Esta semana hemos conocido el proyecto para la nueva estación de trenes de Valladolid, una icónica y singular infraestructura que impulsará el futuro de la capital como el gran nodo ferroviario del noroeste español y uno de los puntos más importantes, tanto en número de viajeros como de mercancías, de toda España en las próximas décadas. La obra, que ya ha iniciado el procedimiento administrativo para su licitación tras el visto bueno del Consejo de Ministros esta misma semana, pues comenzar en el último trimestre del año y cambiará para siempre un entorno urbano, a uno y otro lado de las vías, que modernizará la ciudad y ofrecerá una imagen impactante y positiva a los viajeros y visitantes. Por ello, me alegra la casi unánime buena acogida de la iniciativa, a pesar de llegar de la mano del ministro Óscar Puente (PSOE), cuya rivalidad con el alcalde, Jesús Julio Carnero (PP), se ha extremado en los últimos meses.
Más allá de ciertos aspectos estéticos o arquitectónicos, que pueden gustar más o menos a determinados colectivos, el proyecto consigue una estación a la altura de la importancia de Valladolid como lugar, no solo de salida y llegada de miles de viajeros al año, sino de paso de todos los que se desplazan desde el centro o el suroeste de la Península hacia el resto de Europa, a través de Burgos y el País Vasco, o hacia Asturias y Cantabria, a través de Palencia y León. E incluso la U de Olmedo permitirá un transporte ferroviario de personas entre Galicia y el este de España sin pasar por Madrid, lo que también será beneficioso para la provincia. Creo que no es necesario explicar las ventajas de contar con una estación singular y moderna, pero además hay que tener en cuenta que los 253 millones de euros de inversión generará una actividad económica a su alrededor del que se beneficiarán durante años las empresas y otros sectores vallisoletanos.
Quiero incidir en los beneficios de esta nueva infraestructura, pero no me quiero olvidar de que prácticamente supondrá enterrar el sueño del soterramiento. Según los técnicos, que son quienes deben explicar estas cuestiones, la cimentación de la estación será incompatible con la idea de enterrar las vías, algo que ha levantado suspicacia entre el equipo de gobierno municipal, incrédulo con la explicación, y algunos colectivos que siguen fuera de la realidad. Lo que queda claro es que no podemos dejar pasar esta oportunidad para Valladolid, que en unos años puede convertirse en la tercera o cuarta ciudad con mayor tráfico de viajeros de media distancia de España.
El ejemplo contrario es el de la estación de autobuses, donde la inversión y el mantenimiento ha sido nulo durante décadas. Y ahora quieren reformarla, en vez de estar pensando nuestros representantes políticos en construir una nueva junto a la del ferrocarril para aprovechar la intermodalidad y unir las sinergias para modernizar y ganar eficacia al transporte público de viajeros. Junta y Ayuntamiento deberían plantearse ya la nueva infraestructura, para la que ya hay espacio delimitado, y ponerse manos a la obra para que pueda ponerse en servicio al mismo tiempo que la del tren. La iniciativa se encuentra dentro de los planes aprobados por la sociedad Valladolid Alta Velocidad y ninguna de las dos administraciones ha mostrado de momento su intención de no llevarlo a cabo. Ahora es el momento.
Y no quiero concluir esta carta dominical sin hacer también hincapié en la variante este de mercancías y su terminal, algo que será determinante como nodo logístico dentro del Corredor Atlántico para la implantación y desarrollo de empresas en la capital y su entorno. Como en el caso anterior, también sería muy aconsejable acelerar la puesta en marcha del parque logístico agroalimentario anunciado por el Ayuntamiento, pero del que hasta ahora no se sabe mucho. Este es el momento, pues en los próximos meses ya comenzarán a desviarse algunos trenes de mercancías por la nueva infraestructura, aunque aún le queda para su completa puesta en marcha.
Todo ello debe hacer de Valladolid la gran ciudad económica, turística e industrial del noroeste. Quizás debido a eso, esta semana hemos visto el carácter cainita de otras ciudades de nuestro entorno, aunque no les quiero dar más que la importancia que tienen esas críticas de sus alcaldes o dirigentes: ninguna. Cada capital tiene que luchar por lo suyo y nunca he oído criticar a los responsables políticos de Valladolid algunas inversiones históricas en Burgos, Salamanca, Zamora o León, por poner solo algunos ejemplos. Así que a lo nuestro sin distracciones.