Parque Mudéjar de Olmedo y acogido por la muralla de la villa, permite que su clientela, aparte de la zona y del propio pueblo, sea de empresarios y visitantes del balneario.
«Hemos superado la crisis de 2008, luego la del covid, la de Putin...», bromea sobre el mundo de la hostelería un Ramón que invita a los vallisoletanos a visitar Olmedo y, por supuesto, su restaurante.