Consternación por la muerte de Edu, un vecino ejemplar

Javier M. Faya
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Los inquilinos del número 3 de la calle Cisne recuerdan lo buena persona que era el fallecido en el incendio

Eduardo, la víctima del incendio. - Foto: Sohir Belhouari

Dicen que en España se hacen los mejores funerales, que siempre se habla de maravilla de las personas que fallecen, y se les rinden los homenajes más fastuosos, aunque no fueran ni mucho menos bondadosas. Pero no era el caso de Eduardo, que ha muerto esta mañana en el incendio declarado en el número 3 de la calle Cisne. Y es que solo había que ver las caras de los vecinos que se iban acercando al lugar del suceso que ha estremecido a todo Valladolid. 

"¿Qué ha pasado?", comenta sorprendida una señora que se acerca. Al contarle en pocas palabras un matrimonio mayor que ha perdido la vida un chico en silla de ruedas, exclama casi gritando: "¡Eduardo! ¡No me digas! ¡Si era un encanto de persona!". Y no puede evitar su más sincero disgusto. Casi se echa a llorar. Lo mismo le sucede a esa pareja, Fidel y Paci, que vivía en el 9, donde tuvo un piso al lado, en el 7 (esta escena se repite con más curiosos). "Fíjate si era bueno, que vendió esa casa para que su hermana se pudiera ir a vivir a Barcelona", interviene Saadi, una muchacha argelina que era muy amiga de Edu, de 47 años y al que recuerda vendiendo libros. Llevaba cuatro años compartiendo techo con su madre, Carmen. 

También era muy amiga de él su hermana Sohir, que acaba de llamar a la hermana del fallecido, Chelo, que se puso a buscar el vuelo más rápido desde la Ciudad Condal a Valladolid. "Era una persona maravillosa, y te lo digo con el corazón en la mano. Nada racista, era mi amigo. Nos íbamos a tomar café, su hermana fue pareja de un amigo argelino, estábamos mucho en su casa, ¡hasta se vino alguna vez de marcha con nosotras con sus muletas!", señala Saadi mientras Sohir asiente. Aparece entonces el padre de ambas, Mustapha, que, muy entristecido, elogia al vecino ejemplar que se ha ido para siempre. A él le pilló el incendio dormido, le despertaron los gritos de su mujer, Yamina, que se levanta todos los días a las cinco de la mañana para rezar. Ambos viven con una nieta, Sara. 

Sohir comenta que, afortunadamente, la madre de Eduardo no se encontraba en casa en el momento en el que el cuadro de la luz ardió. Estaba en la de una vecina. 

Aparece por ahí Hakima, una vecina marroquí (3ºC), que extrañará mucho a Eduardo. Está emocionada. Como Mustafá, de Senegal, otro compañero de bloque. Todos querían a un hombre que ha sido todo un ejemplo de convivencia. 

Los electricistas siguen en el inmueble ("Está todo negro", apunta Saadi) haciendo una evaluación de lo ocurrido mientras sus amigas no encuentran consuelo y esperan a que llegue Chelo para fundirse con ella en un abrazo. Muy emocionada, Saadi enseña el audio de Chelo en el que le confiesa, llorando y rota de dolor, que busca un tren y que solo pide que su hermano esté con Dios.