En mi último artículo 'Bostezos entre minas electorales', publicado en estas páginas el pasado cuatro de abril, indicaba que, en mi opinión, la obligación más perentoria de nuestra clase política, especialmente de los dos grandes partidos, debiera ser recuperar el espacio del diálogo, la voluntad de acuerdo y el respeto institucional. A la vista de lo acontecido desde entonces, es evidente que, en el mejor de los casos, no me ha leído ninguno de los destinatarios y en el peor, nadie en general. Como continúe con esta tendencia, tendré que verter alguna afrenta, siempre con educación, al ministro de Transportes y Movilidad Sostenible, Óscar Puente, para que al menos tenga lectura garantizada por el equipo de empleados públicos que ha creado para buscar y analizar los insultos y ofensas que sufre, a diario, en distintas columnas de opinión en las que, según él, le satirizan por feo. En estos tiempos, si no apareces en 'la lista Puente' no eres nadie en el mundillo de los columnistas.
En los últimos quince días se han producido, al menos, dos hechos que han venido a echar más madera al fuego de la crispación política. El primero, las dos comisiones de investigación creadas en el Congreso y en el Senado al amparo del Artículo 76 de la cada día menos respetada Constitución Española, ambas con el objetivo de analizar las presuntas y vomitivas irregularidades en la compra de material sanitario durante la pandemia.
La de la Cámara Alta pretende centrarse en el caso Ábalos-Koldo y Cía (PSOE) y la de la Cámara Baja lo amplía a todas las administraciones públicas. Esta competición entre Cámaras para ver quién mea más lejos no es nueva. En 2017 ocurrió algo similar cuando Congreso y Senado compitieron en el estudio y análisis de la financiación de los partidos políticos. Ya saben, el objetivo depende de quién ostente la mayoría. Roza la indecencia.
En esta legislatura que, aunque en coma, acaba de empezar, hay creadas otras tres en el Congreso, impulsadas por los socios parlamentarios independentistas catalanes de Sánchez (operación Cataluña, atentado yihadista de 2017 en Cataluña y espionaje con Pegasus). Este tipo de comisiones de investigación política sobre asuntos de interés público, son un elemento clave para el control del Gobierno y pueden ser interesantes si en ellas se alcanzan acuerdos y conclusiones que, aunque no sean vinculantes, posteriormente sirven para tomar decisiones. En las últimas legislaturas nacionales o autonómicas, cuando se han necesitado acuerdos entre grupos políticos para superar investiduras, se han utilizado por el grupo minoritario para incluirlas en los pactos y forzar al grupo mayoritario, con el que pretende formar gobierno, a que se autoinvestigue su pasado. Estos últimos, con tal de seguir en el poder, aceptan y firman hasta su sentencia de muerte.
Al referirse a ellas, la clase política acostumbra a hablar de la llegada «de la hora de la verdad». No esperen nada de ellas, salvo la búsqueda de titulares gruesos, espectáculo mediático, agresividad verbal, mucho ruido, más crispación, poco rigor, ninguna seriedad y más madera para la caldera de la polarización. En estas dos últimas que se han creado, lo más deseado para ciertos morbosos era la posible comparecencia del 'novio de España' y de 'la esposa del país', demostrándose la preocupación de nuestras señorías porque las mismas sean acogedoras y muy familiares.
El segundo hecho tiene que ver con el cambio brusco que se ha producido en la campaña de las elecciones vascas. Mientras que en la precampaña algunos opinábamos que todo indicaba seriedad y sosiego, al día siguiente de ganar el Athletic la Copa del Rey, desapareció la calma. El principal responsable del cambio fue Patxi López, quien, en un desahogo mitinero, arremetió con dureza contra todos, incluyendo los dos socios de investidura, PNV y Bildu. Puede ser que el de Portugalete sea del Club de Fútbol Portugalete y se le haya atragantado la victoria del Athletic o simplemente que cada día esté más desnortado y desabrido.
El que seguramente hubiese compartido parte de mi último artículo es José Antonio Ardanza, Lehendakari entre 1985 y 1999, fallecido hace una semana e impulsor de la unidad de los demócratas para el aislamiento político de ETA con el pacto de Ajuria Enea. Le conocí un día de agosto de su último mandato en los peores años de la banda terrorista. Acudió a la Clínica del Dolor del Hospital los Montalvos (Salamanca) para que se tratase a un familiar y tuve la fortuna de acompañarle. Recuerdo la charla que mantuvimos de más de una hora, mientras paseábamos por los amplios espacios verdes del centro hospitalario, como uno de los momentos más agradables de mi trabajo en política. Era un hombre de acuerdo y diálogo, a quien le tocó vivir los peores momentos de ETA, gestionar la grave crisis industrial del País Vasco y pacificar las tensiones por las que pasaba el PNV. Me pareció una persona con sólidos principios, un buen tipo, un hombre de paz y un autonomista convencido. Respeto y agur, Lehendakari.
Como soy un ingenuo, cuando leí las declaraciones de Alberto Núñez Feijóo el mismo día que se publicaba mi artículo, en las que calificaba a la clase política actual como la peor de los últimos 45 años, incluyendo al Partido Popular, pensé por un momento que me había leído. Enseguida lo descarté, bastante tiene con leerles la cartilla a algunos de sus barones territoriales por las leyes de concordia, que han provocado discordias en amplios sectores sociales, y solicitarles que escriban, al menos cien veces, «el franquismo fue una dictadura». Por si fuera poco, han propiciado que Sánchez saque a pasear el franquismo que es un fijo en sus campañas electorales. Siguiendo con mi ingenuidad, los que sí me han podido leer son los presidentes González y Rajoy quienes, hace siete días, en el Foro de La Toja, pidieron «consenso» y volver al espacio de la centralidad, ese lugar que nuestros actuales políticos quieren hacer desaparecer o vaciar. Me temo que tampoco les lee ni les escucha nadie. El que no se consuela es porque no quiere. Toquemos madera.