En Las Batallas es complicado aparcar. Esa es una realidad que los vecinos del barrio la conocen mejor que los que de vez en cuando se dejan caer por sus calles, bares o restaurantes. Por eso, en sus entrañas, locales como el de la Taberna de la Alegría son de sobra reconocidos, por ser parada y posta de muchos de sus vecinos. Y más si están de aniversario. El próximo 4 de abril, este establecimiento hostelero cumple 25 años dando 'guerra' –si se permite la expresión y el juego de palabras– en la plaza que da nombre al barrio.
Abrió sus puertas el 4 de abril de 2000 de la mano de un gallego de Buxán do Bolo (Orense), Jose Manuel Vizcaya, que llevaba ya por entonces más de dos décadas en Valladolid. «Me vine en 1979 con mi hermano, que había cogido una pensión encima de la chocolatería El Castillo. Al poco tiempo de llegar abrimos el primer negocio, 'Algún lugar'», recuerda Jose que, por entonces, tenía 17 años y tuvo que esperar unos meses para darse de alta en autónomos (poco después se quedó solo con el bar). En la zona de Derecho y, por aquellos años, Filosofía, aprendió el oficio de hostelero, llegando a vender mil cafés al día: «Había 12.000 matriculados entre las dos facultades».
En 1999 traspasó el local y se mudó cerca de Las Batallas, enfrente del Miriam Blasco, ya que para allí se iba la Facultad de Filosofía. Abrió, junto a otro socio, el 'Entrehoras', hasta que poco después vio el local donde hoy se encuentra, en la misma plaza de las Batallas, 3: «Era un bar de toda la vida que estaba cerrado. El Entrehoras se lo quedó mi socio y yo me vine para aquí. Lo tiré entero para reformarlo».
Así, en abril cumplirá 25 años con un nombre curioso y que lo 'encontró' en una tienda de antigüedades del polígono Argales: «Vi un cuadro que se titulaba 'taverna dell'allegria', lo compré y de ahí saqué el nombre». De hecho, le acompaña en una de sus paredes y en la carta que tiene en el local.
A diferencia de sus otros negocios, donde solo ofrecía tortillas de patatas con los cafés, en este sí empezó a dar comidas: «Siempre cosas sencillas, como raciones, montaditos, sartenes, patatas, muchas patatas, y un menú diario y otro de fin de semana».
A diario, el menú cuesta 13 euros, mientras que los fines de semana, con una mayor elaboración, sube a 19: «En invierno siempre hay un plato de cuchara (los jueves es el día del cocido) y en verano, una ensalada». Además, los fines de semana alternan o bien chuletillas o bien entrecot; salpicón, langostinos a la plancha, pulpo a la brasa o lasaña casera. Desde hace 14 años, Charo se encarga de los fogones. Ella es una de las veteranas del equipo de siete personas, como Vero, que lleva 20 años en la barra de la Taberna de la Alegría.
Como buen local de barrio no faltan las tapas gratis, con el café de la mañana (sobao o tostadas con aceite) o con el vermú. Porque sus principales clientes son de las Batallas, además de obreros de la zona y estudiantes de las cercanas facultades de la UVa: «Los fines de semana sobre todo gente de aquí, porque aparcar es imposible. Así que esto es como un pueblo, nos conocemos todos».
Descansan los lunes y el resto de días abren a las diez de la mañana y cierran a las doce de la noche (salvo viernes y sábado, que lo hacen a la una). Con una capacidad para 36 comensales sentados, la barra es un ida y vuelta de gente, y la terraza su principal motor, sobre todo con el buen tiempo: «El fin de semana pasado tuvimos hasta gente esperando para coger un sitio».
Su carta está plagada de raciones, montaditos, bocatas, embutidos, ensaladas, carnes, sartenes, canapés... entre los que destacan sus patatas seis salsas: «Algo sencillo, pero que es lo más demandado, por el gran número de estudiantes de la zona». Por 4,8 euros se pueden comer, como las patatas alegría, con salsa holandesa y salmón ahumado por encima. El tubérculo es uno de los triunfadores (gastan unos 50 kilos a la semana). Pero no pueden faltar los chopitos, los calamares, la sepia, la oreja (rebozada y a la gallega), la ensalada templada (con gulas, gambas y salpicón)... también funciona el encargo, sobre todo las paellas. Y, aunque no está en la carta, como buen gallego de Orense, si uno le pide androllas, es posible que se las acaben trayendo.