Cuando tu plan solo es ganar y no ganas, todo salta por los aires. Esa incómoda sensación de que el Real Madrid vencía por inercia, por acumulación de talento individual y no por ser dueño de un plan colectivo, se convirtió en realidad el pasado sábado ante el Valencia: bastaron un puñado de paradas de Mamardashvili para desnudar a un equipo de cimientos frágiles y fútbol peligrosamente improvisado.
Diferencia
Unas pocas horas después, el choque entre Barça y Betis, a pesar de que el empate fue una buena noticia para los de Ancelotti, desnudó aún más al Madrid. Porque el de Montjuïc fue un duelo entre dos equipos con un buen plan, una sensación permanente de idea grupal. El Barça, que se preparaba para un año de transición (o «unos años», en las previsiones más pesimistas), encontró en la libreta de Flick la posibilidad de ser grande en tiempo récord. El Betis, con un grupo de futbolistas capaces de seguir creyendo los 'cuentos del abuelo' de Pellegrini, un enamorado del fútbol a sus 71 años, mueve sus piezas sobre el campo transmitiendo la sensación de que todo está preparado de antemano. Del choque entre dos estupendos bloques salió un empate de mérito, algo quizás previsible viendo que los azulgrana llegaban con nueve victorias seguidas y los verdiblancos, con seis. Pero también un toque de atención hacia el Bernabéu: el fútbol moderno necesita una estrategia conjunta y no una colección de piezas de lujo deslavazadas.
Señalado
En esa radiografía que muestra las fracturas blancas, Vinícius ha sido señalado. Falló un penalti y muchas otras cosas que empujaron a la grada a silbarle. Como sucedió en el partido copero ante la Real. De repente, el futbolista más desequilibrante del mundo aparece como un bulto sospechoso. En las crisis hacen falta cabezas de turco, y los 'lobbys' que llevan tiempo cocinando a fuego lento su salida del Bernabéu han logrado crear al antihéroe perfecto. Ahora, también para los suyos.