En las elecciones, quien gana, aunque sea más en alianzas que en votos, lo gana todo, y quien pierde, lo pierde todo. Aunque sea un escaño, pongamos el 38 en el Parlamento gallego, el que decante la balanza de un lado de las dos Galicias o del otro. Ese escaño, el que decidía si Galicia seguiría con su gobernación de siempre o si daría un vuelco radical hacia un gobierno mirando hacia la izquierda, se jugaba por unos pocos miles de votos. Probablemente, lo ocurrido en las elecciones autonómicas gallegas este domingo no sea una radiografía perfecta del sentir de un territorio que, obviamente, hace mucho que no es aquel de Manuel Fraga, a quien casi nadie ha recordado estos días. Pero tampoco el de Manuel Beiras, el símbolo tradicional de 'una' izquierda al modo galaico, a quien hemos visto apoyando la candidatura del Bloque Nacionalista Galego.
Pensar, y decir y escribir, que el futuro de los líderes nacionales se jugaba en ese escaño, o sugerir que el futuro de Sumar de Yolanda Díaz dependía de que obtuviese un escaño, uno solo, en el Parlamento gallego, me parece, francamente, una exageración. Galicia es un territorio importante, un laboratorio político de primer orden, una reserva espiritual y hasta medio ambiental en no pocos aspectos; pero el escaño 38 significa lo que significa, y no más, es decir, quién ejercería la presidencia de la Xunta. El resto de la batalla, entre las dos Españas, empieza a jugarse ahora, y creo que tanto el PP como el PSOE, o como Sumar, o incluso como Vox, y hasta los nacionalismos, deben empezar a pensar que basta de juegos y análisis meramente electoralistas.
Nos jugamos demasiado en los envites que vienen, ley de amnistía, relaciones del Gobierno central con Junts y Esquerra Republicana, un modelo de territorio, un modelo de sociedad, un modelo definitivo de democracia. Construir un país para los ciudadanos, y no un tablero donde los políticos juegan a la política 'del escaño'. España es un gran país no siempre bien gerenciado, y esa es una contradicción que va siendo hora de resolver, y en ese proceso habríamos de entrar todos nosotros con una voz crítica pero constructiva, a veces también, por qué no, metiendo nuestras indignaciones en la batidora.
Este lunes habremos de regresar a una realidad ajena a los lugares comunes y a los aplausos de los mítines, una realidad que va mucho más allá de lo que sugieren las encuestas. España es un país en permanente definición, y ahora esa definición está algo desdibujada, territorial, institucional y hasta moralmente. No todo depende del escaño 38 ni de los siete que Junts, un partido que quiere destruir el Estado, puede prestar a la pervivencia del Gobierno de ese Estado. Muchas veces se ha dicho que PP y PSOE han de repensar muy mucho quiénes son, de dónde vienen y hacia dónde han de caminar ahora, porque el trayecto, ese que hasta ahora ha hecho parecer que todo dependía de un escaño, ha sido, hasta el presente, falaz y nos lleva a un laberinto sin reglas ni, quizá, salida. Pero, eso sí, con muchos trucos.