Francia. Tres amigos -Roque, Donna y Ágata- viajan por el París que siempre habían imaginado. Sin embargo, la capital gala solo es una burbuja ideal en medio de la destrucción. Lejos de la majestuosidad de la Basílica de Sacré-Coeur y el Museo d'Orsay, el mundo se ha parado por la sombra sin límites de la guerra y tres chicos como ellos están luchando por sus propias vidas, motivados por un objetivo común: volver a estar juntos. Aquí, en España, los ataques enemigos arrasan edificios y destruyen los equilibrios cotidianos, en las calles se abren grietas profundas que tragan todo lo que encuentran y que han trazado una línea clara que divide la tierra en dos partes aparentemente opuestas, dos mundos que parecen recorrer caminos paralelos. Así arranca 'La línea que nos separa' (Europa Ediciones), el primer libro de narrativa de la vallisoletana Marta Flores Vela, de 29 años, estudiante de Literatura inglesa y escritura creativa que ha realizado interesantes investigaciones sobre desaparecidos de la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial.
Tras admitir que 'bebe' de las hermanas Brontë y de Perez Galdós (el romanticismo de Moccia y otros del siglo XXI no va con ella, confiesa entre risas), esta licenciada en Filología Inglesa que oposita a bibliotecaria y sueña con ganarse la vida como escritora, asegura que su pasión por viajar y, sobre todo, su experiencia en Acnur, en Siria, la ha marcado profundamente: "Trabajé allí justo un año antes de que estallara la crisis de los refugiados de Siria. Recuerdo que yo comentaba en casa la situación y nadie le daba importancia, hasta que todo explotó y llegó la famosa foto del niño muerto en la playa y el mundo entero se llevó las manos a la cabeza. Parece que por venir de un país en guerra son gente sin derechos, sin vida, sin pasatiempos ni amistades. Parece que no son iguales que nosotros, y claro que lo son".
Puntos de vista
¿Y qué pretende con 'La línea que nos separa'? "En primer lugar que la gente descubra una historia dura, pero muy real y cercana, en cualquier momento nos puede tocar a nosotros. Me gustaría mucho que la leyeran lectores jóvenes o adolescentes y tal vez cambiar un poco su punto de vista". Estamos ante un libro que, como recalca la autora, es un canto a la amistad, la tolerancia y los sueños.
Parece que la pasión por escribir viene desde niña, cuando escribía cuentos, y ya, más en serio, con 20-22 años, firmando novelas. Dicen las malas lenguas que cualquiera publica un libro, de hecho, solo te metes en internet y hay un montón de gente que ha visto un nicho de mercado para hacer negocio a fin de que la gente publique. "Es cierto que hay mil opciones para publicar, pero no es tan fácil ni tan bonito como lo pintan", subraya. El camino es arduo y ya es un triunfo que una editorial apueste por ella. Soñar es gratis y quién sabe si en el caso de que trabaje en una biblioteca una noche, cuando ya está la sala desierta, coloca en una polvorienta estantería -es una licencia literaria, claro- algunos de sus propios libros allí.