"Oía hablar a la gente de Valladolid y creía que discutía"

David Aso
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"He pasado por todas las etapas malas o difíciles de la inmigración y el primer año fue el peor", relata Norma, brasileña afincada en Valladolid desde 2004. "Pero la ciudad me encanta, lo mejor es su gente y aquí estoy feliz", celebra

Norma da Silva, en el pasaje Gutiérrez. - Foto: Jonathan Tajes

Años en Valladolid: 20
Profesión: Intérprete de portugués y limpiadora doméstica
Comida y bebida preferida: Jamón y Ribera del Duero
Rincón favorito: Pasaje Gutiérrez

Iniciar una nueva vida en otro país a 8.000 kilómetros del tuyo no puede ser fácil. Tal vez emocionante, pero casi siempre duro; y más si lo haces sola con dos hijos adolescentes. Norma da Silva (Goiânia, 1968) quiso alejarse de Brasil tras una pésima experiencia de pareja y, aprovechando que conocía Valladolid por una visita a un familiar, cruzó el charco para instalarse aquí en 2004. A los 36 años con un niño de 15 y una niña de 13, «ejerciendo como madre y como padre», y además sin permiso de trabajo ni residencia.

«He pasado todas las etapas malas o complicadas de la inmigración: estar como ilegal, tener que aprender el idioma, adaptarte a otras costumbres… El primer año es el peor y el que diga que no, miente», sentencia. Ella cuenta que se pasó «los primeros cinco años trabajando sin vacaciones los siete días de la semana», pero tiró adelante como cuidadora de personas mayores, cocinera y limpiadora doméstica; y celebra la «suerte» de que «sólo» tuviera que aguantar dos años hasta legalizar su situación, lo cual le dio opción de trabajar también en un restaurante. 

De sus inicios en Valladolid recuerda las dificultades para adaptarse a nuevos horarios o el propio idioma. «Sabía un poco de español, pero entender el de la calle es otra cosa. Oía hablar y notaba mucha agresividad. Parecían todos enfadados, veía gente que creía que discutía pero luego se abrazaba o reía». También le costó el clima: «Nueve meses de invierno y tres de infierno, como dice el famoso refrán». Uno de tantos que aprendió mientras cuidaba de personas mayores.

A las distancias sí se adaptó rápido, ya que veía Valladolid «como un barrio» en comparación con los 3 millones de habitantes de su localidad natal. «Ésta es una ciudad pequeña pero encantadora, ordenada, limpia, segura… Y no es peloteo cuando digo que lo mejor es su gente». Se sintió «bien acogida desde el principio» y hoy se declara «feliz», pero es que en Valladolid hizo de todo menos perder el tiempo. Trabaja como intérprete de portugués en juzgados, comisarías y prisiones; también hace una labor similar pero voluntaria de mediadora social o para acompañamiento a médicos, da clases particulares de español, limpia dos casas… Y todavía le dio para sacarse hace apenas tres años el Grado de Geografía y Ordenación del Territorio por la UVa, de donde salió con un título y poco después con un marido, al casarse con un compañero de carrera. 

Así que no, reinventarse no fue fácil, pero «no hay nada que eche de menos» de Brasil, adonde sólo fue dos veces en 20 años; y hace tiempo que esta vecina de Pajarillos disfruta de ser «una más» en una ciudad de la que ya no piensa moverse.