Un reloj de pared marca las seis de la tarde. Le acompaña, a su lado, un cuadro con un Cristo crucificado que pretende emanar paz. Y a un extremo, un grafiti de una bola del mundo, feliz, con ojos y cara de sonrisa superpuesta, muy cerca físicamente pero muy alejada de la triste realidad. Tres protagonistas y decenas de gatos. Quizás la presencia de los amigos felinos contribuye a una cierta higiene que espante a los roedores en la maleza. Rostros y mentes magullados por la crisis que se han visto obligados a ‘ubicar su residencia’ debajo del mismo hormigón por el que a diario cruzan miles de vehículos y paseantes en Valladolid. Es la vida bajo un puente.
Sólo una pared y un techo, varios armarios recogidos de entre los contenedores y unos colchones en el suelo conforman esta peculiar vivienda, donde también corre el viento. Abrazados por la condensación y la humedad que propicia el Pisuerga se cruzaron hace unos meses las vidas torcidas de Alexis Rodríguez, Daniel Marrero y Nikolai Marinov, que por desgracia desconocen que el 17 de octubre se celebró el Día para la Erradicación de la Pobreza. Algunos pertenecían hasta hace poco a la llamada clase media, duramente golpeada en el último lustro. No en vano, el 27 por cientode la población regional se encuentra bajo el umbral de la pobreza.
En un recoveco a salvo de la pendiente notablemente apreciable bajo el Puente de Isabel la Católica han construido su nuevo hogar, una pequeña sociedad que evoca a la ONU. Se trata de un español, un cubano y un búlgaro. Algunos colchones y más mantas, algo de ropa antigua, saber llevarlo con paciencia y, sobre todo, la chatarra, un negocio en el que nunca creyeron que podrían acabar tras trabajar en la construcción y que ahora les aporta algo de sustento, más bien poco.
Pobreza bajo el Puente de Isabel la Católica. - Foto: Ial Su día comienza a las diez de la noche. A esa hora se inicia su jornada y salen a la calle. Mejor dicho, abandonan los bajos del puente para buscar hierro viejo, aluminio, cualquier chatarra vale: un somier de cama, una silla, mesas metálicas... Así, hasta las cuatro de la madrugada. Duermen, o intentan dormir, con varias mantas, en un particular lecho en el que se atisba el frío horizonte del invierno. Pero a las ocho de la mañana, algunos de ellos ya se levantan. «Tengo una alarma en mi reloj de pulsera, pero por si falla tengo un reloj de pared para mirar la hora», asevera Rodríguez, un exmilitar cubano y boxeador que ya no puede volver a su país y que decidió arribar en España por amor. La suerte le fue esquiva y desembarcó en esta orilla hace cinco meses.
En cuanto se ponen en pie, todos juntos, se dirigen a Cáritas, donde pueden desayunar, darse una pequeña ducha y acompañarlo de desodorante. «Hay días que haces unas cosas u otras, porque allí somos cientos», masculla el caribeño, quien con su declaración afirma que «hay españoles, extranjeros, padres, madres con niños; mucha gente que lo está pasando mal». En la ong tienen acceso a internet y lo aprovechan para navegar en busca de ofertas de empleo y comprobar sus correos electrónicos donde tienen la esperanza de encontrar trabajo.
Habitantes en los bajos del Puente de Isabel la Católica de Valladolid. - Foto: Ical POBREZA FRENTE AL GEISER.
La rutina diaria se asemeja para todos. Tras patear Valladolid, cuando llega el mediodía comienza el trasiego en el comedor social. «Aún podemos decir que nos dan de comer», comenta Rodríguez con su acento cubano. A partir de ahí y hasta que la noche, pasan las horas debajo del puente, al lado de una plaza, la del Milenio, cuya inversión critican. «¿Tú crees que podemos estar aquí nosotros cuando justo enfrente se han gastado un dineral en la cúpula y en un chorro de agua con impuestos que nosotros también hemos pagado cuando trabajábamos?», se pregunta Alexis, con la mirada perdida en el géiser del Pisuerga, símbolo del nuevo Valladolid. «Yo he vivido en Angola y ni siquiera allí se vive así», lamenta.
Útiles y normas de los tres habitantes bajo el Puente de Isabel la Católica. - Foto: ical RABIA CONTENIDA
Su buena relación se entrelaza cuando, con rabia, se sienten observados por la gente que pasea por la senda del río e incluso por los que aprovechan el barco ‘Leyenda del Pisuerga’ para hacer turismo. «Nos fastidia que muchos pasan y nos ignoran. O nos miran como si fuéramos drogadictos y no lo somos. No somos importantes. No queremos dinero, sino una oportunidad, un empleo...».
De momento solo cuentan con el apoyo puntual de organizaciones como Cáritas, que les donará un par de lonas para tapar en la medida de lo posible una mínima parte de los dos laterales del puente, o Incola, que a veces les lleva al anochecer un termo de café caliente. Y es que los albergues sociales ya no dan a basto. «Somos cientos en la calle», afirma Rodríguez.