Valladolid cumple su primer año bajo el yugo de la pandemia del SARS-CoV-2 con la esperanza de que la todavía incipiente vacunación haya activado la cuenta atrás en la lucha contra este letal virus que, por ahora, se ha llevado por delante 1.803 vidas y ha contagiado a cerca de 48.000 personas. Con las restricciones más severas en fase de desescalada, las autoridades mantienen el horizonte del verano para una inmunización de grupo que, por el momento, solo supone una realidad para cerca de 21.000 vallisoletanos. Sanitarios, internos de residencias y los trabajadores de los centros sociosanitarios ya están protegidos frente al covid-19 y en las últimas semanas se ha iniciado el proceso de vacunación de los mayores de 80 y 90 años, así como de los efectivos de las Fuerzas de Seguridad.
La Consejería de Sanidad se ha comprometido a vacunar a los casi dos millones y medio de habitantes de la Comunidad en tres meses siempre que los laboratorios envíen las dosis que han comprometido a partir de abril.
El gran reto de la inmunización irrumpe cuando la tercera ola está en fase de retirada y la amenaza de una cuarta aún sigue pendiente del comportamiento de una sociedad que esta semana ha recuperado el interior de los bares, los gimnasios y los centros comerciales después de 53 días de cierre. Las reuniones siguen limitadas a cuatro personas, el toque de queda continúa de diez de la noche a seis de la mañana y Castilla y León mantiene un cierre perimetral regional que hasta hace tres semanas era provincial. A falta de vacunación, el cóctel de limitación de la movilidad y contacto social se ha revelado como el único arma contra este coronavirus que se ha anotado ya tres mortíferas olas en estos doce meses de pandemia.
Tráfico en Valladolid durante el estado de alarma - Foto: Jonathan TajesTodo empezó hace justo un año, con el cierre de los colegios que precedió a aquellas siete semanas de confinamiento. La ciudadanía se aislaba, incrédula pero abnegada, obediente ante el reto de frenar a un virus que acabaría llevando a los sanitarios mucho más allá del límite, desbordados por la falta de medios y el desconocimiento de una infección que mataba a la gente sin mucha opción. Llevaba ya dos semanas campando a sus anchas en Italia sin que España le prestase la adecuada atención, cuando explotó la que sería la primera ola de la pandemia del SARS-CoV-2, entre manifestaciones, partidos de fútbol y universitarios regresando a sus casas.
LA PRIMERA OLA
Lo peor se vivió durante los últimos días de marzo y primeros de abril, con los hospitales paralizados por el coronavirus, con medio millar de ingresados en las plantas de Río Hortega, Clínico y Comarcal de Medina, y hasta 103 en las UCI. Tras esas siete semanas de confinamiento, llegaron otras siete de desescalada, antes de que, el 21 de junio, se alcanzase lo que el Gobierno denominó como la ‘nueva normalidad’ y se pusiese fin a una ola que acabó con algo más de 600 vallisoletanos y contagió a cerca de 15.000, aunque oficialmente solo engrosan las estadísticas un tercio de ellos, los que tuvieron una PCR confirmatoria. Era otro de los obstáculos de aquella primera fase, la complejidad para la realización de pruebas covid, antes de que se generalizase el uso de los (casi instantáneos) test de antígenos.
Era verano, había llegado lo de la ‘nueva normalidad’ y la pandemia parecía estar totalmente controlada, con tasas de incidencia acumulada a 14 días de 8-9 casos por 100.000 habitantes en el julio vallisoletano, días en que los hospitales llegaron a clausurar sus plantas covid, con las UCI libres de coronavirus...
Fue un espejismo, un oasis en medio de una pandemia que fue repuntando muy poco a poco desde la segunda semana de agosto y que marcó el 6 de noviembre el pico de contagios en un día (795) y el 13 de noviembre, el récord de decesos en una jornada (19) en Valladolid.
LA SEGUNDA OLA
La segunda no fue la peor, pese a todo, aunque sí la más larga, con una subida contenida durante dos meses que eclosionó tras el puente del Pilar y que se extendió hasta diciembre. El aumento de la vida social de aquellos días apareció como la mecha que hizo estallar nuevamente un virus al que solo se volvería a dominar por la vía de la restricción: toque de queda, cierre perimetral de la Comunidad y clausura de bares, gimnasios y centros comerciales. La Junta mostraba cuál iba a ser el camino a partir de ese momento cada vez que la situación epidemiológica se descontrolase y amenazase la viabilidad sanitaria; hospitalaria, fundamentalmente.
Personas con mascarilla por el paseo Zorrilla de Valladolid. - Foto: Miriam Chacón (Ical)Acababa de empezar noviembre y llegaban esas restricciones. Un mes después, con las tasas de incidencia acumulada cayendo clara y constantemente, volvían a abrirse bares, centros deportivos y el gran comercio... Aunque de una manera totalmente efímera porque la relajación de las medidas de contención durante las navidades condujo a una tercera ola justo en el inicio del año 2021. Y a otros 53 días de cierre desactivados justo el pasado 8 de marzo, cuando se daba el pistoletazo de salida a la que se pretende que sea la última gran desescalada en Castilla y León, con hechuras muy similares a la de la primera ola, con alivios quincenales y progresivos con los que poder ir calibrando el grado de control del virus, algo en lo que se contará con el ‘apoyo’ de las vacunas, que ya han blindado a las residencias y que se espera que lleguen masivamente.
Toda España se ha conjurado para no salvar la Semana Santa, con 17 cierres perimetrales regionales, e intentar alcanzar en condiciones razonablemente buenas a esa fase de vacunación primaveral con la que se pueda conseguir... salvar el verano.
Castilla y León ha anunciado que la desescalada será provincial, quincenal y muy prudente, «de la mano de los datos», como vienen repitiendo el portavoz de la Junta y la consejera de Sanidad. Cifras que exigen, fundamentalmente, que las unidades de críticos de cada una de las provincias consigan bajar del 25% de ocupación covid antes de acometer cualquier avance en esta última desescalada. Valladolid, que ha rebajado cerca de diez puntos en esta semana, aún está al 37% y con un incipiente crecimiento de los ingresos de contagiados.
LA TERCERA OLA
Y todo, tras una tercera ola que ha alcanzado picos de incidencia seis veces superior a la tasa máxima establecida por el Ministerio de Sanidad, que obligó a los hospitales a paralizar el grueso de su actividad quirúrgica para dar la atención adecuada a un virus que llevó a las UCI a su récord de pacientes covid simultáneos, con los 107 marcados el 1 de febrero.
Cifras de una pandemia que ha ingresado a casi 8.000 personas en los hospitales, que ha contagiado cada día a una media de 130 y que ha matado cada jornada, en este último año, a cinco enfermos de coronavirus diarios. Un virus que cumple un año. Un año horrible.