Dos semanas de juicio. Dos semanas de pruebas, de versiones contrapuestas, de exhaustivos informes policiales y forenses... Dos semanas que dan paso desde este martes a la deliberación de un jurado popular que tiene entre manos la resolución judicial de uno de los casos más complejos de la crónica negra vallisoletana, uno que necesitó un año de investigación para poner nombre y cara a los seis presuntos autores de un asalto que acabó en crimen. Un robo que se llevó por delante la vida de María Aguña, una mujer de 73 años que falleció amordazada y maniatada por una banda que la apalizó para sonsacarle sin éxito dónde estaba la caja fuerte en que almacenaba cerca de 300.000 euros.
El juicio llega a su epílogo sin que se hayan resuelto las dos únicas incógnitas que dejó en el tintero la tenaz investigación policial: quién fue el informante de la banda y cómo entraron en el piso. Aunque los dos ladrones que han confesado han afirmado que abrió María creyendo que iban a entregarle un paquete, nadie cree esa versión, ya que la septuagenaria había hecho de su vivienda un búnker tras un intento de robo que sufrió en 2011. Al doble circuito de alarma se unía una serie de llamativas precauciones de una mujer que no abría ni a su nieta si ésta se presentaba con una amiga. Los investigadores no tienen duda de que los asaltantes tenían un juego de llaves, pero no se ha conseguido demostrar.
LA ALMOHADA
Precauciones que rozaban la obsesión de la víctima, pero que alguien tuvo que poner en conocimiento de los ladrones para poder ejecutar el robo en ese momento, tras horas de vigilancias para ver si María había sacado ya a ventilar su almohada, una señal inequívoca de que estaba levantada y con la alarma desconectada.
El jefe de Homicidios dejó muy claro que esa información era «tan precisa» que «tuvo que provenir del núcleo más cercano a María, sí o sí». Y el instructor de las diligencias apuntó sin titubeo que «la que más información tenía de María era su nuera». Pero ella negó cualquier vínculo y nadie pudo demostrar que la exnuera fuera la informante de Rubén. Que ella hubiera sido ese «séptimo acusado» que le «hubiera gustado sentar en el banquillo» al abogado del hijo de la víctima, que ejerce la acusación particular y que pone sobre la mesa del jurado la petición más dura, la de la a prisión permanente revisable; este letrado entiende que fue un asesinato y que Aguña, por su edad, era una mujer «desvalida».
La Fiscalía también se apunta a la tesis del asesinato, ya que cree que actuaron con alevosía, después de que situaran a María Aguña «en una situación de indefensión, con las manos atadas y amordazada». En cambio, el otro abogado de la acusación –representa a una de las hijas– entiende que solo pueden ser condenados por un delito de homicidio y no de asesinato: «No hay alevosía, precisamente porque no se han asegurado el resultado. Los acusados nos han dicho que se fueron y la oían respirar».
HOMICIDIO O ASESINATO
Y esa será una de las grandes decisiones que tendrán que afrontar los nueve miembros del jurado popular. Las defensas intentan negar que sus clientes sean los responsables del fallecimiento de la septuagenaria y, en el peor de los escenarios, que fue una simple imprudencia. Una cuestión de matices que deberán dirimir, igual que la gran duda de si puede considerarse asesinato.
Lo que dejaron claro policías y forenses es que María fue atada, amordazada y golpeada, y que los sicarios la dejaron abandonada así en el suelo, en una agonía que se prolongó durante un mínimo de dos horas.
Las pruebas y la confesión de dos de ellos sitúa en la vivienda a Anton, Kamenov y Krasimirov. Son los dos primeros quienes lo reconocen en pos de una atenuante y señalan a sus 'jefes' en el golpe, pero es que, además, las huellas y el ADN les ubican también allí; igual que pasa con Gabriel M. Krasimirivov, quien lo niega tajantemente.
Las acusaciones defienden que los otros tres acusados están al mismo nivel en el proceso, pese a que ellos no tocaron ni un pelo a Aguña, pues «ejecutaron actos de cooperación necesaria para cometer el asalto», según apuntó la fiscal, aunque Emil se limitara a ejercer de «chófer», a pesar de que Arso no subiera al piso y de que Rubén ni llamase a los tres sicarios en ningún momento. Las pruebas (el posicionamiento y el tráfico de sus móviles, y los vídeos de seguridad de la plaza Circular) y la confesión de Anton y Kamenov acorralan a una banda que ya solo espera veredicto.