Las sandalias volvieron a pisar la calle, también el claustro empedrado de Santa Isabel y la capilla de San Francisco. El antiguo convento de San Agustín vio cómo el Yacente de sus vecinas iIabelas avanzó lento, rodeado de silencio, acunado por los hombros franciscanos y arropado por la estameña parda. El corazón de Valladolid se vistió de marrón franciscano.
El Valladolid de los conventos, de Santa Catalina, San Quirce, San Agustín, San Benito volvió a respirar la esencia de siglos atrás y la Cofradía de la Orden Franciscana Seglar (VOT) La Santa Cruz Desnuda volvió a cumplir con la tradición del primer fin de semana de Cuaresma. Esa que les reúne en torno a la imagen del Santísimo Cristo Yacente, que ya descansa en su hornacina hasta el próximo Jueves Santo, cuando regresará a la ciudad.
Una procesión, la única claustral que sobrevive en Valladolid, fue el punto y aparte de la Cuaresma Franciscana. El primer renglón de una historia que comenzó en el mediodía del sábado, cuando los cofrades comenzaron sus turnos de vela ante el Santísimo en la iglesia conventual. Una hora, una intención. Una hora, mil oraciones. Una hora, una fraternidad. Por María, por la Diócesis, por la Iglesia Perseguida, por la Familia Franciscana, por el Resto de Cofradías… así entre vísperas y cantos de las hermanas de Santa Isabel de Hungría se consumió el tiempo.
La Cofradía de la Orden Franciscana Seglar durante la única procesión claustral que se celebra en Valladolid. - Foto: Celia JorgeA la noche del sábado le siguió la mañana del primer Domingo de Cuaresma. Laudes. Domingo Franciscano. Misa en honor al Cristo Yacente. Con el "Podéis ir en paz" comenzó el ritual. La preparación de un verdadero entierro, habitual en los conventos de la ciudad cuando Valladolid era esplendorosa.
En perfecto silencio seis comisarios de San Diego, los que sienten el peso del varal de esta Cofradía franciscana el Jueves Santo, recogieron la imagen que algún discípulo de Alonso Berruguete esculpió hace más de 400 años. Lo hicieron como quien recoge un tesoro, sin presionar solo elevándolo hasta la esclavina que les cubría los hombros y, así, avanzaron hasta la puerta de la Iglesia.
Apenas fueron 200 metros, pero la Cruz Alzada, el incienso, las rosas rojas pararon el tiempo. Valladolid también detuvo su domingo y la calle Santo Domingo de Guzmán, se convirtió en el desaparecido convento de San Francisco de la Plaza Mayor. Los cofrades de la Orden Franciscana Seglar por turnos compartían peso y camino. Primero seis, después otros seis y así hasta recorrer el empedrado centenario del claustro de Santa Isabel, seguidos por un pueblo fiel que participó del entierro de su Yacente.
Ya en la capilla de San Francisco, un responso, una única voz que hacía estremecerse hasta a las llamas de las velas. Un 'Comisarios procedan' y los últimos seis franciscanos dejaron que fueran José de Arimatea, María Salomé, San Juan, la Virgen María, María Magdalena y Nicodemo los que recibieran al Yacente. Las pinturas de la hornacina volvieron a estar completas y arroparon a su Señor.
Los hábitos, cíngulos y sandalias abandonaron la capilla. Las hermanas de Santa Isabel dieron gracias y, de nuevo, el Yacente volvió a gritar en silencio que la Cuaresma Franciscana ha comenzado.